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es cierto. Pero entonces, ¿cómo puede servir de base á la prueba de otras verdades este principio, de cuya verdad no hay medio de asegurarse? ¿Y cómo puede servir de criterio para distinguir la verdadera de la falsa evidencia, un principio cuya evidencia no puede saberse si es verdadera ó falsa? Fundamentum dialectica est: Quidquid enunciatur, aut verum esse, aut falsum. Quid igitur? Hæc vera an falsa sunt? Si ista explicari non possunt, nec eorum ullum judicium invenitur, ul respondere possitis vera ne an falsa sint; ubi est illa definitio: Effatum esse id quod aut verum aut falsum sit?»

Estrechados por esta argumentacion, quejábanse los estoicos de la impudencia y de la locura de los académicos, que se atrevian á poner en duda y pedir que se les probase una proposicion tan evidente en sí misma: Al imprudentes sumus qui quod tam perspicuum est non concedamus. Pero los académicos replicaban sin desconcertarse: «Quereis que admitamos vuestro primer principio, porque es, segun vosotros, evidente; pero ¿en virtud de qué principio y de qué derecho reclamais de nosotros tan importante concesion? Sin duda en virtud de este otro principio: Debe admitirse como verdadero todo lo que es evidentemente verdadero. Pero este segundo principio es evidentemente falso, pues vosotros no podeis negar que el número de falsas evidencias es incomparablemente mayor que el de las evidencias verdaderas. Reclamais, pues, que se os admita el principio fundamental de vuestra dialéctica en virtud de un principio falso, de un principio sobre el cual no podemos estar de acuerdo, y comenzais por suponer resuelto ya en vuestro favor lo que es cuestionable, ό mejor dicho, lo que constituye la cuestion. Porque la cuestion de la certidumbre se reduce á estas palabras: ¿Hay ó no un signo, un criterio cierto, seguro, para distinguir las verdaderas evidencias de las que no lo son? Quid est perspicuum? Esse vera quæ clara videntur. Quid quod multa plura falsa?

»Por lo demás, vuestro modo de discurrir me parece tan curioso, tan peregrino, añadia Ciceron, como el de los geómetras, los cuales se jactan, no sólo de persuadir, sino de obligar al espíritu á consentir; porque dicen: Nosotros probamos todo cuanto afirmamos. ¿Pero en qué fundan sus demostraciones? En principios matemáticos: un punto que carece de extension, una línea sin latitud ni espesor, una superficie desprovista de profundidad. Pero estos principios los establecen sin otra prueba; y si no se los concedeis, los parais en el principio de su camino, y esa pobre gente no puede dar ni un solo paso: Geometro provideant qui se profitentur non persuadere, sed cogere; et qui omnia quæ vobis describunt, probant. Non quæro ex his illa initia mathematicorum, quibus non concessis digito progredi non possunt; punctum esse quod magnitudinem nullam habeat; extremi

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tatem et quasi libramentum in quo nulla omnino crassitudo sit, lineam autem sine ulla latitudine currentem.

› Exactamente lo mismo sucede con vosotros. Afirmais que sólo admitís como verdadero lo que con el auxilio de las reglas de la dialéctica hayais probado como evidentemente verdadero. Y, sin embargo, admitis como primeros principios de vuestra dialéctica proposiciones que carecen totalmente de pruebas; y si alguien no las admite como verdaderas, y si vosotros mismos no empezais á admitirlas como tales, prescindiendo de toda prueba, ya no podeis discurrir, y el edificio de la dialéctica se desploma abatido por las propias manos que lo habian levantado.»

Esta argumentacion era contundente; y no teniendo nada que responder à ella, los estoicos recurrian al misterio: decian que, en efecto, existen cosas que de ningun modo pueden explicarse, y que los principios de la demostracion pertenecen á este número. Por consiguiente, reducidos á su último atrincheramiento, intercedian en favor de estas cosas inexplicables, pretendiendo que se les concedieran sin exámen, sin discusion y sin combate: Sed hoc extremum eorum est: postulant ut excipiantur hæc inexplicabilia.

«

Mas no será así, replicaba Ciceron; no os será difícil encontrar algun tribuno indulgente que os haga semejante concesion; pero por mi parte jamás: Tribunum aliquem censeo adeant; à me istam exceptionem nunquam impetrabunt.»

