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sarlas, todos los vicios, y siendo realmente una sabiduría y una virtud de vana ostentacion, desmentidas por la conducta de toda la vida.

No me cansaré de repetir que, si bien se examina, la sabiduría y la virtud filosófica no eran otra cosa que el arte de entregarse á toda clase de desórden; pero de tal suerte que no se gastase la vida, evitando al propio tiempo la pública reprobacion ó la venganza de las leyes: era el arte de ser vicioso impunemente el mayor tiempo que fuese posible y salvando las apariencias: era el comentario práctico de esta máxima de Ciceron, destructora de toda moral: «Conviene pensar como filósofo y vivir como político : Sentiendum philosophice, vivendum politice». (Véase Conferencia I, Pár. 16.)

Esta misma falsa sabiduría, esta virtud tan equívoca de los antiguos filósofos, es la que nuestros filósofos modernos nos elogian con el nombre de moral de Sócrates, de Platon y de Ciceron, y la que llaman moral seglar, moral de la vida presente, la única que necesitan los hombres; pues por lo que hace á la moral del Evangelio solamente los ascéticos y los escogidos la necesitan. Así, pues, á no ser que se quiera suponer, para disculparlos, que apénas saben lo que se dicen, es imposible no conocer que la moral que ellos tienen siempre en la boca y bajo su pluma, no es en su esencia otra cosa que una moral que destruye toda moral, así como la Religion que predican es una Religion que prescinde de toda Religion; en una palabra, que la moral filosófica con que se pretende sustituir á la moral cristiana es el vicio, así como la Religion filosófica con que quieren reemplazar el Cristianismo es lisa y llanamente la incredulidad. Nada de esto es ya dudoso, despues de los escritos de Proudhon, y al ménos sabemos á qué atenernos con respecto á la Religion y á la moral de ciertos escritores filosóficos que llevan el nombre de progreso.

Por lo que hace á los que no han abjurado completamente el Cristianismo, si quieren saber de una manera cierta, infalible, lo que era la moral de los antiguos filósofos, no tienen más que leer el horrible cuadro que el apóstol san Pablo con tanta maestría hace de ella. ¡Oh admiradores estúpidos! ¡ Oh sacrilegos panegiristas de la moral filosófica pagana, leed, pues, este elocuente pasaje del grande Apóstol, y avergonzaos al ver que, al hablar como lo haceis, os mostrais igualmente ignorantes del Cristianismo y de la Filosofía! PROPTEREA TRADIDIT ILLOS DEUS in passiones ignominia. Nam fœminæ eorum immutaverunt naturalem usum in eum usum qui est contra naturam. SIMILITER AUTEM ET MASCULI, RELICTO NATURALI USU fœminæ, exarserunt in desideriis suis IN INVICEM, masculi IN MASCULOS TURPITUDINES OPERANTES et mercædem, quam oportuit, erroris sui in semetipsis recipientes. Et sicut non probaverunt Deum habere in notitia, tradidit illos Deus in repro

bum sensum, ut faciant ea quæ non conveniunt, REPLETOS OMNI INIQUITATE, malitia, fornicatione, avaritia, nequitia; plenos invidia, homicidio, contentione, dolo, malignitate; susurrones, detractores, Deo odibiles, contumeliosos, elatos, INVENTORES MALORUM, parentibus non obedientes, insipientes, incompositos, sine affectione, absque fœdere, sine misericordia. Qui cum justitiam Dei cognovissent, non intellexerunt quoniam qui talia agunt digni sunt morte, et non solum qui ea faciunt, sed etiam qui consentiunt facientibus. (Rom., I, 24, 32.)

No es mi ánimo acusar á esos desgraciados; bien sé que si yo hubiese nacido en aquella triste época, en medio de naciones corrompidas por la Filosofia y por la idolatría, quizas hubiera sido peor ó al ménos lo mismo que ellos. Lo que acuso es la jactancia, la sacrílega y estúpida insolencia de los que se extasían á la vista de la moral de los antiguos filósofos, que se obstinan en llamar virtuosa, mintiendo á la historia y á sí mismos, y que tienen la pretension de reemplazar con ella á la moral del Evangelio, para formar buenos ciudadanos y un estado social sólido y perpétuo.

