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hacen los mayores esfuerzos para realizar esos gritos satánicos y arrojar á Dios del espíritu y del corazon del hombre y de todas las instituciones sociales. Protestantismo, Racionalismo, Eclecticismo, Comunismo, Sonambulismo, todos estos lamentables desvarios de la razon filosófica moderna, encerrando en su seno el ateismo, parece como si se hubiesen citado al terreno de la ciencia, del progreso y del interes humanitario para combatir á Dios; y para mejor combatir al DIOS-DIOS atacan primero al HOMBRE-DIOS, porque el HOMBREDIOS es quien mejor da á conocer al DIOS-DIOS, suministrando las pruebas de él, explicándolo y haciéndolo amar.

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Ensálzase el Evangelio, pero se cercenan sus hechos: se celebra su doctrina, pero se rechaza el dogma: se elogia su culto espiritual, pero no se quieren los Sacramentos: se alaban las virtudes de JESUCRISTO, pero se disputa su omnipotencia: se aparenta extasiarse por su persona, pero se le niega la divinidad.

Segun algunos de nuestros supuestos sabios el Salvador del mundo no es más que un gran filósofo : segun otros, un gran político; y áun hay quien le considera como un gran magnetizador ó como un gran mágico. Colócasele en la misma línea, no sólo que Moisés, porque esto seria honrarle demasiado, sino que Trismegisto y Zoroastro, Sócrates y Confucio, Apolonio y Mahoma. Conviénese en llamarle varon admirable, pero es para poder decir más audazmente que no es Dios.

Pero esta tendencia diabólica de la falsa ciencia moderna á aislar á Dios del hombre y al hombre de Dios es muy antigua. Tal era el pensamiento sacrilego de Sócrates. Se ha acusado á Lactancio de haber calumniado á dicho filósofo atribuyéndole estas palabras impías: «Lo que está sobre nosotros en nada nos concierne: Quod supra nos, nihil ad nos». Sin embargo, es indudable que tales palabras y tal pensamiento son de Sócrates, puesto que el docto Varron, citado por Ciceron, y muy entendido en filosofia griega, nos dice que, segun Sócrates, las cosas del cielo están demasiado léjos de nosotros para que podamos conocerlas; que áun cuando llegáramos á comprenderlas, son nociones inútiles que ninguna relacion tienen con la ciencia de vivir bien, y que de todos modos no merecen que el hombre se ocupe de ellas: Sócrates cœlestia vel procul esse à nostra cogitatione censet; vel si maxime cognita sunt, nihil tamen ad bene vivendum. (VARRO, apud Cicer.: Academic., Lib. 1, Cap. iv.) El mismo pensamiento lo repitió Rousseau en estos últimos tiempos en otros términos, diciendo: «No se me hable de dogmas: ¡la moral,

la morall lo demás nada importa». Y desde Rousseau, que la reprodujo, la idea socrática ha constituido siempre el fondo de la Filosofía moderna, caminando fuera de las vias del Cristianismo.

San Pablo, el primero, el verdadero fundador de la filosofía cristiana, estableció, por el contrario, esta ciencia sobre la siguiente máxima: «El verdadero cristiano debe, ante todas cosas, buscar lo que es superior á él: aficionarse á las cosas del cielo, y no á las de la tierra: Quæ sursum sunt quærite, quæ sursum sunt sapite, non quæ super terram». (Colos., III.) La Iglesia católica, inspirada por su parte con la bella máxima del inspirado escritor, nos dice todos los dias al oido: «Elevad vuestros corazones, elevad vuestros corazones: Sursum corda, sursum corda». (Præf. Mis.) Así, pues, la Religion procura elevar el hombre al cielo, inspirarle aficíon é interes por el cielo, persuadirle á pedir á éste la regla de su conducta: colocarle en el cielo, convertirlo en una cosa enteramente celeste, en el номBRE NUEVO, en el HOMBRE SEGUN JESUCRISTO, en el Hombre del Cielo, porque es hombre y Dios al mismo tiempo: Secundus homo de cœlo cœlestis: qualis cœlestis tales et cœlestes. (I, Corint., xv.) Pero la Filosofia moderna, al contrario, inspirada por el pensamiento pagano de la antigua Filosofía, procura por todos los medios posibles encorvar al hombre hacia la tierra, sujetarle, clavarle á ella, concentrar todas sus ideas, sus sentimientos y sus inclinaciones en la tierra, y pedirle la verdad de sus concepciones y la regla de sus deberes; en otros términos, rebajarle hasta la condicion del bruto, hundirle en el cieno, trasformarlo en una cosa del todo terrestre, convertir el hombre cristiano, el hombre regenerado, al estado del primer hombre, que, como caido y delincuente, no era más que el hombre de la tierra, el hombre-tierra: Primus homo de terra terrenus. Qualis terrenus, tales et terreni. (Ibid.) No necesita más que esto el hombre celoso de su dignidad y de su grandeza para condenar esta Filosofía, que, á fuerza de ser humana, es profundamente terrestre, y, como tal, esencialmente cenagosa.

