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ponga hacer verdaderos progresos en la Filosofía, es caminar por las vias del Catolicismo, inspirarse en sus sublimes enseñanzas, ilustrarse con sus luces. Fuera del Catolicismo, toda filosofia progresa como el cangrejo, hácia atras, hacia el error ó hácia la nada; y todo espiritu filosófico, por grande que sea, se vuelve pequeño y para nada vale.

En la inteligencia de M. Cousin, por ejemplo, hay elevacion, grandeza y hasta genio. A pesar de los términos más que extraños con que muchas veces se expresa respecto de Dios y del alma humana, en el fondo es deista, es espiritualista; porque el genio no es, no puede ser materialista ni ateo. Ah! Si M. Cousin hubiese dirigido sus nobles tareas à restaurar la filosofia católica, en vez de pretender vestir á la francesa la filosofia protestante! Si se hubiese dedicado á llenar el vacio que la Filosofía de los tres últimos siglos ha dejado en esta ciencia, en vez de venir á demostrar este vacío con su eclecticismo, que realmente no es otra cosa que la desesperacion de toda verdad! ¡Si hubiese traducido á santo Tomás y querido ser su continuador, en vez de traducir á los filósofos alemanes y convertirse en eco suyo! Oh! si esto hubiese hecho, cuán grande no seria! Con ese noble instinto con que adivina y huele, digámoslo así, á lo léjos la verdad, y que le conduce á la verdad cuando él parece que hace más esfuerzos para huir de ella con esa facilidad que posee de penetrar en las profundidades de la ciencia y descubrir las cosas más ocultas en ellas con esa fuerza de lógica con que obliga á los principios á descubrirle las consecuencias más secretas y más remotas: con esa habilidad de síntesis con que sabe agrupar las ideas más desemejantes, los hechos más solitarios, para formar un todo y subordinarlos al fin que él se propone: con esa poderosa imaginacion que sabe dar á los fantasmas que crea el prestigio y la importancia de la realidad con su maravilloso talento de exposicion, que sabe esparcir la claridad sobre los objetos más oscuros y concretar lo más abstracto finalmente, con esa mágia de estilo con que sabe pintar, prestándoles nuevas y más agradables formas, hasta los pensamientos más comunes, hasta las paradojas más monstruosas: con tantas cualidades eminentes como él tiene, y que tan dificil es hallar reunidas en un mismo espíritu, caminando por las vias de la ciencia católica, hubiera sido filósofo, y gran filósofo. San Agustin hubiera tenido en él un imitador, santo Tomás un intérprete, Fenelon un rival, la Filosofía un restaurador, la verdad un apoligista, la Iglesia

un defensor, la juventud un maestro, el siglo xix un sabio más, Francia una nueva gloria. Su genio, no sólo no hubiera perdido nada de su elevacion, ni su estilo de su encanto, ni su nombre de su celebridad; sino que hubiera ocupado el primer lugar entre los filósofos del dia. La historia le hubiera dado el titulo de restaurador de la Filosofia en el siglo XIX; sus libros se hubieran hecho indispensables, hubieran sido las obras clásicas de las escuelas cristianas, y su nombre hubiera pasado á la posteridad, brillando con la doble aureola del filósofo y del apologista. ¿No hubiera sido bella, noble, grande, magnífica esta mision?

Pero, ay! lo repetimos con profundo sentimiento: M. Cousin no se ha conocido lo bastante, no se ha estimado á sí propio en lo que vale, no se ha engreido ni con las cualidades de su espíritu ni con el mérito de su persona: pudiendo ser original asociándose á los grandes genios del Cristianismo, se ha hecho imitador y sigue las huellas de los modernos pedantes de la Filosofía pagana: pudiendo aspirar al puesto de maestro se limitó á sér discipulo: pudiendo enriquecer á su patria con una filosofia verdadera, teniendo por base el Cristianismo y la razon por apoyo, no ha hecho otra cosa que trasladar á á una de las lenguas cristianas más bellas, los sistemas absurdos, vacíos, ininteligibles y funestos de Alemania, formulados en un estilo bárbaro, y que en el fondo son el escepticismo en todo su rigor y el ateismo en toda su impiedad.

