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fuente, se les presenta de improviso un ciervo, llevando entrelazada en sus astas la misteriosa cruz de dos colores: el santo Sacerdote cuenta á su atónito compañero la primera vision; ambos redoblan sus oraciones y penitencias, ambos reciben por tres veces el aviso del cielo; y resueltos á no diferir un instante el cumplimien¬ to de la voluntad divina, acuden á Roma, piden al Sumo Pontífice sus luces y su permision, y el Papa que en el entretanto habia tenido una vision semejante, accede gustoso á la demanda de los dos piadosos solitarios, para fundar el órden de la Santísima Trinidad de la redencion de los cautivos. El Sacerdote se llamaba Juan de Matha, y el ermitaño Felix de Valois. Dedicados con ardoroso celo á su obra de caridad, enjugaron sobre la tierra las lágrimas de muchos desgraciados; ahora reciben en el cielo el premio de sus fatigas, y la Iglesia celebra su memoria teniéndolos colocados sobre los altares.

La fundacion de la órden de la Merced tuvo un orígen semejante. San Pedro Nolasco, despues de haber gastado cuanto poseía, empleándolo en el rescate de cautivos, y no sabiendo de que echar mano para continuar su piadosa tarea, recurrió á la oracion, para fortificarse mas en el santo propósito que habia formado, de vender su propia libertad, ó de quedarse en el cautiverio en lugar de alguno de sus hermanos. Durante la oracion, se le apareció la Santísima

Vírgen, manifestándole cuan agradable le sería á ella y á su divino Hijo, la institucion de una órden, cuyo objeto fuera la redencion de cautivos. Puesto de acuerdo el Santo con el Rey de Aragon, y con san Raimundo de Peñafort, procedió á la fundacion de dicha órden; y el deseo que antes habia tenido de entregarse en cautiverio para rescatar á los demas, lo convirtió entonces en voto, no solo para sí mismo, sino tambien para cuantos profesasen el nuevo instituto.

Repetiré aquí lo indicado mas arriba: sea cual fuere el juicio que se quiera formar sobre esas apariciones, y aun cuando se pretendiese desecharlas como ilusion, siempre resulta lo que nos hemos propuesto probar, á saber, la influencia de la Religion Católica en socorrer un grande infortunio, y la utilidad del instituto en que tan maravillosamente se personificaba el heroismo de la caridad. En efecto: suponed que el santo fundador hubiese padecido una ilusion, tomando por revelaciones celestiales las inspiraciones de su ferviente celo; los beneficios para los desgraciados dejan de ser los mismos? Vosotros me hablais mucho de ilusiones; pero lo cierto es que esas ilusiones producian la realidad. Cuando san Pedro Armengol no teniendo recursos para libertar á unos infelices, quedaba por ellos en rehenes, y pasado el dia del pago y no llegando el dinero, sufria resignadamente que le ahorcasen, por cierto que las ilusiones

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no quedaban estériles, y que ninguna realidad produciria mayores prodigios de zelo y heroismo. El condenar las cosas de la Religion como ilusiones y locura, data de muy antíguo: desde los primeros tiempos del Cristianismo fué tratado de locura el misterio de la Cruz; pero esto no impidió que esa pretendida locura cambiase la faz del mundo.

CAPÍTULO XLV.

N la rápida reseña que acabo de presentar, no ha sido mi ánimo, ni hubiera tampoco cumplido á mi propósito, tejer la historia de los institutos religiosos, sino únicamente ofrecer algunas consideraciones, que manifestando la importancia de ellos, vindicasen el Catolicismo de los cargos que se han pretendido hacerle, por la proteccion que en todos tiempos les ha dispensado. Imposible era poner en parangon el Catolicismo y el Protestantismo en sus relaciones con la civilizacion europea, sin consagrar algunas páginas al exámen de la influencia que en ella habian ejercido los institutos religiosos; pues que una vez demostrado que esta influencia fué saludable, el Protestantismo que con tanto odio y encarnizamiento los ha perseguido y calumniado, queda convicto de haber adulterado la historia de esta civilizacion, de no haber comprendido su espíritu, y de haber atentado contra su legítimo desarrollo.

Estas reflexiones me llevan naturalmente á recordar al Protestantismo otra de las faltas que ha cometido, quebrantando la unidad de la civilizacion europea, introduciendo en su seno la discordia, y debilitando su accion física y moral sobre el resto del mundo. La Europa estaba al parecer destinada á civilizar el Orbe entero. La superioridad de su inteligencia, la pujanza de sus fuerzas, la sobreabundancia de su poblacion, su carácter emprendedor y valiente, sus arranques de generosidad y heroismo, su espíritu comunicativo y propagador, parecian llamarla á derramar sus ideas, sus sentimientos, sus leyes, sus costumbres, sus instituciones, por los cuatro ángulos del Universo. ¿Cómo es que no lo haya verificado? ¿Cómo es que la barbarie esté todavía á sus puertas? Cómo es que el Islamismo conserve aun su campamento en uno de los climas mas hermosos, en una de las situaciones mas pintorescas de Europa? El Asia con su inmovilidad, su postracion, su despotismo, su degradacion de la muger y con todos los oprobios de la humanidad, está ahí, á nuestra vista; y apenas se ha dado un paso que prometa levántarla de su abatimiento. El Asia menor, las costas de la Palestina, de Egipto, el Africa entera, están delante de nosotros, en la situacion deplorable, en la degradacion lastimosa, que contrastan vivamente con sus grandes recuerdos. La América, despues de cuatro siglos de perenne comunicacion con nosotros, se

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