Verdaderamente, esas torpezas, esas monstruosidades, esos horrores nada tienen de extraño en hombres que desconocen ó niegan el dogma de la creacion del hombre. Porque si Dios no ha creado al hombre es de todo rigor admitir, como acabamos de ver (Conferencia precedente, Pár. 20), que Dios no ha podido dictarle leyes. En este caso, la ley natural, invencion y obra del hombre, no puede depender más que del arbitrio y de la voluntad del hombre, ni obligarle sino en tanto que al hombre le plazca obedecerla. La idea de moralidad absoluta desaparece, y la utilidad es la única medida de lo justo y de lo honesto. En efecto, la utilidad civil, doméstica é individual es la base de todos los tratados morales que los filósofos paganos nos dejaron, y de las legislaciones paganas que se han formado en vista de dichos tratados. El uso de las mujeres, el divorcio, la poligamia y cuanto se refiere a las costumbres en dichos tratados, no pása de un asunto de conveniencia, de policía y de propiedad.

En ellos se establece que se debe vivir conforme à la naturaleza, obedecer á la naturaleza. Pero fuera de la revelacion, se puede sospechar la caida del hombre, mas no formarse una idea clara y distinta de esta verdad; y, por tanto, no es fácil distinguir exactamente las inclinaciones legítimas y verdaderas, naturales al hombre ó conformes á su naturaleza primitiva y perfecta, de las inclinaciones desordenadas ó contra naturaleza, resultado funesto de su caida, y propias de su naturaleza degenerada. Por cuya causa tambien la Filosofia autorizó las relaciones más infames, las que más ultrajan á la naturaleza, las que el pueblo aborrecia como cosas indiferentes ó con

formes á la naturaleza.

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Pero áun admitiendo que la razon, alumbrada por la conciencia y sostenida por las creencias universales, haya podido distinguir las tendencias contra naturaleza de las legítimas de la naturaleza, la Filosofia, negando la creacion, no hubiera dado un paso en la senda de la moralidad. ¿Qué seria, en efecto, esta naturaleza, y qué obli➡ gaciones morales puede imponer, si está formada independientemente del Dios creador y señor de la naturaleza? Vuelvase la tésis como se quiera, y examinese bajo cualquier punto de vista, no puede establecerse ninguna regla de moral uniforme, estable y obligatoria para la conciencia del hombre fuera del dogma del origen divino del hombre, y todos los vicios y todos los crimenes vendrán á ser prácticas legítimas é indiferentes para toda filosofia que niegue el dogma de la creacion.

Los modernos han arreglado de otro modo el principio de la ley moral, prescindiendo de un Dios legislador: «El bien, dice M. Jouffroy, el verdadero bien, el bien en sí, el bien absoluto, es la realizacion de la ley absoluta de la creacion, el órden universal..... El bien de cada sér es un fragmento del bien absoluto, y tal es el título que lo constituye un bien; y si el bien absoluto es respetable y sagrado para la razon, el bien de cada sér, el cumplimiento del destino de cada sér, son igualmente sagrados y respetables para ella.

Desde que nuestra razon concibe la idea del órden, existe entre nuestra razon y esta idea una simpatía tan profunda, tan verdadera, tan inmediata, que se prosterna ante esta idea, la reconoce como sagrada y obligatoria para ella, la adora como su legitima soberana y se somete á ella como á su ley natural y eterna. Violar el órden es una cosa indigna á los ojos de la razon: realizar el órden, en cuanto es compatible con nuestra flaqueza, es bueno, es bello. Un nuevo motivo de obrar aparece: una nueva regla, verdaderamente regla: una nueva ley, verdaderamente ley: un motivo, una regla, una ley que por sí misma se legitima, que obliga inmediatamente, que no necesita para hacerse respetar y reconocer invocar nada que le sea extraño, nada que sea anterior y superior á ella. Aun cuando más allá del órden no hubiese un Dios para nuestra razon, no seria aquel ménos sagrado para esta; porque la relacion que existe entre nuestra razon y la idea de órden subsiste independientemente de todo pensamiento religioso. (Cours de Droit Naturel, Lec. 11.)

Así, pues, en concepto de M. Jouffroy, el fin absoluto de la ley moral es el órden universal del mundo y el órden particular de los séres que lo componen; y el conocimiento de este órden crea una regla verdadera, una verdadera ley que por sí MISMA OBLIGA, independientemente de todo sér anterior é superior, esto es, de Dios. Este principio, como acabamos de ver, es el mismo conocido de

Grocio, que sostenia que las leyes morales serian siempre leyes verdaderas, áun cuando Dios no existiera: Hæc veræ essent, etiamsi Deus non existerit. Pero desde luego resulta que el órden universal del mundo no puede ser absoluto, esto es, infinito, necesario, inmutable, eterno, sino siendo el mundo Dios, y poseyendo los atributos propios de Dios, lo cual es el panteismo estoico.