O en otros términos: «Vosotros que nada quereis admitir sin una razon evidente, ¿cómo podeis esperar que yo os conceda, ni que admita vuestros principios sin razon? Puesto que vuestra dialéctica se apoya únicamente en estos principios, que pretendeis que se admitan sin razon, síguese que pretendeis que se acepte como el arte verdadero de demostrar, un arte que se apoya en principios no demostrados. Porque, en efecto, no sólo no sabeis demostrar los principios de que se trata, sino ni áun defenderlos de los absurdos que resultan de ellos. Claro es, pues, que vuestra dialéctica, rebelándose contra sí misma, se destruye á sí misma con sus propios principios, y que abate con una mano lo que acaba de edificar con la otra. Pórque una de dos: ó concedeis que se debe admitir, áun con perjuicio de la dialéctica, lo que se deduce de sus principios, en cuyo caso es vencida y postrada por sus propias armas, ó no creeis que los principios de la dialéctica son principios universales y ciertos, en cuyo caso viene á ser un arte inútil, porque es un arte incierto en sus propios principios: Aut quidquid igitur eodem modo concluditur?»

De este modo combatia tambien Ciceron la teoría de la evidencia intelectual y la confianza de los dogmatizantes en el razonamiento.

§ XVI.-Cuarto argumento que impulsó á la antigua Filosofia al Escepticismo.Discordia de los filósofos sobre los más importantes objetos de la Filosofía, é impotencia para definir una sola verdad.

Ciceron no dejó ninguna salida á los dogmáticos. Despues de combatir el dogmatismo con la autoridad de los más grandes filósofos y por la fuerza del raciocinio, demostró su debilidad, su insuficiencia y sus peligros con los resultados mismos de la Filosofia: «Porque si el hombre, decia, posee en sí un criterio de certidumbre, ¿cómo los más grandes filófos, al ménos, que tanto han trabajado en la investigacion y descubrimiento de la verdad, no lograron saber nada de cierto? ¿Y qué es lo que los más insignes filósofos han conocido de cierto por la evidencia ó el raciocinio?

«No enumeraré las infinitas cuestiones que dejaron en el estado de problemas.

Unicamente os preguntaré: ¿qué es lo que han descubierto, qué llegaron á saber de cierto sobre la cuestion capital de la formacion de los séres y del origen del mundo? ¿No es verdad que, áun sobre este punto, hay entre los hombres más grandes tantas contradicciones de sistemas, tanta discordia de opiniones, que ya no sabe uno á qué atenerse? Non persequar quæstiones infinitas, tantum de principiis rerum, è quibus omnia constant, videamus quem probet? Est enim, inter magnos viros summa dissentio.» Y en apoyo de esta observacion, principiando por tales y concluyendo en los filósofos de su tiempo, Ciceron pinta el lúgubre cuadro, la historia más lastimosa de todos los sistemas contradictorios, de todas las horribles extravagancias, de todas las sandeces estúpidas, de todas las groserías inmundas, de todos los absurdos repugnantes que la razon filosófica ha profesado simultánea ó sucesivamente con respecto á Dios, al mundo y al hombre, y que nosotros hemos expuesto en nuestra primera Conferencia, en esta y en las notas que la acompañan. Despues de lo cual, Ciceron continúa así: «De todas estas opiniones, de estas sentencias tan contradictorias y tan variadas, una sola puede ser verdadera. Y pregunto yo: ¿Cuál es esta, para que un hombre cuerdo pueda seguirla con toda seguridad? Por qué medio podrá conocer que es la verdadera? ¿Se dejará llevar por la autoridad del nombre del filósofo autor de tal ó cual sistema? Pero ¿cómo podrá tener valor, y en qué se fundará para adherirse al dictámen de uno de estos filósofos, y condenar y rechazar las opiniones de los demás, cuyo número es tan considerable, y que son tan grandes hombres como el que se haya decidido á seguir? Ex his eliget vester sapiens unum aliquem, credo, quem sequatur; cœteri, tot viri et tanti, repudiati ab eo damnatique discedent?

› Bien sé, añadia, que cualquiera que sea la opinion que vuestro sabio adopte, siempre dirá que la ha adoptado porque le pareció la más verdadera y la más cierta; pues, en su concepto, es tan evidente como las cosas que se ven, que se conocen por el testimonio de los sentidos. Y como el sabio de que se trata pertenece á la secta de los estoicos, dirá que, á su juicio, tan cierto es que el mundo es sabio, como lo es que tiene un alma procedente de sí misma, la cual ha fabricado el mundo: alma que, moviéndolo todo, lo rige y lo gobierna todo; siendo esto, repito, tan cierto para él, como lo es que se ve en este momento porque es de dia: Quamcumque vero sententiam probaverit, eam sic animo comprehensam habebit, ut ea quæ sensibus. Nec magis approbabit nunc lucere, quam, quoniam stoicus, hunc mundum esse sapientem, habere mentem quæ et se et ipsum fabricata sit, et omnia moderetur, moveal et regat.

