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los dioses subalternos de su invencion con el Dios único, el Dios supremo, que era siempre el mismo; al paso que, leyendo á los filósofos, es imposible formarse una idea exacta de lo que era su dios, cuando se dignaban admitir uno. La teología de estos no era, como acabamos de ver, otra cosa que un conjunto de ideas confusas, de principios arbitrarios, de razonamientos sofisticos, de conclusiones absurdas. Nunca, sobre objeto alguno, tuvo su razon ideas más vagas, más inconstantes, más contradictorias, más inciertas, más extravagantes, más groseras ni más funestas. Recuérdese la doctrina de Crisipo sobre Dios, que, como acabamos de observar (Pár. 16), resumia las diferentes opiniones de todos los filósofos relativamente á Dios, y puede traducirse con estas palabras: Todo era Dios para los filósofos ménos el Dios verdadero. A causa principalmente de su manera de filosofar acerca de Dios, llamó Ciceron á los filósofos SOÑADORES DELIRANTES : Exposui delirantium somnia; y áun Sócrates, segun el testimonio de Xenofonte, los llamaba niños que jugaban á adivinar las cosas ocultas, ó verdaderos maniáticos que pasaban su vida delirando: Istos omnes vaticinari ostendebat Socrates, nihilque omnino ab insanis et furiosis discrepare.

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Por el resúmen que hemos hecho en nuestra primera y en nuestra tercera Conferencias de las opiniones de los filósofos antiguos y modernos acerca de Dios; por lo que hemos dicho en esta y en sus notas, y por lo que vamos á decir en la siguiente, está demostrado, en nuestro concepto, que la historia de la Filosofía no es otra cosa que la historia de los extravíos del espiritu humano, que pretende adivinar, conocer á Dios, al hombre y al mundo sin más que con su razon. Es imposible sacar una conclusion diferente del estudio formal de la historia de la Filosofía.

Se ha dicho que esto ha sucedido así porque los filósofos no raciocinaron como debian, y porque abusaron de su razon. Es muy cierto. Pero como la historia de la Filosofia no nos indica ni siquiera un filósofo que haya raciocinado como debia, y que no haya abusado de su razon discurriendo sobre Dios, ¿no debemos concluir de este hecho universal y constante, que es casi imposible á la razon individual, que tiene la pretension de caminar sola, raciocinar bien y no abusar de sí misma? Tal es la opinion de santo Tomás, en aquel magnífico pasaje de la Suma contra los gentiles, en que establece la necesidad de la revelacion hasta para llegar á conocer esa parte de las cosas divinas que no están fuera del alcance de la razon: De rebus divinis ad quæ ratio pertingere potest. En este pasaje, que hemos tras

crito y comentado en nuestra primera Conferencia (Pár. 9), prueba el Doctor angélico que los extravíos de la razon relativamente al conocimiento de Dios y su impotencia para descubrir la verdad en este punto sin mezcla de error, sine miscela erroris, dependen principalmente ménos del desórden de la voluntad que de la debilidad del entendimiento humano, que es muy limitado cuando trata de conocer las cosas divinas: Ratio humana in rebus divinis est multum deficiens propter imbecillitatem intellectus humani. Y apoyado en tales principios, demuestra santo Tomás la imposibilidad en que la razon humana se encuentra de llegar al conocimiento claro, puro, exacto y cierto de Dios, sin el auxilio de la fe: Et ideo OPORTUIT ut ea per modum fidei traderentur. Ahora bien: de la imposibilidad de que el Angel de la Escuela nos ha dado la prueba racional, nos suministra la historia de la Filosofía la demostracion irrecusable ó los hechos. Y si esta misma imposibilidad la demuestra la razon de acuerdo con la experiencia, con una experiencia constante, universal, de todos tiempos y países, áun en nuestros dias, ¿no es increible, incomprensible, absurda, y áun estoy por decir casi estúpida, la pretension de ciertos racionalistas de que el hombre por su sola razon, sin el menor apoyo de la fe y de las tradiciones, puede elevarse al conocimiento de Dios, puro, cierto, perfecto? ¿No es esto rebelarse contra la razon y desmentir descaradamente á la historia? ¿No es una ceguedad voluntaria, no sólo respecto de lo que en otro tiempo sucedió en el mundo, sino tambien respecto de lo que pása á nuestra vista? Y, sin embargo, eso es lo que sostienen ciertos hombres de talento, y áun personas que se llaman teólogos y filósofos.

