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nisterio religioso; mas la significacion de estas palabras ha desaparecido entre ellos con la realidad de las cosas. Aun cuando se habla todavía entre ellos de pastores y de ovejas, ni los ministros son verdaderos pastores, ni los cristianos, sus subordinados, son verdaderas ovejas. Entre esos cristianos y sus ministros no existen mas que relaciones de pura fórmula, aparentes, convencionales, legales, facticias y estériles, cuya base es el interés material y cuyo apoyo son las conveniencias de la herejía. La única razon de todo esto es que quieren conservar cierto órden jerárquico para engañar á los simples, explotar á los ignorantes y lisonjear la opinion pública. Jamás se ha oido que un obispo anglicano, por ejemplo, un prelado evangélico ó un ministro de la reforma se haya despojado de sus bienes ó haya expuesto su vida por salvar á sus pretendidas ovejas. En cuanto á las reláciones de un órden superior, de un órden espiritual y divino, que tienen un carácter augusto por fundamento, y por alimento la curacion y la salvacion de las almas, han desaparecido enteramente entre los desgraciados cristianos que la herejía ha separado del seno de la Iglesia; entre ellos, léjos de estar en práctica, ni aun siquiera se conocen; y mientras que entre nosotros se ven siempre en accion, siempre produciendo prodigios de un heroismo sublime por una parte, y de una confianza sin límites por la otra, las admiran y las envidian ellos sin comprenderlas. Esto. consiste en que nuestros obispos y

nuestros párrocos están unidos á sus ovejas con relaciones íntimas, sinceras, generosas y eficaces de un amor mútuo; son las relaciones afectuosas de pastor y de ovejas, de madre y de hijos. Así pues, decir á un párroco ó á un obispo católico: «¿Qué os importa que los fieles que os han sido confiados se confiesen ó que permanezcan sumergidos en el desórden del pecado?» es una cosa tan estúpida y tan absurda como decir á un pastor que no es un mercenario: «¿Qué os importa que vuestras ovejas sean devoradas por el lobo?» ó como decir á una madre que no es una madrastra: «¿Qué os importa que vuestro hijo perezca?» Ah, solo suponiendo que nuestros obispos y nuestros párrocos, no son verdaderos pastores ó verdaderas madres, es como se puede exigir de ellos que miren con indiferencia las almas confiadas á su celo, sumergidas en los vicios, depravadas, embrutėcidas, y terminando una vida de escándalo con una muerte funesta, precursora de una eterna miseria y de un dolor eterno.

Así pues, los rigores de la Iglesia, que reclaman que los fieles se confiesen, no son otra cosa que rasgos de su amor; ella se manifiesta. mas afectuosa al amenazar con sus anatemas á los que se olvidan de este sacramento de salvacion, que al prometer abundantes indulgencias á aquellos que lo frecuentan. Ella es madre; y la madre, despues de haber agotado los medios de la persuasion y de la dulzura, recurre á los medios bruscos y violentos; ella grita, ella ame

naza, ella castiga, ella abre por fuerza la boca de su hijo enfermo, para hacer que trague el remedio que debe darle la salud y la vida; y estos gritos, estas amenazas, estos golpes y estas violencias son efectos del amor. ¡Oh santa Iglesia católica! Oh mi buena madre, mi madre tierna y afectuosa! ¡ Yo os amo, yo os amo mas que ámí mismo! Vos sola sois una verdadera madre, que no os dormis jamás en las necesidades y en los peligros de vuestros hijos. ¡Ah! ¡No me olvideis á mí, que soy el último de vuestros hijos; tenedme siempre en vuestros brazos y en vuestro seno, hasta que me depositeis en los brazos y en el seno de Jesucristo, vuestro esposo, mi padre y mi Dios!

