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ciatur, quo certius nihil potest esse: inter visa vera et falsa ad animi assensum nihil interesse.»

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Todo este razonamiento de Ciceron se reduce, pues, á lo siguiente: Es cierto, puesto que los mismos estoicos lo declaran, que muchas veces creemos ver lo que no existe, ó ver de una manera lo que existe de otra; y que estas falsas apariencias se nos presentan con el mismo grado de claridad, obtienen de nosotros un crédito tan entero y completo, y producen en nuestro espíritu una impresion tan fuerte como las percepciones verdaderas.

Cuando estos juegos de la imaginacion, estas ilusiones de los sentidos nos asaltan durante el sueño, la embriaguez ó la locura, medio poseemos de comprender su insuficiencia; porque el sueño, la embriaguez y la locura son un estado accidental, transitorio, excepcional del hombre, el cual, cuando vuelve en sí ó recobra la razon, viendo que las impresiones que creia experimentar no subsisten ya, puede convencerse de que ha sido engañado. Pero cuando estas ilusiones le asaltan durante la vigilia, en el estado de sobriedad de su cuerpo, de salud perfecta de su espíritu, no posee medio en sí mismo de notar que ha sido engañado. Para esto necesitaria, en primer lugar, variar de estado; porque sólo variando de estado puede conocer lo vano de los sueños experimentados durante el sueño. Pero cuando se engaña durante la vigilia, cuando es sobrio ó tiene el juicio sano, á qué estado puede pasar para advertir sus engaños?

En segundo lugar, deberia reflexionar, examinar, comparar; pero para decidirse á hacer esto, deberià haber concebido dudas sobre la realidad de sus percepciones. Ahora bien las falsas evidencias impresionan el espíritu del mismo modo que las verdaderas; y así como en el estado de la verdadera evidencia, no sólo no duda, sino que le es imposible dudar, así tambien no duda y le es imposible dudar cuando su evidencia es falsa; y, por consiguiente, no le ocurre la idea de que debe reflexionar, examinar, comparar; permanece, pues, en su error, porque, léjos de poseer el medio de salir de él, ni siquiera tiene el de conocerlo.

En vano se diria que el error, el engaño, cuando se trata del testimonio de los sentidos, es accidental: que solamente existe en algunos hombres, cuyos sentidos no están sanos, ó que hacen una mala aplicacion de ellos á los objetos que desean conocer; y que su error, su engaño, puede muy bien ser demostrado por el testimonio de la mayoría, en la cual el testimonio es fiel, porque tiene los sentidos sanos, y hace el uso legítimo y natural que conviene hacer de ellos. Esta mayoría se compone tambien de individuos expuestos á engañarse, y desprovistos de todo medio de advertir sus errores, lus cuales, no pudiendo conocer sus propios errores, mal podrian co

nocer los ajenos; por consiguiente, no hay medio de distinguir las verdaderas y las falsas evidencias que resultan del testimonio de los sentidos. Tales son los argumentos de Ciceron contra la certidumbre de la evidencia sensible.

§ XIV.-Tercer argumento por el cual los antiguos establecian el Escepticismo.-Impotencia de la lógica y discordia de los filósofos relativamente al criterio de la certidumbre.

Segun el mismo Ciceron, no es más afortunado el hombre con respecto á los medios de distinguir las verdaderas y las falsas evidencias que resultan del testimonio de la razon ó del raciocinio que de las que resultan del testimonio de los sentidos.

Tratándose de discurrir, dice, poneis en la lógica toda vuestra confianza. Pero ¿qué auxilio puede esperarse de una ciencia sobre cuyos principios no se hallan acordes las diferentes sectas filosóficas?

»El criterio de Pitagoras es el siguiente: Cada cual debe considerar como verdadero lo que le parece verdadero. El de los cirenaicos es enteramente diverso, pues no reconocen otra regla para distinguir lo verdadero de lo falso que los movimientos interiores del alma. Epicuro se halla en completo desacuerdo con estas dos doctrinas; pues para él nada verdadero existe sino lo que los sentidos y las imágenes sensibles y agradables de las cosas nos representan como verdadero. Platon, siguiendo una via enteramente opuesta, sostiene que ni los sentidos ni las concepciones, ó las opiniones que cada cual se forma, nada verdadero nos enseñan; y que la verdad se encuentra única y entera en las ideas de las cosas que por sí mismas se insinúan y penetran en nuestro espíritu: Judicia dialecticæ nulla sunt. Aliud judicium Protagora est qui putat id cuique verum esse quod cuique videatur. Aliud Cyrenaicorum, qui, præter permotiones intimas, nihil putant esse judici. Aliud Epicuri, qui omne judicium in sensibus, et in rerum notitiis, et in voluptate constituit. Plato autem omne judicium veritatis, veritatemque ipsam abductan sensibus, et ab opinionibus, cogitationis ipsius et mentis esse voluit.

