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do y emprendedor, que les grangeó el mas alto renombre. Si los hombres grandes de que nos habla M. Guizot, son los inquietos tribunos que acaudillando un pueblo sin freno perturbaban la tranquilidad pública, si eran los militares protestantes, que se distinguieron en las guerras de Alemania, de Francia y de Inglaterra, la comparacion carece de sentido, nada significa; pues que sacerdotes y guerreros, religiosos y tribunos, pertenecen á órden tan diferente, sus obras llevan un carácter tan diverso, que el parangon es imposible.

La justicia exigía, que tratándose de formar paralelos de esta naturaleza, no se tomasen los Jesuitas por extremo de comparacion con los protestantes, á no ser que se hablase de los ministros reformados; y aun en este caso, no hubiera sido del todo exacta, pues que en la gran contienda de las dos religiones, no se han encontrado solos los Jesuitas en la defensa del Catolicismo. Grandes prelados, santos sacerdotes, sabios eminentes, escritores de primer órden, ha tenido la Iglesia durante los tres últimos siglos, que sin embargo no pertenecieron á la Compañía; esta fué uno de los principales atletas, pero no el único. Si se quería comparar el Protestantismo con el Catolicismo, á las naciones protestantes era menester oponerles las naciones católicas, con sacerdotes comparar otros sacerdotes, con sabios otros sabios, con políticos otros políticos, con guerreros otros guerre

ros; lo contrario es confundir monstruosamente los nombres y las cosas, y contar mas de lo que conviene con la poca inteligencia y extremada candidéz de oyentes y lectores. A buen seguro, que siguiéndose el indicado método, no aparecería el Protestantismo tan brillante, tan superior, como pretendió mostrarle el publicista: ni en la pluma, ni en la espada, ni en la habilidad política, bien sabe M. Guizot, que los católicos no ceden á los protestantes. Ahí está la historia, consultadla.

CAPÍTULO XLVII.

L fijar la vista sobre el vasto é interesante cuadro que despliegan á nuestros ojos las comunidades religiosas, al recordar su orígen, sus varias formas, sus vicisitudes de pobreza y de riquezas, de abatimiento y de prosperidad, de enfriamiento y de fervor, de relajacion y de austeras reformas, al pensar en la influencia que bajo tantos aspectos han ejercido sobre la sociedad, hallándose esta en las situaciones mas diferentes, al verlas subsistir todavía, retoñando acá y acullá, á pesar de todos los esfuerzos de sus enemigos, pregúntase uno naturalmente: y ahora ¿cuál será su porvenir? en unas partes se han disminuido, como va cayendo un muro sordamente minado por el tiempo, en otras desaparecieron en un instante, como arboleda arrasada por el soplo del huracan; y además, á primera vista pudieran parecer condenadas sin apelacion por el espíritu del siglo. La entroni12

TOMO III.

zacion de la materia extendiendo por todas partes sus dominios, consintiendo apenas un instante de tiempo al espíritu para recojerse á meditar, y no dejando casi lugares en la tierra donde no llegue el estrépito del movimiento industrial y mercantil, diríase que viene á confirmar el fallo de la filosofia irreligiosa, contra una clase de hombres consagrados á la oracion, al silencio y á la soledad. Sin embargo, los hechos van desmintiendo esas conjeturas; y mientras el corazon del cristiano conserva todavía halagüeñas esperanzas, que se van robusteciendo y avivando mas y mas cada dia, mientras admira la mano de la Providencia que así lleva á cabo sus altos designios, burlando los vanos pensamientos del hombre, ofrécese tambien al filósofo campo anchuroso de meditaciones, para calcular el porvenir probable de las comunidades religiosas, y columbrar la influencia que les está reservada en los destinos de la sociedad.

Ya hemos visto cual es el verdadero orígen de los institutos religiosos; hémosle encontrado en el mismo espíritu de la Religion Católica; y la historia confirma nuestro juicio en esta parte diciéndonos, que estos institutos han aparecido donde quiera que se estableció la Religion. Con esta ó aquella forma, con estas ó aquellas reglas, con este ó aquel objeto; pero el hecho es siempre el mismo; de lo que podemos inferir, que donde el Catolicismo se con

serve, volverán á presentarse de una ú otra manera. Este es un pronóstico, que puede hacerse con entera seguridad; no es de temer que le desmientan los tiempos.

Vivimos en un siglo anegado en un materialismo voluptuoso; lo que se llama intereses positivos, ó en términos mas claros, el oro y los placeres, han adquirido tal ascendiente que al parecer hay algun riesgo de que ciertas sociedades retrocedan á las costumbres del Paganismo, cuya Religion venia á ser en el fondo, la divinizacion de la materia. Pero en medio de ese cuadro tan aflictivo, cuando el espíritu está angustiado y pronto á desfallecer, nótase, que el alma del hombre no ha muerto aun, y que la elevacion de ideas, la nobleza y dignidad de los sentimientos, no están desterrados del todo de la faz de la tierra. El espíritu humano se siente demasiado grande para limitarse á objetos pequeños; conoce que puede remontarse mas alto todavía que un globo henchido de vapor.

Reparad lo que sucede con respecto al adelanto industrial. Esas máquinas humeantes que salen de nuestros puertos con la velocidad de una flecha para atravesar la inmensidad de los mares; esas otras, que cruzan las llanuras, que penetran en el corazon de las montañas, que realizan á nuestros ojos lo que hubiera parecido un sueño á nuestros antepasados; esas otras, que comunican movimiento á colosales

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