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A célebre batalla de Épila, en que fueron derrotados los conservadores de Aragon y hecho prisionero el infante D. Fernando con Don Juan Gimenez de Urrea, abrió al rey las puertas de Zaragoza, donde reunió córtes y revocó la union; pero fue tal su exaspera

cion al rasgar con su mismo puñal los privilegios de los coligados, que segun Marineo Siculo, se hirió en la mano izquierda en los momentos mas terribles de su arrebato. El infante D. Fernando, vencido en esta batalla, fue puesto bajo la custodia del rey de Castilla por D. Alvar García de Albornoz, que le bizo prisionero; y D. Juan Gimenez de Urrea, general que ha bia sido de las tropas de la union, fue ahogado secretamente hallándose en una prision cuya seguridad estaba confiada á D. Lope de Luna.

Así concluyó la guerra de la union y se restableció la paz en los dos reinos, aunque á costa de mucha sangre vertida, y dejando una ancha huesa donde cayeron confundidos los nobles y los plebeyos, ciegos partidarios de la union, y tan bravos como los que á las órdenes del rey supieron pelear como buenos, porque todos hijos de una misma patria estaban dotados de igual valor.

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Consumados estos terribles sacrificios, volvió el rey á ocuparse de la guerra de Cerdeña, para cuya empresa pidió á Valencia un número considerable de buques, reuniendo antes en un salon del palacio del Real á los caballeros principales de la ciudad, á quienes dirigió un grave razonamiento, confiando á su conocido valor el éxito de la espedicion. Acto continuo armó caballeros en presencia de todos á dos valencianos llamados Olfo de Prócida el uno, el otro Francesch de Villarrasa. Allí mismo nombró general de la armada á D. Bernardo de Cabrera, el cual se embarcó en seguida con direccion á Cerdeña. Pocos dias eran pasados, cuando reunidas delante de Alger la armada de Aragon en que se contaban cuarenta y cinco galeras, cuatro leños de remos y cinco naves armadas, tres de ellas encastilladas con cuatrocientos combatientes cada una, y la escuadra veneciana al mando del general de la república Nicolás Pisani, se encontraron muy pronto con los genoveses, cuyo gefe Antonio Grimaldi no solo no rehusó el combate, sino que sostuvo el honor de su pabellon desde el amanecer hasta la puesta del sol, á pesar de la mortandad proporcionada á la animosidad con que obraron allí el odio y la venganza en los unos, y la intrepidez y desesperacion en los otros. Los genoveses perdieron ocho mil hombres entre muertos y heridos, fuera de tres mil doscientos prisioneros, y treinta y tres galeras que fueron sumergidas ó apresadas, salvándose solo diez y siete con la fuga; y la armada combinada tuvo trescientos sesenta muertos y hasta dos mil heridos. Esta derrota empezó á influir sin duda en la decadencia del poder marítimo de Génova., Vuelto victorioso á Valencia D. Bernardo de Cabrera, le recibió el monarca con la mayor distincion, mandando que se concediesen al almirante á razon de mil florines por galera, doscientos por cada gentil-hombre y quince por cada uno de los demás prisioneros; y segun esto, le tocaron veinte y siete mil ochenta y cuatro florines y medio, que en aquel tiempo se reputaba por una inmensa riqueza. No cesaron con esto los servicios que prestó Valencia al rey D. Pedro, pues en la espedicion que emprendió el rey contra Cerdeña, poco despues de la batalla de Alger, le ofreció la ciudad gran número de tropas y de buques, además de los numerosos personages que le siguieron en aquella memorable jornada.

Terminada la guerra civil, que bajo el nombre de guerra de la union habia destruido y ensangrentado los dos reinos de Aragon

y Valencia, se empezó por este tiempo una lucha terrible entre el monarca aragonés y el de Castilla, que duró largo tiempo por la animosidad de los dos príncipes, que la posteridad ha reconocido con demasiada ligereza tal vez con el dictado de Crueles. La proteccion dispensada por D. Pedro de Castilla al infante D. Fernando en la pasada guerra de la union, era ya en concepto del aragonés un pretesto robusto para declarar un rompimiento, si algunos otros motivos, entre otros la muerte de varios mercaderes catalanes que se hallaban en los estados de Castilla bajo la proteccion del rey de Aragon, no hubieran influido para declararse mútuamente la guerra, á pesar de que al principio la rehusó el monarca aragonés. El historiador Pedro Lopez de Ayala, que refiere estensamente estos acontecimientos, y de que nosotros únicamente nos ocupamos con relacion á la historia de Valencia, dice que D. Pedro de Castilla fue el primero en invadir las fronteras de nuestro reino, penetrando por el de Murcia, y llegando el caudillo castellano Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, hasta el pueblo de Monovar. Alentados entonces por estas circunstancias los unionistas que huyendo la proscripcion se habian refugiado en Requena, armaron sus gentes y talaron el término de Siete-aguas. Sabido esto por el monarca de Aragon, encargó el mando del reino de Valencia á D. Alonso, conde de Denia, y á D. Pedro de Jérica, con la órden de que reuniendo cuantas fuerzas pudieran, avanzasen á las fronteras del reino, contra quien principalmente parecia dirigirse el de Castilla.

