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rante toda su vida el alimento de su espíritu, la regla de su conducta. No nos engañará, porque la hipocresía y la mentira repugnan á una naturaleza noble como la suya. El nos dirá exactamente lo que es esa enseñanza funesta, por la cual, como por nuevas horcas Caudinas, se ha visto obligada á pasar de medio siglo á esta parte la juventud francesa. «Ay! nos dice, nacido de padres piadosos y en un país en el que la fe católica se hallaba aún llena de vida al principio de este siglo, desde edad temprana me habia acostumbrado á considerar el porvenir del hombre y el cuidado de su alma como el principal negocio de mi vida; y todo el resto de mi educacion habia contribuido á formar en mí estas sérias disposiciones. Las creencias del Cristianismo habian respondido plenamente durante largo tiempo á todas las necesidades y á todas las inquietudes que tales disposiciones causan en el alma. A las cuestiones que en mi concepto eran las únicas que merecian ocupar al hombre, respondia satisfactoria y ámpliamente la Religion de mis padres; yo creia en ella, y de este modo veia desplegarse ante mis ojos, sin nube alguna, el porve— nir que la misma promete. Tranquilo respecto del camino que yo debia seguir en este mundo, y del término á que debia conducirme en el otro comprendiendo la vida en sus dos fases, y la muerte que las une comprendiéndome á mí mismo, conociendo los designios de Dios respecto de mí, y amándole por la bondad de estos designios, considerábame feliz disfrutando de la dicha que proporciona una fe viva y cierta en una doctrina que resuelve todas las grandes cuestiones que pueden interesar al hombre.

>>Pero en los tiempos en que nací semejante felicidad no podia ser duradera; y al fin llegó el dia en que, del seno del apacible edificio de la Religion que me habia recogido al nacer y á cuya sombra habia pasado mi juventud, of el viento de la duda que de todas partes azotaba sus muros haciendo temblar hasta sus cimientos.

»Una vez puesta en duda á los ojos de mi razon la divinidad del Cristianismo, senti vacilar profundamente mis convicciones todas... Por esta pendiente, pues, se resbaló mi inteligencia alejándome poco á poco de la fe.

>>Entonces supe que en el fondo de mi propia alma no quedaba ya en pié creencia alguna: que todo lo que yo habia creido sobre mí mismo, sobre Dios y sobre mi destino en esta vida y en la otra, ya no lo creia, puesto que rechazaba la autoridad que me lo habia hecho creer: yo no podia admitirlo, lo rechazaba igualmente.

>> Terrible fué este momento; parecióme que se desvanecia mi primera vida, tan risueña y tan satisfecha: que se abria detras dé mí otra oscura y árida, y que desde entónces iba á vivir solo, solo con mi fatal pensamiento que acababa de desterrarme allí, pensamiento que estaba á punto de maldecir. Los dias que siguieron á este descubrimiento fueron los más tristes de mi vida. Nunca acabaria si hubiera de decir los tormentos que los agitaron: mi alma no podia acostumbrarse á un estado tan insoportable á la debilidad humana, y hacia desesperados esfuerzos para ganar las riberas que habia abandonado.

>>Pero las convicciones que la razon destruye, sólo ella puede levantarlas... No pudiendo sufrir la incertidumbre acerca del enigma del destino humano, no teniendo ya la luz de la fe para resolverlo, restábanme únicamente las luces de la razon para conseguirlo. Resolví, pues, dedicar todo el tiempo que fuese necesario, y áun mi vida, si preciso fuese, á tal investigacion. Este camino me condujo á la Filosofia, que me pareció ser esta investigacion misma.

