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, que

memoria de los saguntinos los recuerdos de su antigua independencia y de su gigantesco poderio, y quedaban todavía humeantes los restos destrozados de una gloria perdida para siempre, y de una lealtad que un pueblo menos egoista que el pueblo romano hubiera apreciado en su justo valor. Entre ellos fue casi consagrada por el mas profundo respeto é inviolable fidelidad la amistad, habian ofrecido sus mayores á la república romana, y esta amistad lejos de perecer en los sangrientos destrozos de su funesta destruccion, habia adquirido mayor brillantéz y ahondado sus gratas simpatías. No era estraño, pues, que los ciudadanos que lograron escapar de la espada vencedora de los batalladores de Cartago, viesen con dulce esperanza la aparicion en España de las águilas romanas, y que adheridos entusiastamente á su antigua alianza, deseasen su dominacion; á pesar de que solo destruian un poder intruso para inclinar la cerviz á otro poder estraño tambien, y de tan desmedida ambicion como aquel. Uno de los que mas se señalaron en Sagunto por su decision en favor de los romanos fue un ciudadano llamado Abeloce, personage notable entre sus compatriotas por su posicion y por su carácter enérgico, atrevido y emprendedor. Adicto á los romanos por educacion y por costumbres, y testigo de la ominosa devastacion de su patria no podia transigir con el gobierno cartaginés, y se hallaba en disposicion de quebrantar su yugo en cualquiera circunstancia que fuese oportuna. Sagaz empero procedia en sus planes con secreto, de este modo logró realizar parte de su venganza, cuando las legiones romanas, atravesando el Ebro, se dirigian ya sobre Sagunto. La noticia de su aproximacion al par que puso en alarma á la guarnicion cartaginesa y á una division acampada en la playa para asegurar la costa, determinó á Abeloce á realizar su proyecto; y á este fin salió secretamente de la ciudad y se presentó á los generales romanos, á quienes ofreció entregar los rehenes que el gobierno de Cartago tenia en depósito en Sagunto, como único medio de privar á sus enemigos de aquellas fianzas que aseguraban la fidelidad de los españoles. Los gefes romanos admitieron, como era de esperar, una proposicion tan ventajosa para el triunfo de sus armas y de su dominacion, y combinando con el mismo Abeloce los medios de llevar á cabo su proyecto, suspendieron la marcha del egército y acamparon á algunas millas de Sagunto. Sin perder momento regresó Abeloce á su ciudad, y

y

confeccionado completamente su plan, solicitó y obtuvo una secrela entrevista con Bostan, gobernador de Sagunto y gefe de las fuerzas acantonadas en la costa, con el objeto de impedir un desembarco de los romanos. Admitido, pues, Abeloce á la presencia del gobernador, afectó cierto aire de celo por el servicio de Cartago, y supo insinuarse con tanto arte en el ánimo de aquella autoridad, que el guerrero cartaginés no hesitó en abrazar la opinion del astuto saguntino, alucinado por las razones que éste tuvo la habilidad de hacerlas oportunas, importantes y propias para arrostrar la situacion en que se hallaba. Bostan se persuadió desde luego de que el plan de los romanos era apoderarse por asalto de Sagunto, y poner en libertad á los rehenes, para que los cartagineses perdieran con ellos la única garantía que les aseguraba de la lealtad de los españoles; lo cual parecia muy fácil conseguir ó en el desórden de un ataque inesperado, ó provocando la animosidad de algunos saguntinos, que aprovecharian cualquiera turbulencia para entregar á los enemigos aquellos jóvenes, cuyas personas le convenia á su gobierno conservar.

