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Dios, la Cruz, se dirige á los hombres y les dice: «Velad y orad, para que no entreis en la tentacion; reuníos para orar, que el Señor estará en medio de vosotros; toda carne es heno, la vida es un sueño; sobre vuestra cabeza hay un piélago de luz y de dicha, á vuestras plantas un abismo; vuestra vida sobre la tierra es una peregrinacion, un destierro;» y que inclinándose sobre la cabeza del mortal, pone sobre su frente la misteriosa ceniza, diciendo: «eres polvo y á polvo volverás. >>

Se nos preguntará tal vez, porque no pueden los fieles practicar la perfeccion evangélica, viviendo cada cual en su familia sin reunirse en comunidad; pero nosotros responderemos, que no es nuestro ánimo negar la posibilidad de esta práctica aun en medio del mundo; y reconocemos gustosos, que un gran número de cristianos lo han verificado en todos tiempos, y lo estan verificando todavía en los nuestros; pero eso no impide que el medio mas seguro y expedito sea el de la vida comun con otros dedi cados al mismo objeto y con separacion de todas las cosas de la tierra. Prescindamos por un momento de toda consideracion religiosa; ¿no sabeis el ascendiente que ejercen sobre el ánimo los repetidos ejemplos de aquellos con quienes vivimos? ¿no sabeis cuan fácilmente desfallece nuestro espíritu cuando se encuentra solo en alguna empresa muy penoša? ¿no sabeis hasta en los mayores infortunios es un consuelo ek

que

ver que otros los comparten? En este punto como en los demas, la Religion se halla de acuerdo con la sana filosofía: ambas nos enseñan el profundo sentido que encierran aquellas palabras de la sagrada Escritura: Væ soli! Ay del que está solo!

Antes de concluir este capítulo quiero decir dos palabras sobre el voto, que por lo comun acompaña á todo instituto religioso. Quizás sea esta circunstancia una de las principales causas que producen la fuerte antipatía del Protestantismo contra dichos institutos. El voto fija, y el principio fundamental del Protestantismo no consiente fijeza ni estabilidad. Esencialmente múltiplo y anárquico, rechaza la unidad, destruye la gerarquía; disolvente por naturaleza, no permite al espíritu ni permanecer en una fe, ni sujetarse á una regla. La virtud misma es para él un ser vago, que no tiene determinado asiento, que se alimenta de ilusiones, que no sufre la aplicacion de una norma invariable y constante. Esa santa necesidad de obrar bien, de andar por el camino de la perfeccion, debia serle incomprensible, repugnante en sumo grado, debia parecerle contraria á la libertad : como si el hombre que se obliga por un voto perdiese su libre albedrío, como si la sancion que adquiere un propósito cuando le acompaña la promesa hecha á Dios, rebajase en nada el mérito de aquel que muestra la necesaria firmeza para cumplir, lo que tuvo la resolucion de prometer.

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Los que han condenado esa necesidad que el hombre se impone á sí mismo, é invocado en contra los derechos de la libertad, olvidan al parecer, que ese esfuerzo en hacerse esclavo del bien, en encadenar su propio porvenir, á mas del sublime desprendimiento que supone, es el ejercicio mas lato que puede hacerse de la libertad. En un solo acto el hombre dispone de toda su vida; y cuando va cumpliendo los deberes que de este acto resultan, cumple tambien su voluntad propia. «Pero, se nos dirá, el hombre es tan insconstante...» pues para prevenir los efectos de esa inconstancia se liga con voto; y midiendo de una ojeada las eventualidades del porvenir, se hace superior á ellas y de antemano las domina. «Pero, se replicará, entonces el bien se hace por obligacion, es decir por una especie de necesidad », es cierto; mas, ¿no sabeis que la necesidad de hacer bien es una necesidad feliz, y que asemeja en algun modo el hombre á Dios? ¿Ignorais que la bondad infinita es incapaz de obrar mal, y que la santidad infinita no puede hacer nada que no sea santo? ¿No recordais aquella admirable doctrina de los te logos que explicando porque el ser criado es capaz de pecar, señalan la profunda razon, diciendo que esto procede de que la criatura ha salido de la nada? Cuando el hombre se fuerza, en cuanto le es posible, á obrar bien, cuando esclaviza de esta suerte su voluntad, entonces la ennoblece, se asemeja mas á Dios,

TOMO III.

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y se acerca al estado de los bienaventurados, que no disfrutan de la triste libertad de obrar mal, que tienen la dichosa necesidad de amar al Sumo Bien.

El nombre de libertad, parece condenado á ser mal comprendido en todas sus aplicaciones, desde que se apoderaron de él los protestantes. y los falsos filósofos. En el órden religioso, en el moral, en el social, en el político, anda envuelto en tales tinieblas, que bien se descubre cuanto se ha trabajado para obscurecerle y falsearle. Ciceron dió una admirable definicion de la libertad, cuando dijo que consistía en ser eselavo de la ley; de la propia suerte puede decirse, que la libertad del entendimiento consiste en ser esclavo de la verdad, la libertad de la voluntad en ser esclava de la virtud; trastornad ese órden y matais la libertad. Quitad la ley, entronizais la fuerza; quitad la verdad, entronizais el error; quitad la virtud, entronizais el vicio. Sustraed el mundo á la ley eterna, á esa ley que abarca al hombre y á la sociedad, que se extiende á todos los órdenes, que es la razon divina aplicada á las criaturas racionales; buscad fuera de ese inmenso círculo una libertad imaginaria, nada queda en la sociedad sino el dominio de la fuerza bruta, y en el hombre el imperio de las pasiones: en uno y otro la tiranía, por consiguiente la esclavitud.

CAPÍTULO XXXIX.

CABO de examinar los institutos religiosos en general, considerándolos en sus relaciones con la Religion y con el espíritu humano: voy ahora á dar una ojeada á los principales puntos de su historia: de dónde resulta en mi concepto una importante verdad, á saber, que la aparicion de esos institutos, bajo diferen tes formas, ha sido la expresion y la satisfaccion de grandes necesidades sociales; un medio poderoso de que se ha servido la Providencia, para procurar no solo el bien espiritual de su Iglesia, sino tambien la salvacion y regeneracion de la sociedad. Claro es, que no me será posible descender á pormenores, pasando en revista los numerosos institutos que han existido; y además esto sería inútil para el objeto que me propongo. Me limitaré pues á recorrer las principales fases de la institucion, presentando sobre cada una algunas observaciones; como el viaje

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