Y qué ha sido de M. Cousin? Todo el mundo sabe que su filosofia, edificada sobre el movedizo terreno de las opiniones, cuando no es el error, es la nada. Su autor ha sobrevivido á ella. ¡Qué desgracia, repetimos, que un talento como el suyo, y que tantas y tan penosas tareas hayan sido estériles, dando por único resultado el olvido! Preciso es convenir en que este olvido, á semejante precio, ha costado demasiado caro.

Lo propio sucedió con el más serio de todos sus discípulos, con M. Jouffroy, dotado con tan bella inteligencia. A ser cristiano, hubiera sido un Pascal: siendo un filósofo, no ha sido más que un Pyrrhon.

Y, por el contrario, veamos lo que sucedió con san Agustin. Miéntras fué maniqueo, filósofo, no sabiendo, no queriendo, como él mismo nos lo ha dicho, bajar su frente ante la humilde sublimidad de la revelacion cristiana, nada supo, nada pudo comprender en lo tocante á Dios, al hombre y al universo: fué pobre, pequeño, oscu—

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ro, estéril, y nada escribió ni hizo nada verdaderamente grande, verdaderamente útil. Los destellos de su genio eran invisibles, y desaparecian como fugitivos relámpagos en las tinieblas. Pero apenas convertido ya al Cristianismo, principió á iluminarle la luz de la fe, creció su razon elevándose á las más sublimes regiones de la Filosofia y de la Teología. Entónces apareció su genio en toda su grandeza, en toda su prodigiosa fecundidad, enriqueciendo con magníficos tesoros la ciencia de Dios y del hombre. Su inteligencia brilló con ese inmenso esplendor que, reflejándose en sus inmortales escritos, jamás ha cesado de alumbrar la Iglesia y el mundo por espacio de catorce siglos. Lo mismo sucedió con santo Tomás. Léjos de perder nada el esplendor de su genio por creer en las revelaciones divinas con la sencillez de un niño, precisamente éste espíritu de fe es el que constituye el fondo de su saber, y al que debe la abundancia de sus luces, la fuerza de sus raciocinios, la seguridad de sus intuiciones, la fecundidad y la utilidad de sus trabajos. Y el mismo Bossuet, ¿hubiera sido, por ventura, lo que fué á no ser creyente, á no ser cristiano? ¿No desarrolló su genio estudiando las Sagradas Escrituras y los Padres? ¿No bebió en las fuentes de la fe su elevacion, su grandeza y sus luces?

Pero áun vamos más léjos, y nos atrevemos á afirmar, sin temor de ser desmentidos, que hasta Platon, Aristóteles y Ciceron debieron á un resto de fe en las tradiciones sus escritos más bellos y más elevados acerca de Dios, del alma, de las recompensas y de las penas eternas de la otra vida, y áun de la caida del hombre y la necesidad de ser levantado de ella por una mano celeste. Porque esto no lo descubrieron ellos ni lo aprendieron raciocinando, sino que lo conocieron consultando las creencias populares. Estas cosas las creian todos los pueblos; esto era la luz de la revelacion primitiva que, por medio de la tradicion, brillaba en todo el orbe y alumbraba á todo hombre que viene á este mundo. Cuando explicaron estas creencias inmortales fueron elocuentes, y áun sublimes; y, por el contrario, cuando separándose de las tradiciones consultaron únicamente su propia razon, fueron pequeños, oscuros é inciertos, poniéndose en contradiccion consigo mismos. Consiste esto en que sólo la filosofía religiosa es siempre jóven, sublime, fecunda é interesante, porque se inspira en la verdad de Dios, que es todo esto. Mientras que cualquiera filosofía que se forma fuera de la Religion no tiene savia, raíces ni base, y es, por lo tanto, estéril, carece de consistencia, de

duracion y de alcance, y lleva en su misma nulidad la sentencia de su muerte.