Y vosotros, amados hermanos, en vista de estas reflexiones, no habréis dejado de ver, con vuestro instinto católico, toda la importancia de la confesion sacramental, y de exclamar en lo íntimo de vuestra alma ¡Oh inefables relaciones de la confesion con cuanto hay de mas íntimo en la naturaleza humana! Si no existiese este sacramento, seria necesario inventarlo. Pero el hecho es, que si no hubiese existido en el pensamiento divino, jamás hubiese podido existir en el pensamiento humano; y que si el mismo Dios no lo hubiese instituido, ningun hombre hubiese podido inventarlo, y mucho menos imponerlo como una obligacion. Solo el Criador del hombre es quien, conociendo las necesidades íntimas del hombre, podia revelarle é indicarle en la confesion el modo de satisfacerlas, erigir este remedio en sacra

mento, hacer de él una ley, y uniendo á ella el poder de su gracia y verla cumplida. Pero el hecho es tambien que, aun cuando este sacramento es divino con relacion á su orígen y á su institucion, no por cso deja de ser natural en su extension, no por eso deja de ser conforme á las leyes secretas de nuestra frágil y misteriosa naturaleza (1), no por eso deja de ser para el hombre que ha caido en el pecado el modo mas natural de satisfacer las grandes necesidades de su alma, las necesidades que experimenta el hombre pecador de descargar su corazon del peso de su perversidad en el corazon de otro hombre, y de recon

(1) «No hay dogma alguno en la Iglesia católica, dice M. de Maistre, no hay tampoco costumbre alguna general relativa á la alta disciplina, que no tenga su raíz en las profundidades mas íntimas de la naturaleza humana, y por consiguiente, en cierta opinion universal, mas ó menos alterada en alguna que otra parte, pero comun en su principio á todos los pueblos y á todos los tiempos.... Yo citaré únicamente la confesion para hacerme comprender mejor. Sobre este punto, lo mismo que sobre otros muchos, ¿qué es lo que ha hecho el cristianismo? El ha revelado el hombre al hombre; se ha apoderado de sus inclinaciones y de sus creencias eternas; él ha descubierto sus fundamentos antiguos; los ha separado de toda mancha, de toda mezcla extraña; los ha honrado con el sello de la divinidad, y sobre estas bases naturales ha establecido su teoría sobrenatural de la penitencia y de la confesion sacramental.» (Du Pape, lib. 1, c. 4.) Exceptuando la palabra cristiano, á la que se debia sustituir la palabra Jesucristo para alejar todo lo posible la idea de que la confesion sea obra de los doctores cristianos y de la Iglesia, siendo así que evidentemente es obra de Dios, este pasaje del gran apologista es tan notable por la elegancia y la gracia de la forma, como lleno de sentido, de razon y de verdad.

quistar la paz del corazon, y que bajo este aspecto, es uno de los medios mas inefables por los que Jesucristo lo restauró todo: Instaurare omnia in Christo. Añadamos á esto que tambien es el medio mas propio y mas natural para que el pecador se reconcilie con Dios.

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SEGUNDA PARTE.

7. La historia del primer pecador, que os he trazado en mi última conferencia, se repite, con todos sus tristes pormenores, en el corazon de todos los pecadores. Todo hombre que peca, dice la Escritura Santa, es un hombre que, en el exceso de su presuncion sacrílega, se levanta contra el Todopoderoso, como un hijo ingrato contra su padre, como un súbdito rebelde contra su soberano, como un siervo indócil contra su señor: Roboratus est contra Omnipotentem. (Job., xv.) Todo pecador, añade el sagrado código, comienza siempre por el orgullo; no es mas que un vapor que se levanta de las profundidades del orgullo, un síntoma del espíritu embriagado y obcecado por el orgullo: Initium omnis peccati superbia est. (Eccli., x.)

El hombre que peca, añade el angélico doctor Santo Tomás, vuelve la espalda á su Criador para unirse á la criatura, para entregarse á ella, para complacerse en ella, y alcanzar de ella las satisfacciones fugitivas que la ley divina le prohibe, en recompensa de su vergonzosa esclavitud: Peccatum mortale est aver

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