SEGUNDA PARTE.

EPICURISMO DE LOS ANTIGUOS FILÓSOFOS.

§ VIII. La doctrina del ESTADO SALVAJE, consecuencia necesaria de la negacion del dogma de la creacion del hombre por Dios. Esta misma doctrina, causa necesaria del Epicurismo especulativo y práctico de los antiguos filó– sofos.

Hemos visto (nota de la Conferencia anterior) que una vez admitido Dios como creador del hombre, es forzoso admitir igualmente que el Criador se reveló á sí mismo desde un principio a su criatura, enseñándole su origen, su destino y los medios de llegar á él, esto es, la Religion y la ley llamadas naturales.

Y, al contrario, una vez desconocido ó negado el dogma del orígen divino del hombre, la hipótesis del estado salvaje ó brutal como estado primitivo y originario del hombre, este aborto monstruoso de la razon filosófica antigua, que la razon filosófica moderna no se ha avergonzado de exhumar y de propalar en alta voz, este inmenso error que se halla en oposicion flagrante con las luces de la recta razon, con los monumentos de la tradicion y con la fe universal y constante de la humanidad: esta horrible y miserable hipótesis, digo, es la manera única de explicar el hombre y la sociedad.

Verdad es, segun hemos visto tambien (Conferencia I, párrafo 5), que los principales filósofos, particularmente Platon y Ciceron, en momentos de intervalos lucidos de su razon, y cuando, de acuerdo con los poetas traducian en lenguaje elevado las creencias comunes, tributaron tambien un brillante homenaje al origen divino del hombre y á su alianza con Dios. Pero es igualmente cierto que, como filósofos, queriendo adivinarlo todo por su razon, desconocieron ó negaron la creacion del hombre por Dios, y abrazaron la doctrina del estado salvaje; y ya hemos visto que las dos grandes sectas en que se habian dividido los filósofos antiguos, la de los estoicos y la de los epicureos, segun el testimonio de Ciceron y de Horacio, profesaban igualmente la misma doctrina.

Segun esta doctrina, el hombre, habiendo nacido de la tierra por el movimiento y la energía de la naturaleza, como los animales y las plantas, despues de haber inventado el lenguaje, las ideas, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, formó su razon, imaginó las leyes: Ne quis fur esset aut adulter, como dice Horacio, y fundó la sociedad.

Ahora bien, como todo hecho humano puede ser modificado, y áun destruido por el hombre para recibir nueva forma, resulta que las mismas leyes naturales y la sociedad, cuyo fundamento son, no tienen otra base, otra sancion que la voluntad y áun el capricho del hombre.

Respecto de los pueblos que habian conservado la fe en el orígen divino de la ley, igualmente que del hombre, esta ley, como tenia su principio y fundamento fuera del hombre, en la voluntad y la revelacion de Dios, tenia tambien en Dios mismo la fuerza de su sancion, no ménos que la razón de su uniformidad y la garantía de su estabilidad. Y tal es la causa de que la ley natural, más ó ménos alterada, y áun corrompida por las pasiones del hombre en sus consecuencias prácticas y en su aplicacion, haya sido, como lo ha demosdo santo Tomás, siempre y en todas partes la misma relativamente á sus principios, no habiendo podido nunca ser borrada del espíritu y del corazon de los hombres.

Mas para los filósofos que habian abandonado la creencia de la intervencion divina en el hombre, la ley natural no era otra cosa que el hecho y la creacion del hombre; así es que esta ley llegó á ser un manantial inagotable de disputas, áun con respecto á sus principios; y privada de toda base sólida y de toda sancion divina, no fué más que un juego variable del espíritu, en vez de ser una regla inmutable de la vida humana.

Sabido es que los filósofos jamás pudieron ponerse de acuerdo en la gran cuestion del SOBERANO BIEN, del fin inmediato y postrero del hombre; y así nada tiene de extraño que no se hayan entendido mejor al tratarse de las leyes, que no son otra cosa que los medios de llegar á este fin. Porque el fin, dice Aristóteles, es la regla de los medios: Finis est regula cæterarum, lo que los da á conocer y reclama su aplicacion. Por cuya razon los más grandes filósofos desconocieron hasta los principios de la moralidad más vulgar, y los combatieron, protegiendo y practicando al propio tiempo los vicios más vergonzosos. (Véase Conferencia I, Pár. 16.)