Verdad es que de algun tiempo acá esta falsa ciencia, con algunas excepciones, es más circunspecta y más reservada, y que no se atreve á presentarse sin disfraz y lastimar el oido cristiano con necias blasfemias contra toda Religion y contra Dios; lo cual es quizas efecto de ciertas circunstancias que, al parecer, la indignan y estremecen, aunque sin razon alguna de su parte. Estas circunstancias son las consecuencias lógicas de su enseñanza; los

estragos causados por esa misma enseñanza las han hecho necesarias: el estado político actual es obra suya. Pero no es ménos cierto que los acontecimientos no le han desengañado, corregido, ni curado que no ha cedido ni un ápice de su suficiencia ni de su orgullo al ver el deplorable estado del pueblo extraviado por ella y corrompido por sus lecciones y sus ejemplos, que tienden á debilitar, á romper todo vínculo moral y toda verdad religiosa: á rehabilitar la carne, á divinizar el oro, á inspirar el deseo desenfrenado de goces materiales y el furor por los empleos. No es ménos cierto que conserva la misma oposicion, el mismo odio satánico contra el Catolicismo, la misma pretension sacrílega de destronarlo para ocupar su puesto; y que su pensamiento constante, su incesante trabajo no se dirige, relativamente á esta Religion, más que á la realizacion del adagio vulgar, pero expresivo: «Quitate tú de ahí, para ponerme yo».

Sólo que en vez de predicar conspira; no pudiendo hablar en las cátedras, se agita en los estrados; no pudiendo pervertir los jóvenes á su gusto, se dirige á las mujeres «¡Qué necias sois! les repite á todas horas. ¿Cómo no comprendeis que bajo el nombre de Religion se abusa de vuestra ignorancia, se explota vuestra credulidad, proponiéndoos prácticas contra naturaleza como leyes naturales, y dogmas absurdos como revelaciones divinas? Oh! Si fueseis instruidas como nosotros, si supieseis lo que nosotros sabemos ¡cuántas preocupaciones desechariais! ¡ cuántas violencias evitariais à vuestro corazon y privaciones à vuestra naturaleza! Sabriais que la creacion del mundo de la nada es imposible, que el pecado original es una fábula, el Cristo un mito, la Biblia una Mitología, lo sobrenatural una necedad, la confesion un espionaje y el culto una estafa; sabriais que los mártires son unos fanáticos, los teólogos unos ignorantes, los predicadores unos truhanes, los sacerdotes impostores, los católicos un rebaño de animales estúpidos, enemigos de toda civilizacion y de todo progreso; por último, sabriais que la razon lo es todo, la Religion nada». En apoyo de semejantes lecciones se citan escritores á quienes se llama grandes, filósofos á quienes se califica de profundos. Amontónanse citas, aléganse argumentos, préstanse libros; y se horroriza uno al pensar el éxito con que por tales medios se consigue destruir cuantas ideas verdaderas hay en los espíritus, cuantos sentimientos justos existen en las conciencias y nobles instintos en los corazones: inculcar por medio de una especie

de magnetismo intelectual el espíritu de incredulidad en espíritus creyentes: administrarles ese tósigo fatal, cuya malignidad no puede sospecharse más que por la muerte espiritual que produce; y, en fin, arrebatarles las esperanzas, la felicidad y los consuelos de la fe! ¡Es horrible ver el número de víctimas, de apóstatas de la Religion, de tránsfugas de la Iglesia, que por tales procedimientos hace la falsa ciencia todos los dias en la juventud, en el bello sexo y en el pueblo, cuya buena fe pretende verdaderamente engañar, abusar de la ignorancia y explotar la credulidad!