Ahora bien: no siendo posible adoptar como criterio de verdad el conjunto de todos estos principios, porque son contradictorios, te ruego me indiques cuál de ellos debo preferir como el único verdadero, el único legítimo, el único natural. Pero ántes de responderme te advierto que no tienes derecho alguno para obligarme á tomar por guia uno ó varios de esos grandes maestros, cuya autoridad se halla contrabalanceada, destruida, anulada de antemano por sus mútuas discordias: Cur cogimus eos sequi, qui inter se tantopere dissident?» En cuanto á los estoicos, su criterio para distinguir las verdaderas

evidencias de las falsas era este: «Debemos mirar como existente toda proposición en la cual el predicado se refiera al sugeto de una manera tan íntima y necesaria como en esta proposicion : ES DE DIA, LUEGO VEMOS. A lo cual responde Ciceron en los términos siguientes: <Cómo os atreveis á apoyaros en semejante criterio? ¿Acaso habeis olvidado las disputas y contiendas que ocurrieron con motivo de este criterio entre los filósofos mismos que lo admitieron? Diodoro sostiene una cosa, Filon otra, y Crisipo difiere de la opinion de entrambos. Y este mismo Crisipo ¿no se hallaba sobre esta materia, como sobre el resto, en oposicion flagrante, no sólo con todos los demás, sino hasta con Cleante, que habia sido su maestro? ¿Qué diré de los dos grandes príncipes de la dialéctica, de esos dos entendimientos sublimes, Antipater y Arquidemo? ¿En cuántos puntos, sin salir de este objeto, no se hallan los dos en pleno desacuerdo? In hoc ipso quod in elementis dialectici docent quomodo judicare oporteat verum falsumne sit, si quid ita connexum est ut hoc: SI DIES EST, LUCET; quanta contentio est? Aliter Diodoro, aliter Philoni, Chrysippo aliter placet. Quid? cum Cleante, auctore suo, quam in multis rebus Chrysippus dissidet? Quid duo vel principes dialecticorum Antipater et Archidemus opinionissimi homines? Nonne in multis rebus dissentiunt?

>Y si todo lo dicho es cierto, ¿con qué derecho te atreves, Luculo, á hacerme odioso á tu secta, á llamarme, en cierto modo, ante los tribunales como culpable de un gran crímen, porque en materia de certidumbre no sigo á ninguno de esos filósofos de tu gremio, que ni siquiera se entienden entre sí? Quid me igitur, Luculle, în invidiam et tamquam in concionem vocas?>

Volviendo despues á los jefes de escuela, Platon, Aristóles y Zenon, veamos lo que Ciceron observa con respecto al criterio que establecen para el conocimiento de la verdad: «Opinan los platónicos, dice, que el espíritu es el que debe siempre juzgar por sí mismo, y con la mayor independencia, de las percepciones que llegan á nosotros por los sentidos; pues, segun los filósofos de que se trata, en el espíritu se encuentran las concepciones verdaderas, simples, abstractas y constantes, que expresan la naturaleza verdadera de las cosas sensibles; y, por consiguiente, sólo el espíritu es el juez legítimo de lo verdadero, y sólo á su testimonia debe darse crédito. Estas concepciones de las cosas, los platónicos, usando el lenguaje de su maestro, las llaman ideas, y nosotros, los latinos, especies ó imágenes de las cosas: Platonicis non est judicium veritatis in sensibus. Mentem volebant verum esse judicem, quem solum censebant ido neum cui crederetur. Quia solus cerneret il quod semper est et simplex et uniusmodi, et tale quale esset. Hanc illi IDEAM apellabant jam à Platone ita nominatam, nos recte SPECIEM possumus dicere.

›Así, pues, segun los platónicos, los sentidos no pueden darnos la certeza de nada; y, por consiguiente, de las cosas sensibles no se puede tener más que opiniones y no certeza. (Entre tanto, esto era el IDEALISMO.) No hay certidumbre más que con respecto á las cosas propiamente intelectuales, que son el dominio del sentimiento y de la razon, por cuyo motivo respetan tanto las definiciones que á cada paso les ocurren, y en toda clase de cuestiones que entablan: Sensus autem omnes hebetes et tardos esse arbitrabantur; nec percipere ullo modo res eas quæ subyectæ sensibus viderentur. Itaque hanc omnem partem rerum OPINIABILEM appellabant. Scientiam autem nusquam esse censebant, nisi in animi notionibus atque rationibus. Qua de causa definitiones rerum probabant et has ad omnia, de quibus disputabatur, adhibebant. ›¡Véase cuán grande es la ligereza, la debilidad del espíritu humano! Para Platon, la doctrina de las ideas innatas era tan cierta, que habia llegado á adorarla, y creia ver en ella algo de divino; pero Aristóteles, considerandola como un sueño, como un delirio humano, la combatió y la redujo á la nada: Aristoteles primus species labefactavit quas merifice Plato fuerat amplexatus, ut in his quiddam divinum esse diceret.