En este concepto, hacia creer astutamente Abeloce que seria muy político conceder á estos jóvenes la libertad, previniendo de este modo los deseos de los españoles adictos al gobierno de Cartago, y dando el mismo Bostan un egemplo de generosidad, que los pueblos sabrian agradecer, obligándolos así á tomar la defensa de su república con todo el entusiasmo que inspira el reconocimiento. Para llevar á cumplido efecto este pensamiento se ofreció Abeloce, á fuer de leal y buen aliado, asegurando al gobernador que podia contar con su hidalguía y celo por su servicio. Estas y otras razones aducidas mañosamente decidieron á Bostan á seguir la inspiracion y los consejos de Abeloce, que por último logró decidirle y obligarle á que le cometiese el encargo de sacar los rehenes de Sagunto y ponerlos en libertad donde creyera oportuno. Convencido el gobernador y llegada la noche volvió Abeloce otra vez al campamento romano y previno á Scipion tuviera gente dispuesta al amanecer para sorprender la escolta, que custodiaria á los rehenes, de los que se podria apoderar á cierta señal convenida; pero en recompensa de este servicio exigió formalmente la libertad de los mismos rehenes, que bajo la proteccion de los romanos debian regresar á sus hogares con toda seguridad. Concedida esta exigencia, que aquellos gefes no podian

rehusar, volvió Abeloce rápidamente á Sagunto, donde acabó de disponer con Bostan los preparativos necesarios para la salida de los rehenes. Apenas amaneció, emprendió su marcha el bravo saguntino en compañía de los jóvenes y de una escolta respetable de soldados cartagineses á las órdenes del mismo Abeloce, y á las pocas horas cayeron de improviso sobre ellos algunas cohortes romanas emboscadas oportunamente, las cuales se apoderaron con facilidad de la escolta, presentando á Scipion los numerosos rehenes que se les habian confiado. Acto continuo les concedió la libertad el general romano, cometiendo al mismo tiempo á Abeloce, su libertador, el encargo de restituirles á sus hogares y de ofrecer á los pueblos la mas lata proteccion en nombre de la república romana. Poco despues, como veremos, pudo Scipion entrar en Sagunto, casi sin perder un hombre, debido sin duda á los secretos manejos del mismo Abeloce, que consecuente siempre con sus aliados, preparó los medios de la rendicion.

Bien hubieran podido los generales romanos aprovechar la oportunidad de librar á Sagunto de la esclavitud en que yacía, sorprendiendo la ciudad casi al mismo tiempo que ponian en salvo á los rehenes; pero dudando de un éxito pronto y decisivo y temiendo empeñar el sitio hallándose próximo el invierno, retrocedieron hasta repasar el Ebro, é invernar en Tarragona.

Abierta nuevamente la campaña en la primavera inmediata, continuaron los romanos sus operaciones militares, y en diferentes jornadas hicieron perder á los cartagineses mucha gente, en particular en la batalla del Ebro, en la de Iliturgi, hoy Santa Ponciana, en la de Intibili (San Mateo), y en otras acciones sangrientas, en las que ambas repúblicas desplegaron su poder colosal

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el brio de sus soldados. Pero desgraciadamente la sangre española se confundia á torrentes entre la de los vencedores y vencidos; porque los pueblos divididos entre si, se destrozaban tambien mútuamente para asegurar el dominio de cualquiera de los estraños que afirmase su poder con la victoria.

Despues de estas campañas, y pasados dos años desde el primer reconocimiento que practicaron los romanos sobre Sagunto, resolvió Scipion socorrer á esta ciudad aliada; cuya rendicion no le fue difícil (1). Abeloce, segun es de creer, habia ya preparado

(1) Antes de J. C. 214.

la opinion en favor de los romanos, y de tal modo se presentaba hostil aquel pueblo, que la guarnicion cartaginesa opuso apenas resistencia y abandonó la plaza á las primeras intimaciones del general romano. Dueño este de un pueblo tan célebre por su lealtad y su denodado valor, procuró reparar los grandes infortunios que habia sufrido, haciendo volver á los hijos y parientes de los antiguos habitantes, á quienes concedió gracias especiales, fomentando la industria en que se distinguian los saguntinos, y castigando por último á los turboletas, cuya defeccion habia ocasionado la horrorosa catástrofe que hundió á una ciudad digna de mas hermoso porvenir. Los turboletas fueron con efecto vendidos en pública almoneda, talado todo el pais, y arrasada la capital, que era Teruel; sujetando las regiones vecinas á la dominacion particular de Sagunto.