>>Mi inteligencia, excitada por sus necesidades y ampliada por la enseñanza del Cristianismo, habia prestado á la Filosofía el grande objeto, los vastos mares, el sublime alcance de una Religion, igualando al propio tiempo el fin de la una con el de la otra, sin encontrar más diferencia entre ellas que la de los procedimientos y el método. La Religion imaginando é imponiendo, la Filosofía encontrando y demostrando, eran mis esperanzas cuando entré en la Escuela normal; y qué encontré alli? Toda la lucha que habia despertado los dormidos ecos de la Facultad, y que trastornaba las cabezas de mis compañeros de estudio, tenia por objeto único... la cuestion del orígen de las ideas. Esto era todo; y considerándome yo entonces impotente para apreciar las relaciones secretas que unen á los problemas en apariencia más abstractos y más muertos de la Filosofia con las cuestiones más vivas y más prácticas, aquel objeto nada era á mis ojos. No podia yo volver de mi sorpresa viendo el ardor con que se ocupaban del origen de las ideas, como si toda la Filosofía consistiese en esta cuestion, y pudiera prescindirse de Dios, del hombre, del mundo y de las relaciones que les unen, del enigma del pasado y de los misterios del porvenir, y otros muchos problemas gigantescos en los cuales confesaban que eran escépticos... Toda la Filosofía residia en un agujero en que faltaba el aire, y en donde mi alma, recientemente desterrada del Cristianismo, se ahogaba;

y, sin embargo, la autoridad de los maestros y el favor de los discípulos me imponian, y no me atrevia á manifestar mi sorpresa ni mi disgusto.

>> Así pasaron para mí los dos primeros años de mi profesorado; y si se reflexiona en los trabajos que los invirtieron, se verá fácilmente que no dejaron lugar alguno al exámen de las cuestiones generales, cuya solución me habia quejado yo al principio de no encontrar en la enseñanza de M. Cousin.

» Yo mismo me veia llamado á profesar una ciencia, cuyo objeto me era desconocido. Debo añadir tambien, para ser verídico, que el aplazamiento de estas cuestiones habia venido á ser ménos penoso para mi... No obstante, mi corazon todavía estaba preocupado; la preocupacion subsistia entera en él; y á veces, meditando por la noche asomado á una ventana ó de dia á la sombra de las Tullerías, impulsos interiores, súbitos accesos de ternura me recordaban mis creencias pasadas y extinguidas, mostrándome las tinieblas, el vacío de mi alma y el proyecto contínuamente aplazado de llenarlo.»> (Extracto de PIERRE-LEROUX: De la Mutilation d'un écrit de Jouffroy.)

Ahora bien: si todos los desgraciados discípulos de la Filosofía que nos ocupa quisieran ser francos, repetirian estas mismas confesiones y confirmarian la triste verdad de que, perdiendo la fe en dichas escuelas, no encontraron en ellas, para indemnizarse de tal pérdida, más que un vacío inmenso que aflige su espíritu, una duda horrible que devora su corazon y una fria desesperacion que les hace considerar la vida como un peso insoportable.

Al pensar, pues, que millones de almas, que una generacion infestada y corrompida por semejante enseñanza, propaga y perpetúa por toda Francia, por toda Europa sus horribles estragos, ¿tiene: algo de extraño que el corazon angustiado de un sacerdote manifieste con gritos agudos y con rudas palabras su tristeza y su dolor? ¿No tenemos el derecho de sorprendernos por nuestra parte viendo la indiferencia con que se asiste á esas horribles hecatombes de las creencias cristianas; y de que los mismos que se indignan con razon, que los que se llenan de santa ira contra los asesinos del cuerpo, reclamen indulgencia y caridad en favor de los asesinos de las almas?

¿JESUCRISTO, el Dios de la paciencia y de la mansedumbre con todo el mundo, no parecia olvidar en cierto modo su dulzura y su bon

dad tratándose de los fariseos? ¿No los llamaba: Sepulcros blanqueados, generacion adúltera, raza de viboras? ¿No los anonadaba con sus miradas de cólera (Circumspiciens eos cum ira: Marc., III), sus fulminantes palabras, con sus terribles anatemas? ¿Y por qué hacia esto sino porque los fariseos eran hipócritas, orgullosos que, creyendo ser los únicos sabios, los únicos hombres perspicaces é iluminados, monopolizaban la ciencia, engañaban, corrompian y estafaban al pueblo, en interes de sus planes y de su vanidad, separándole por medio de la mentira y de la impostura del conocimiento de Dios y de la verdad? ¿Y acaso los filósofos de que hablamos, verdaderos fariseos entre los cristianos, así como los fariseos eran filósofos entre los judíos, acaso no son ellos tambien todo esto? ¿Cómo, pues, ha de ser contrario á la caridad cristiana llamarlos con sus nombres, desenmascararlos y darlos á conocer como verdaderamente son? Si se les deben miramientos como hombres de talento ¿no se deben mayores áun á la juventud, á los ignorantes, á las almas sencillas é inocentes de quienes son verdaderos verdugos? La tolerancia con sus doctrinas, la indulgencia con sus personas ¿no seria crueldad para sus víctimas?