Pero volvamos á la razon.

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Continuacion del argumento de la impotencia de la lógica: lo vano y arbitrario de sus principios.

› Qué verdad puede descubrirse por la razon? Vosotros sosteneis que la razon puede llegar á poseer la verdad por medio de la dialéc tica, lo cual es, en vuestro concepto, la regla infalible y el juez supremo de lo verdadero y de lo falso. Pero ¿de qué verdadero y de qué falso se trata? Os ruego que me lo digais. ¿Acaso podrá la dialéctica decidir lo que es verdadero y lo que es falso en la Geometría, en la Literatura ó en la Música? Nada tiene que ver con esto. ¿Será, por ventura, en la Filosofia? Pero ¿qué puede decirnos la Filosofía acerca de la naturaleza y de la magnitud del sol? ¿Posee tal vez medios para juzgar la cuestion importante del soberano Bien? ¿Cuáles, pues, serán las materias de su competencia? ¿Juzgará solamente de lo verdadero de la razon componente y de la razon dividente? ¿Juzgará de lo que repugna á un principio y de lo que resulta de él como una consecuencia? Pero si no puede juzgar más que en tales casos ú otros análogos, sólo juzga de sí mismo: sin embargo, mucho más nos habia ofrecido, y sus juicios sobre semejantes materias no tienen importancia ni relacion alguna con las grandes y numerosas cuestiones de la Filosofía: Quid est, quod ratione percipi possit? Dialecticam inventam esse dicitis, veri et falsi quasi disceptatricém et judicem. Cu

jus veri et falsi? Et in qua re? in geometriane quid sid verum vel falsum dialectica judicabit? an in literis, aut in musicis? At ea non novit. In philosophia igitur. Sol quantus sit, quid ad illam? Quod sid summum bonum, quid habet, ut queat judicare? Quid igitur judicabit? Quæ conjunctis, quæ dijunctis vera sint; quid ambigue dictum sit, quid sequatur quamque rem, quid repugnet? Si hæc et horum similia judicat, de se ipsa judicat. Plus autem pollicebatur. Nam hæc quidem judicare ad cætera, res, quæ sunt in philosophia multæ atque magnæ, non est satis.

> Pero ya que tanto confiais en la dialéctica, cuidad no sea un arte que se vuelva contra vosotros mismos.

»Al principio os presenta la dialéctica con mil zalamerías y aire satisfecho los elementos del lenguaje; despues os enseña á descifrar las ambigüedades de las palabras y la manera de concluir y de probar; y luego que os da algunos otros preceptos, bien pocos, por cierto, y menos importantes, llega al sorites, á ese modo de argumentar tan peligroso y resbaladizo, del cual poco há deciais que es un modo vicioso de preguntar y no otra cosa: Sed quoniam tantum in ea arte ponitis: videte, ne contra vos tota nata sit. Quæ primo progressu festive tradit elementa loquendi et ambiguorum intelligentiam concludendique rationem: tum, paucis additis, venit ad sorites, lubricum sane et periculosum locum: quod tu modo dicebas esse vitiosum interrogandi genus.

¿No has observado, Luculo, que, semejante á Penélope, que contínuamente tejia y destejía la misma tela, la dialéctica destruye por sí misma al fin lo que habia establecido al principio? ¿Y quién tiene la culpa de este inconveniente? Acaso yo? ¿Tú, por ventura, ó es propio de la naturaleza del espíritu humano? Quid quod eadem illa ars, quasi Penelope, telam retexens, tollit ad extremum superiora? Utrum ca vestra, an nostra culpa est?»

Y, en efecto, Luculo habia reconocido que nada puede concluirse sino por premisas tan bien probadas, que no quede duda alguna de su verdad: Concludi argumentum non potest nisi iis, quæ ad concludendum sumpta essent, ita probatis, ut falso ejusmodi nulla possint esse. Pues bien, recordando este principio de los estoicos, Ciceron lo vuelve contra sus adversarios como sigue:

«El principio fundamental de la dialéctica, dice, es este: Todo lo que se expresa con palabras es verdadero ó es falso. Pero una proposicion, para que sirva de principio debe ser indubitablemente verdadera. En su consecuencia os preguntaré: ¿cómo probais que áun este principio de la contradiccion es verdadero y no falso? Respondeis que semejante proposicion, siendo un principio primero y no dependiendo de otro, no se la puede explicar ni demostrar, lo cual

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