Muy léjos está de nuestro ánimo suponer intenciones tan perversas en todos los filósofos que se engrien con el nombre de raciona– listas ó de eclécticos, y de pensar que cuantos cultivan la Filosofia con tales títulos tengan tanto odio á la Religion.

Hasta nos complacemos en creer que algunos de ellos han repetido en Francia, por vanidad, por debilidad y por seguir la moda, lo que habrian tomado de las escuelas alemanas, sin ningun fin culpable y sin conocer el alcance y trascendencia de semejantes doctrinas.

Recordamos haber leido cuando jóvenes un poemita francés, muy lindo, pero no ménos malicioso, titulado Vert-Vert, en el cual se hablaba de un loro, que habiendo aprendido á bordo de un buque cuantas palabras obscenas, blasfemias y juramentos oia á los marineros, las repetia claramente en una casa religiosa, á donde lo habian llevado, escandalizando así á toda la santa comunidad. Una impresion análoga producen en nosotros ciertos sabios, que habiendo aprendido en Alemania, ó en las obras publicadas en este país, la filosofia hueca, estúpida, oscura y blasfema que el Protestantismo ha producido y fomentado allí, la han repetido como verdaderos papagayos en Francia, en la tierra clásica del Catolicismo, escandalizando á este pueblo tan espiritual y cristiano, sin reparar en lo enorme de sus asertos ni en el mal que causaban.

§ 3. El error del dia.-Objeto y plan de la obra.—LA RAZON FILOSÓFICA Y LA RAZON CATÓLICA.-Conferencias sobre la creacion.

Pero no es ménos cierto que el ateismo, disfrazado con los nombres de racionalismo y de eclecticismo, es el error del dia, el error dominante, el error que engendra todos lo errores; y que este error, con

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pocas excepciones, constituye el fondo de la Filosofia moderna; así que, segun hemos dicho en nuestra primera Conferencia, este es el error que debe, ante todas cosas y con exclusion de todo, llamar la atencion, interesar el celo de los encargados de enseñar, de fomentar y de defender la Religion. Cuando el dogma se halla atacado en su base no es tiempo oportuno de ocuparse de opiniones, cuya discusion nada tiene de edificante para los fieles, no es temible para los incrédulos ni proporciona utilidad alguna á la Iglesia. ¿Quién atiende á los puestos avanzados cuando el enemigo, despues de derribar todas las trincheras, está á punto de penetrar en la plaza?

Hé ahí la razon por qué á nuestra llegada (en Febrero de 1851) á esta metrópoli de Francia, que puede tambien decirse del mundo porta poderosa influencia que en él ejerce, en el curso de las Conferencias que predicamos nos ocupamos principalmente del racionalismo, de esta ciencia mentirosa de nuestros dias que se llama Filosofía, en sus relaciones con la Religion. Con el título de La Razon filosófica y la Razon católica trazamos primeramente la historia de estas dos razones expusimos sus principios, sus progresos y sus resultados generales (Conferencias I, II y III); y, apoyados en hechos incontestables, arrancamos la máscara á la miseria, á la bajeza, á la pequeñez, á la esterilidad á la impotencia de la razon filosófica antigua y moderna que ha intentado marchar sola á la conquista de la verdad; y al propio tiempo indicamos la riqueza, la elevacion, la grandeza, la fecundidad, la fuerza de la razon católica, que tomó su punto de partida de la fe, inspirándose y ayudándose con las luces y la certidumbre de la Religion. Demostramos que la razon filosófica, léjos de haber encontrado jamás por sus medios una sola verdad que no conociese, perdió todas las que conocia ya en lo tocante á la fe de la enseñanza religiosa y de las tradiciones, y cayó en el abismo del escepticismo; mientras que, por el contrario, la razon católica, conservando siempre las verdades de la fe, se ha elevado á la mayor altura en el conocimiento de la verdad misma en el órden filosófico, reposando tranquila y feliz con sus verdaderas conquistas y sus progresos en el seno de la más completa certidumbre.

Más adelante tratamos la gran cuestion de la Iglesia (Conferencias IV y V), y entonces demostramos tambien que nada hay más racional ni legítimo que el homenaje que le tributa la razon católica, así como nada más injusto ni insensato que el desden con que

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