Podemos, finalmente, añadir, que esta severidad es ventajosa áun para los mismos que son objeto de ella. Si se les ataca sériamente y con todas las consideraciones debidas al verdadero talento y á la buena fe, al fin llegan a creerse tambien hombres formales, hombres de ciencia, hombres de importancia. Se elevan en su propia estimacion, se envanecen, y, como dice san Pablo', sé evaporan en sus propios pensamientos: Evanescunt in cogitationibus suis, concluyen por creer en sus propios errores, se obstinan en ellos y se pierden siguiéndolos. Así, pues, en vez de combatirlos, es más conveniente para ellos confundirlos. Desenmascarándolos, destruyendo su mal llamada ciencia, reduciendo á su justo valor su riqueza facticia y su verdadera miseria, es como se les puede ruborizar, obligarles à que se miren avergonzados á sí propios, inspirarles desconfianza en sus propias luces; y esa confusion del arrepentimiento, ese origen de la verdadera gloria (Est confusio adducens gloriam: Eccl., iv) es el que puede alcanzarles el perdon y asegurar su salvacion.

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Pero aprésurémonos á explicarnos respecto de otra objecion más grave entre las diferentes que se nos han dirigido.

§ 7. Respuesta á la censura de que EL SISTEMA EXPLICADO EN LAS CONFERENCIAS TIENDE Å ANULAR LA RAZON.—Impotencia de la razon para hallar por sí sola la verdad, probado por la razon misma y por la experiencia.-Esterilidad de toda filosofía que se aisla de toda revelacion.

Tambien se nos ha manifestado el temor de que, proponiéndonos, áun en materia de Filosofía, referirlo todo á la fe, parece como que intentamos acabar con la razon, malquistar esta con la fe, y la Reli-, gion con la Filosofia. ¿Han leido acaso los que tal acusacion nos dirigen el opúsculo anteriormente citado? Alli explicamos con toda claridad, á nuestro juicio, lo que entendemos por filosofia demostrativa У filosofia inquisitiva; hemos probado que por nuestro sistema dejamos una vasta parte á la razon en lo concerniente á la verdad, que la colocamos en su verdadero lugar, y que, léjos de desconocerla y atropellarla, aseguramos su importancia y afianzamos sus verdaderos derechos. Dignense, pues, nuestros adversarios leer el mencionado opúsculo, y al mismo tiempo atender à lo que vamos á añadir.

En el grande asunto del conocimiento de la verdad, que se considera como el objeto ó fin de la Filosofía, no se trata de un conocimiento que no puede adquirirse sinó despues de largos años de investigaciones, de estudios y de reflexiones: no se trata de un conocimiento incierto, confuso, vago, superficial, efimero; conocer de esta manera las cosas es lo mismo que no conocerlas : semejante conocimiento equivale á no poseer ninguno. En el gran negocio del conocimiento de la verdad se trata, dice santo Tomás, del conocimiento que más importa al hombre conocer, pero de un conocimiento PRONTO, CLARO, PRECISO, SIN MEZCLA DE ERROR, CIERTO, PROFUNDO, CONSTANTE Ó FIRME: De facili, brevi tempore, sine miscela erroris, fixa certitudine, y, por tanto, apto para obtener el asentimiento completo del hombre y para dirigir sus acciones. Pues bien, nosotros sostenemos que por la razon sola, por la razon entregada á sí misma, no se puede llegar á semejante conocimiento: que el espíritu humano, aunque es capaz, en virtud de su sublime facultad que los escolás―.. ticos llaman INTELLECTO OPERANTE, de formarse por sí solo las ideas generales de la causa y del efecto, de la sustancia y de los accidentes, del todo y de la parte, del individuo y de la especie, etc., no es, sin embargo, capaz de llegar por sí solo al conocimiento que necesita, al conocimiento verdadero, al conocimiento perfecto de Dios y de sus

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