Tal es lo que vamos á ver en esta segunda parte de nuestro resúmen -sobre la Filosofia antigua; esto es, que habiendo la moral especulativa y práctica de los filósofos negado el dogma de la creacion, no fué dicha moral en su esencia otra cosa que el Epicurismo más inmundo y más desvergonzado.

§ IX.- Moral de Ciceron.—El vicio contra naturaleza comun entre los filósofos. -Moral de los estoicos.`

Hé aquí una pequeña muestra de la moral que la antigua razon filosófica sacó de la negacion del dogma de la creacion. Ciceron, á quien se considera como uno de los hombres más honrados de la antigüedad, decia á Lúculo: «¿Acaso hay muchos hombres hermosos en el mundo? Recuerdo que estando yo en Aténas era difícil hallar uno solo entre aquellos numerosos rebaños de mancebos destinados á los placeres. Bien veo que lo que me concierne en este particular, en que me iba perfectamente, parece que lo consideras como un vicio. Pero, qué quieres que te diga? Así era ni más ni ménos. Vicio será si te place darle tal nombre; pero el ejemplo que nos presentaron, las concesiones que nos hicieron los filósofos antiguos, todo contribuye á estimularnos á amar los jóvenes mancebos y volvernos agradables áun á los vicios. Alceo goza contemplando el lunar que su criado tiene en la cara; sin embargo, un lunar es una mancha en el cuerpo, si bien para Alceo es un punto luminoso. Q. Cátulo, padre de este colega y amigo comun que está aquí, amaba mucho á Roscio, tu conciudadano, y él mismo fué quien compuso en

honor de Roscio los siguientes versos: «Habíame detenido un instante á saludar tal vez la aurora que iba á nacer, cuando de repente ví, á la izquierda, á Roscio presentarse á mis ojos. No puedo pintar la impresion que me causó; lo que puedo decir es (permitidme, oh celestes deidades, que lo confiese francamente sin ofenderos), lo que puedo decir es, que aquel mortal me pareció más bello que un dios: Quotus enim quisque formosus est? Athenis cum essem, egregibus epheborum vix singuli reperiebantur. Video, quid arriseris. Sed tamen ita res se habet. Deinde nobis, qui, concedentibus philosophis antiquis, adolescentulis delectamur, etiam vitia sæpe jucunda sunt. Nevus in articulo pueri delectat Alcæum. At est corporis macula nevus. Illi tamen hoc lumen videbatur. Q. Catulus, hujus collegæ et familiaris nostri pater, dilexit municipem tuum Roscium : in quem etiam illud est ejus :

Constitueram, exorientem auroram forte salutans,

Cum subito è lava Roscius exoritur.

Pace mihi liceat, cœlestes, dicere vestra,
Mortalis visus pulchrior esse Deo. »

Hé ahí lo que el buen Ciceron no se avergüenza de escribir; hé ahí lo que, con repugnante cinismo, declara que practica siguiendo el ejemplo y con el permiso de los antiguos filósofos, y personajes tales, como Cátulo, considerados en toda Roma como los hombres más morales. Por lo demás, Ciceron llama, en tono irónico, vicios á semejantes relaciones.

Otros horrores afea igualmente la historia al bueno de Ciceron, como el haberse divorciado de su primera mujer, que con tanta abnegacion le amaba, que tanto habia trabajado para que le levantáran el destierro, y por quien tanta ternura aparentaba él, y todo esto para casarse con la hermana de Pompeyo por política; así como posteriormente se separó de esta segunda mujer para unirse con otra muy rica y poder pagar sus deudas. Tambien se le acusa de haber mandado matar muchos prisioneros despues de la batalla que ganó contra los Partos, con el fin de que resultase el número exacto de enemigos muertos que la ley exigia para conceder el triunfo. Por lo demás, Ciceron, como acabamos de ver (Conferencia X, Pár. 18), era el panegirista y amigo de los epicúreos, y así no es extraño que siguiese y practicase la moral de éstos.

Pero tenemos aún otras pruebas de que el vicio contra naturaleza era comun á todos los filósofos. El testimonio de Plutarco, que más adelante trascribiremos, no deja duda alguna de que tan infame práctica fué aprobada, y áun imitada y seguida por los sabios que más fama de honrados y decorosos tenian.

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