› Dirá tambien con igual aplomo, que el sol, la luna y las estrellas son dioses. No es mi ánimo decidir ahora si estas ideas son ó no falsas, y hasta os concedo que son verdaderas; pero que vuestro estoico posea la inteligencia, la evidencia y la seguridad que afirma tener, esto es lo que de ninguna manera puedo admitir. Porque ¿cómo es posible que su evidencia sea verdadera en vista de la evidencia contraria de un Aristóteles, por ejemplo, que, con un sinnúmero de argumentos, con una fuerza de raciocinio, á la que nada resiste, cae sobre vuestro pobre estoico, destruye todo lo que éste ha aprendido sílaba á sílaba durante un largo y penoso aprendizaje, y le prueba evidentemente que está loco? Erit persuasum etiam solem, lunam, stellas omnes deos esse. Sint ista vera. Comprehendi ea tamen et percipi nego. Cum enim stoicus iste tuus syllabatim ista didicerit; veniet flumen orationis aureum fundens Aristoteles, qui eum desipere dicat.

> En una palabra, concluye Ciceron, entre todas las hipótesis imaginadas por los filósofos relativamente á Dios, al mundo y al hombre, tal vez encuentre vuestro sabio alguna que le parezca evidente, y desde luego la adopte como verdadera; pero nuestro sabio, el verdadero sabio, no hallará en semejante cúmulo de opiniones extravagantes, contradictorias y absurdas, todas ellas con iguales razones para ser igualmente admitidas ó igualmente desechadas, una sola que tenga ni el menor grado de probabilidad: Horum aliquid vestro sapienti verum videtur, nostro ne quid maxime quidem probabile sit ocurrel, ita sunt, in plerisque, contrariarum rationum paria momenta.

Pero no tengo inconveniente, Luculo, en creer que tu modestia te impida acusarme porque no cedo á tus razones, y que si me con denas es no más porque no me presto á admitir razones de nadie. Pues bien: para librarme de tal acusacion quiero violentarme á mí mismo, y entre tantos filósofos voy á elegir uno cuyas doctrinas

quiero abrazar. Pero cuál de ellos será el objeto de mi eleccion? Será Demócrito, pues bien sabes que siempre he amado la nobleza: Sin agis verecundius et me accusas non quod tuis rationibus non assentiar, sed quod nullis; deligam. Quem potissimum? Democritum semper enim, ut scitis, studiosus nobilitatis fui. Pero qué veo? Aun no he acabado de pronunciar esta palabra, cuando todos os agitais, mirándome de reojo y amenazándome con aniquilarme á fuerza de invectivas y de sarcasmos. Y por qué tal saña contra mí? ¿Por qué tanta ojeriza? Por qué he llegado á ser odioso á vuestra secta? ¿Acaso es un crímen para mí el adoptar vuestro principio de la evidencia por regla única de mis juicios, y confesar con franqueza que lo que es evidente para vosotros no lo es para mí? ¿Comete acaso un crímen una pobre criatura al decir que ignora lo que efectivamente no sabe? Urgebor jam omnium vestrum convitio... Sed cur rapior in invidiam? Licet ne, per vos, nescire quod nescio?

Qué inconsecuencia, Luculo! A los estoicos no está permitido, en virtud de vuestro principio de la evidencia, estár en completo desacuerdo entre vosotros y haceros mutuamente la guerra, ¿y no me será lícito á mí pensar de una manera diferente que todos vosotros? En el concepto de Zenon, por ejemplo, como el de casi toda la secta estoica, es evidente que el aire es el Dios soberano, dotado de inteligencia y gobernador de todo. Segun Cleanto, que, como dócil discípulo de Zenon, está considerado entre los estoicos como una divinidad de primer órden, el Dios soberano, señor y dominador del mundo, lo es el sol. Así, pues, áun cuando quisiéramos limitarnos á la secta estoica nos veríamos perplejos en nuestra eleccion, viendo tal discordancia entre sus jefes, y no podríamos ménos de ignorar quién es nuestro verdadero señor, puesto que todavía no se ha decidido entre vosotros si es el aire ó el sol al que debemos tributar adoraciones y homenajes: An stoicis ipsis inter se disceptare licet, mihi cum iis non licebit? Zenoni et reliquis fere stoicis æther videtur summus Deus, mente præditus quo omnia regantur. Cleantes, qui quasi majorum gentium est stoicus, Zenonis auditor, solem dominari et rerum potiri putat. Itaque cogimur, disentione sapientum, dominum nostrum ignorare; quippe qui nesciamus soli an ætheri serviamus.»

Con la misma vena irónica é igual fuerza de raciocinio continúa Ciceron demostrando la discordia completa que reina entre los más grandes filósofos, y, por consiguiente, la imposibilidad aboluta que habia de considerar nada como verdadero y cierto sobre la gran cuestion del soberano Bien, del último fin del hombre, de la ley natural y de los deberes: Quid habemus in rebus bonis et malis explorati? Nempe fines constituendi sunt ad quos et bonorum et malorum summa referatur. Qua de re est igitur inter summos viros, major dissentio?

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