Escolano, siguiendo á Beuter y persuadido lo mismo que este grave cronista de la existencia de Valencia, anterior á la ruina de Sagunto, supone (1) que por este tiempo los Scipiones ensancharon y mejoraron nuestra capital, haciendo fabricar las magníficas cloacas que subsisten todavía y que cruzan en gran parte la ciudad; aunque el mismo Escolano no se atreve á dar entero crédito á la opinion de Beuter por la única razon de que este historiador no cita en su apoyo autor alguno que pruebe su asercion (2).

Mayans (3) en su erudita carta al estudioso P. Teixidor sobre la fundacion de Valencia interpretando un pasage de las Trovas de Mossen Febrer, dice que no hay dificultad en creer que las cloacas ó albañales de que hablan Beuter y Escolano, pudieran ser en parte obra de los romanos, sin fijar su época; y que acaso existieran en los tiempos de aquel poeta: pero las que hoy subsisten, ruinosas algunas, pertenecen á la época de los árabes y tambien de los cristianos, como lo indica su construccion y arquitectura.

Poco despues de la entrada de los romanos en Sagunto, y cuando la sombra de sus águilas parecia abrazar tranquilamente el pais, que se ofrecia á sus bravos legionarios, refiere Tito Livio (4) la trágica campaña en que sucumbieron desgraciadamente

(1) Tom. 1. colum. 743. (2) Id. colum. 747.

(3) Cart. de var. Aut. tom. 5, pág. 49.

(4) Lib. 25, cap. 23.

los dos Scipiones, ocasionando con su muerte la dispersion completa de sus dos egércitos. Dos años hacia, dice el profundo historiador citado, que no se habian empleado las armas contra los cartagineses en operacion alguna de importancia, dedicándose únicamente los generales romanos á ganarse la estimacion y confianza de los pueblos por los medios que se hallan al alcance de la fria política, y que del prestigio y nombre de la república romana se podian prometer. Llegada, pues, la primavera del año sexto de su espedicion en la península (1), determinaron los Scipiones concluir la guerra de una vez, y lanzar de España á los cartagineses. Estos dominaban aun el pais, á pesar de las inmensas pérdidas que habian tenido y de la poca fortuna de sus operaciones. Reforzados, sin embargo, se hallaban todavía en el caso de poder dispu tar la victoria y aun de asegurar tal vez su completa dominacion. Asdrubal Barca, hermano de Anibal, acababa de llegar del Africa con numerosos refuerzos de tropas y elefantes; el otro Asdrubal, Gisgon y Magon estaban al frente de tres divisiones respetables, y habian invernado, segun Apiano, en la Turditania. Abierta la campaña, estos tres cuerpos combinados se situaron cerca de Cástulo (Cazlona); mientras Asdrubal Barca, como gefe mas antiguo y que conocia mejor el pais, avanzaba hacia el Ebro, y acampaba en Anitorgis (Alcañiz).

Los romanos, que hasta entonces habian fijado únicamente su atencion en la organizacion de su egército, procurando aumentar su fuerza con los celtiberos, que en número de treinta mil hombres se les habian agregado en clase de ausiliares, principiaron tambien sus operaciones casi al mismo tiempo que los cartagineses, y verificaron su movimiento dirigiéndose á las orillas del Ebro, donde debia celebrarse un gran consejo, al que estaban llamados los representantes de los pueblos aliados. En él se resolvió marchar al encuentro de los enemigos, y en su consecuencia se puso en movimiento el egército, ocupando los celtiberos la vanguardia. Los Scipiones avanzaron juntos hasta Alcañiz, y acamparon delante de Asdrubal, separados solamente por el Guadalope.

El primer proyecto de los romanos fue batir aisladamente á Asdrubal, para cuya operacion contaban con fuerzas suficientes; pero variado este plan, resolvieron abrazar simultáneamente toda

(1) Antes de J. C. 212.

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