Recorriendo, pues, la historia del espíritu humano, de la Filosofia antigua y moderna, el hecho más cierto, más evidente, más constante y más universal que se encuentra en ella, es el de que la razon humana, cuando ha querido caminar por sí sola, no ha destruido error alguno, inventado, encontrado ni afirmado ninguna verdad; ha sido pequeña y estéril, ha dudado de todo y todo lo ha ignorado; y, al contrario, cuando se ha apoyado en la fe, en las revelaciones divinas, ha sido grande, elevada y fecunda, y ha desarrollado toda verdad, destruido todo error, hecho progresar la ciencia, ensanchado los límites del espíritu humano y merecido bien del hombre y de la sociedad. Desafiamos á todos los hombres serios, algo versados en sistemas filosóficos, á que nieguen el hecho que acabamos de consignar.

de

Ahora bien, este es el hecho incontestable en que hemos insistido en el combate que en nuestras Conferencias hemos sostenido contra el error del dia, el racionalismo. Recorriendo las tésis más grandes de la Religion, que son tambien las que más interesan á la humanidad, no hacemos otra cosa que indicar á la razon su aislamiento ó divorcio de la fe, como la causa de sus extravíos, de su miseria, de su esterilidad, de su impotencia, de su degradacion y de su anonadamiento; y, al contrario, le presentamos la sumision à la fe como la primera condicion, la condicion indispensable de su riqueza, su grandeza, de su fuerza, de su elevacion y de su fecundidad. En vista de esto, ¿se nos puede acusar, sin cometer una injusticia, de que atentamos á la razon? ¿Es atentar á la razon mostrarle lo que puede debilitarla y matarla, para que se aleje de ello, y lo que puede darle fuerza y vida, para que se acerque á ello y lo abrace? Tanto valdria llamar enemigo del viajero al guia de los Alpes que le indica el verdadero camino, aunque estrecho y escarpado, advirtiéndole que huya de los senderos fáciles en apariencia, pero que conducen á un abismo. Seria lo mismo que llamar enemigo del enfermo al médico que aparta todo lo que puede destruir su salud, y le aconseja que observe el único método que puede restablecerla.

Las mismas palabras razon católica hubieran debido evitarnos toda crítica procedente de las personas á quienes nos dirigimos en este momento; las palabras referidas indican suficientemente que no es nuestro ánimo separar al Catolicismo de la razon ni á la razon del

Catolicismo; que queremos una razon creyente y una creencia racional: Rationabile obsequium. Porque la creencia sin razon es el Paganismo, y la razon sin creencia es Protestantismo, es el filosofismo. Sólo en el Catolicismo, segun hemos indicado ya en otra parte (tomo I, Conferencia II, § 5.o), la razon se armoniza bien con la fe, y la fe con la razon, y tal es el atributo característico de la filosofía del Catolicismo.

§ 9. Uno de los pensamientos del autor de las CONFERENCIAS es la restauracion de la filosofía católica.-Injusticia de la acusacion que se dirige al Gobierno de haber destruido la Filosofía, siendo así que parece que se propone restaurarla sobre bases cristianas. Ventajas que la Religion y la Filosofía obtendrán de esta restauracion.- Esperanzas del autor de las CONFERENCIAS en este punto.-Conclusion.

Por lo que respecta á la Filosofía, léjos de querer su destruccion, deseamos eficazmente verla salir de su nulidad, levantarse de su abyeccion; porque, sin atribuirnos el nombre de filósofo, amamos la Filosofía, la hemos estudiado durante treinta años, y su restauracion sobre un fundamento católico es un uno de los fines que nos hemos propuesto en nuestras Conferencias.

Un católico celoso, hombre de talento y de ciencia, nos ha hecho el honor de escribirnos recientemente lo que sigue: «Muchos eclesiásticos no os han comprendido; pero los filósofos, los mundanos y los escépticos os comprenden bien, y saben que quereis restaurar la filosofia cristiana, que á ellos no les gusta, y por eso os atacan ». Entregamos estas palabras á la reflexion de nuestros críticos cristianos.

Se ha acusado al Gobierno actual de haber destruido la Filosofia con su nuevo Reglamento de estudios. Nada más injusto que semejante acusacion: mal puede destruirse lo que no existe. M. Jouffoy, citando á Reid (Essai sur les facultés, etc.), llama á la Filosofia moderna «<laberinto de desvaríos, contradicciones y absurdos». M. Ancillon dice, que es «un verdadero caos, en donde los principios y los sistemas se suceden, combaten y destruyen entre sí». Así, pues, las hazañas, los altos hechos de esta Filosofía que tanto ruido han causado, se reducen á una obra de destruccion, á un simple monton de

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