Si se admite que el mundo ha sido creado, el mundo es, con todos los séres que contiene, contingente, relativo, mutable, temporal, finito; y el órden de un sér semejante jamás puede ser absoluto; la idea de órden universal y particular no puede, pues, constituir obligaciones absolutas, y, por consiguiente, tampoco un fundamento, una base á la moral. Para admitir semejante doctrina, seria preciso ó admitir el Panteismo ó quitar á la moral la base del absoluto, que necesita para producir verdaderas obligaciones, verdaderos deberes. Muy necios, muy tontos y, digámoslo de una vez, muy ridículos son nuestros filósofos al pretender conseguir del hombre el sacrificio de sus intereses, de sus gustos, de sus placeres, de sus pasiones, en nombre de la simpatía que tiene la razon con el órden universal, en nombre de la belleza del órden universal, en nombre del mismo órden universal. Las pasiones del hombre no ceden á tales consideraciones; fuera de la idea de un Dios legislador, cuya autoridad ab- soluta puede por sí sola crear deberes absolutos que obliguen á la conciencia, en vano se hablará al hombre de la necesidad y belleza del órden; el órden no será para él más que una palabra vacía de sentido; el órden, segun él lo entiende, será únicamente el que le sirva para satisfacer sus apetitos, sus inclinaciones por todos los medios posibles; y, por consiguiente, se pueden pronunciar muy buenos discursos sobre la virtud, pero nunca se formarán hombres verdaderamente virtuosos, á ménos de ser hombres virtuosos á la manera de los filósofos antiguos, que siempre tenian la virtud en los labios y se abandonaban á todos los vicios.

TERCERA PARTE.

ESCEPTICISMO DE LOS ANTIGUOS.

§ XII.-CUESTIONES ACADÉMICAS de Ciceron.-Su primer argumento en favor del Escepticismo. Ejemplo de los filósofos más célebres.

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El ESCEPTICISMO ó la desesperacion de encontrar la verdad, es seguramente la consecuencia más horrible y funesta de la ignorancia ó de la negacion del dogma de la creacion; pero al propio tiempo

su consecuencia más lógica. Para convencerse de esto basta leer el segundo libro de las Cuestiones académicas, de Ciceron, el tratado más completo que nos queda de la razon filosófica antigua en favor del Escepticismo.

El filósofo romano se revela en él al mundo filosófico como el escéptico más consumado de toda la antigüedad, no sólo en pasajes aislados y por medio de palabras escritas en un momento de mal humor, sino con voluntad premeditada y fija, con toda la fuerza de su inteligencia, de su alma y de su palabra, al destruir en este libro, una tras otra, todas las razones, todos los indicios, todos los criterios de la certidumbre, y estableciendo que el hombre de nada puede estar seguro y que la duda universal es su condicion inevitable, su estado natural.

Los principales personajes de tan triste diálogo son Luculo y el mismo Ciceron, que disputan en presencia de Catulo y de Hortensio acerca de la certidumbre; sosteniendo el primero, esto es, Luculo, el dogmatismo del Pórtico ó de los estoicos, y defendiendo el segundo, Ciceron, las Epochen de la Academia ó la suspension de todo consentimiento á las percepciones recibidas.

Nada más propio para demostrar la importancia del dogma de la creacion que esta disputa, en que la razon filosófica antigua, por haber ignorado ó negado el verdadero origen del hombre y su creacion por Dios, se ve reducida á establecer como conclusion de toda su ciencia, el escepticismo ó la imposibilidad en que el hombre se halla de encontrar la verdad.

Aquí sólo presentarémos un breve resúmen de tan famosa disputa, traduciendo, ménos segun la letra que el espíritu, los pasajes más notables, coordinándolos entre sí, y añadiendo algunas observaciones propias para que resalte la triste y lamentable verdad de que negando la creacion del hombre, tal cual nos la enseñan los Libros Sagrados, no se puede ménos de caer en el más funesto escepticismo, y despues de negarlo todo negarse uno á sí propio.

Para que no cupiese duda acerca del punto principal de la cuestion, Luculo habia dicho: «Toda la doctrina de los académicos se resume en esta conclusion: De las cosas que creemos ver ciertamente, las unas son verdaderas, las otras falsas: es así que lo falso no puede ser evidentemente percibido; luego la evidencia de lo falso es falsa en sí misma; y, sin embargo, muchas veces nos parece verdadera. Al contrario, la evidencia de las cosas verdaderas es verdadera en sí misma, pero muchas veces nos parece falsa; y no hay medio de distinguir la falsa evidencia de las cosas falsas de la verdadera evidencia de las cosas verdaderas. Resulta, pues, que no es posible tener certeza ni de lo verdadero ni de lo falso; y, por consiguiente,

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