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Fortificóse tambien Valencia, enviando el rey para mandar la capital á D. Ramon Berenguer; encargando la defensa de Mogente á D. Pedro Maza de Lizana, y haciendo asegurar á Chiva y Sieteaguas con algunas compañías de confianza. Entretanto el rey de Castilla entró por el reino de Murcia, y dispuso que el infante D. Fernando avanzase sobre Játiva con dos mil caballos, mientras por su parte se disponia para atacar á Castalla Onil. Persuadido el infante de que todavía gozaba la misma influencia que habia tenido en la última guerra civil, se aproximó á Biar y recordó á sus habitantes los servicios prestados por él al reino de Valencia y el reconocimiento á que estaban obligados: pero aquel pueblo, fiel al rey de Aragon, le opuso una tenáz resistencia, obligándole á retirarse hácia Elda, sin haber podido atraer ningun pueblo á su partido, y perdiendo al mismo tiempo el castillo y plaza de

Alicante, que algun tiempo antes habia entregado el mismo infante al rey de Castilla. Siguieron su movimiento el conde de Denia y D. Pedro de Jérica, y le precisaron á abandonar el sitio de Benilloba, donde el infante sufrió alguna pérdida de consideracion. Empero reunido despues con el infante D. Juan, trató de volver al término de Játiva, y hubiérase adelantado hasta Valencia, si las circunstancias favorecieran su empresa. Pero acudiendo oportunamente D. Ramon Berenguer, D. Pedro de Jérica y otros caballeros de este reino, le hicieron retirar, asegurando por entonces nuestras fronteras.

Esta guerra, cuyo término no se podia preveer, y que habia causado ya grandes estragos en Aragon y Castilla, alarmó á la corte de Roma, y en su consecuencia envió el papa Inocencio á un legado con la mision de poner en paz á los dos reinos. Desde luego consiguieron las influencias de este embajador, unas treguas entre los dos reyes; pero quebrantadas por el castellano, volvió de nuevo á encenderse la guerra con mayor encarnizamiento, aunque no dejó de sacar el legado alguna ventaja de su mision; pues logró que el infante D. Fernando se reconciliase con el rey de Aragon, celebrándose en Valencia con muchas fiestas tan fausto acontecimiento. Rotas las treguas, se hicieron nuevos aprestos por una y otra parte, y mientras en Valencia se preparaban para hacer una larga resistencia, el rey de Castilla con una numerosa armada se presentó en nuestras costas, y despues de haberse apoderado del castillo de Guardamar, fondeó delante de Valencia, mas no pudiendo por entonces practicar un desembarco, siguió su rumbo hasta Barcelona. Al dia siguiente apareció la armada mandada por el almirante D. Bernardo de Cabrera y el vizconde de Cardona que observaban el rumbo de una division castellana, y aunque se encontraron delante de Calpe, no llegaron á las manos por circunstancias imprevistas. Dejando entonces en Cartagena el rey de Castilla la escuadra al mando de Garci Alvarez de Toledo, se dirigió por tierra á ponerse al frente de su egército que venia ya marchando sobre nuestro reino. Apoderóse de Teruel, y llevándose los estandartes de Castilla y el pendon real que estaba en su iglesia mayor, ganados por D. Diego Lopez de Haro en una batalla en que fueron vencidos los castellanos por los aragoneses, avanzó hasta Segorbe, que rindió tambien, y de allí se encaminó á Murviedro. Antes de entregarse esta villa, se apoderó de Almenara,

Chiva, Buñol, Macastre, Benaguacil, Liria y otros puntos, entrando por último en Murviedro, de cuyo castillo era gobernador D. Pedro de Centelles. Desde Murviedro vino á Valencia, y se acampó en el llano de la Zaidía á veintiuno de Mayo (1) sin que en esta larga espedicion hubiera tenido algun encuentro de importancia. La misma noche de su llegada se alojó ya en el palacio del Real, cuya hermosa fachada de jaspe hizo quitar para trasladarla al alcázar de Sevilla.

ruegos

Valencia sitiada por un egército victorioso, y abandonada á sus propios recursos, opuso no obstante una defensa desesperada, dando tiempo al monarca de Aragon para venir con su egército á socorrer la plaza, y obligar al de Castilla á retirarse á Murviedro. Los aragoneses acamparon en Burriana, y desde allí mandó al infante D. Fernando con algunas compañías para reforzar á Valencia. En este estado era inevitable una batalla, pero á del legado apostólico, y por consejo de algunos altos personages de una y otra corte, se suspendieron las hostilidades y trataron en Murviedro de asegurar la paz por medio de un enlace de familia, segun el cual el rey de Castilla debia casarse con la infanta Doña Juana, hija del rey de Aragon, y el infante D. Alonso, nacido en Perpiñan, con Doña Isabel, hija menor del rey de Castilla y de Doña María de Padilla. Para tratar de este importante negocio dió sus poderes el rey de Aragon al conde de Denia, á D. Bernardo de Cabrera, á Ramon Alaman de Cervellon, Berenguer de Pau y Miser Guerau de Palau; y por su parte el rey de Castilla nombró á D. Garci Alvarez, maestre de Santiago, á Martin Ibañez, tesorero mayor, á Mateo Fernandez, canciller del sello de la puridad, y á Juan Alonso, contador mayor. Estos comisionados llevaban por escrito los artículos de la paz, cuya discusion se celebró en una tienda de campaña á orillas del mar. El historiador Lopez de Ayala dice, que si el rey de Castilla no cumplió despues los tratados convenidos en esta conferencia, fue porque D. Bernardo de Cabrera habia ofrecido por medio de juramento, que su rey haria matar al conde de Trastamara y al infante D. Fernando; pero fuese ó no cierta esta promesa, añade Zurita, lo que despues sucedió entre el rey y el conde y la sucesiva muerte del infante, manifiesta la probabilidad de aquel ofrecimiento. Murió con efecto

(1) Años de J. G. 1363.

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