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CAPITULO XLIV.

A

Lechar una ojeada sobre los institutos religiosos, que se presentaron en la Iglesia desde el siglo trece, no hemos hecho mencion detenida de uno, que á mas de ser participante de la gloria de los otros, lleva un carácter particular de sublimidad y belleza, digno sobremanera de llamar la atencion: hablo del instituto, cuyo objeto fué la redencion de los cautivos de manos de los infieles. Apellidole en singular, porque no me propongo descender á las diferentes clases en que se distinguió; considero la unidad del objeto, y por esta unidad llamo tambien uno al instituto. Cambiadas felizmente las circunstancias que motivaron dicha fundacion, nosotros podemos apenas estimarla en su justo valor, ni apreciar debidamente la grata impresion y el santo entusiasmo que debió de producir en todos los paises cristianos.

A causa de las dilatadas guerras con los infie

les, gemian en poder de estos un sinnúmero de cristianos, privados de su patria y libertad, y expuestos á los peligros en que su penosa situacion los colocaba á menudo, de apostatar de la fe de sus padres. Ocupando todavía los moros una parte considerable de España, dominan do exclusivamente en la costa de Africa, pujantes y orgullosos en Oriente á causa de los reveses sufridos por los cruzados, tenian los infieles ceñido el mediodía de Europa con una línea muy extendida y cercana, desde donde podian acechar el momento oportuno, y procurarse considerable número de esclavos cristianos. Las revoluciones y vaivenes de aquellos tiempos les ofrecian á cada paso coyunturas favorables; y el odio y la codicia estimulaban de consuno sus corazones á satisfacer su venganza en los cristianos desapercibidos. Puede asegurarse, que era este uno de los gravísimos males que afligian la Europa. Si la palabra caridad no habia de ser un nombre vano; si los pueblos europeos no querian olvidarse de sus lazos de fraternidad, y de su comunidad de intereses, era necesario, urgente, tratar del remedio que debia aplicarse á calamidad tan dolorosa. El veterano que en vez del premio de largos servicios hechos á la Religion y á la patria, habia encontrado la esclavitud en las tinieblas de una mazmorra, el mercader que surcando los mares para llevar bastimentos al ejército cristiano, habia caido en poder de enemigos implacables, y pagaba su emprende→

dora osadía cargado de pesadas cadenas, la tímida doncella, que al tiempo de solazarse distraida á las orillas del mar, habia sido alevemente sorprendida y arrebatada por desalmados - piratas, como paloma en las garras del azor, todos estos desgraciados tenian derecho sin duda, á que sus hermanos de Europa les dispensaran una mirada de compasion, é hiciesen un esfuerzo para libertarlos.

¿Cómo se conseguirá este caritativo objeto? ¿qué medios podrán emplearse para llevar á cabo una empresa, que ni puede confiarse á las armas, ni tampoco á la astucia? Nada mas fecundo en recursos que el Catolicismo; en presentándose una necesidad, si se le deja obrar libremente, excogitará desde luego los medios más á propósito para socorrerla. Las reclamaciones y negociaciones de las potencias cristianas nada podrian recabar en favor de los cautivos; nuevas guerras emprendidas por esta causa, aumentarian las calamidades públicas, empeorarian la suerto de los que gimen en el cautiverio, y quizás acrecentarian el número, enviándoles nuevos compañeros de desgracia; los medios pecuniarios, faltos de un punto céntrico de direccion y accion, producirian escaso fruto, y vendrian á desperdiciarse en manos de los agentes subalternos; ¿qué recurso quedaba pues? el recurso poderoso, que tiene siempre á mano la Religion Católica, su secreto para llevar a cabo las mayores empresas: la caridad.

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Pero ¿cómo habia de óbrár esa caridad? del modo que obran en el Catolicismo todas las virtudes. Esta Religion divina 'que bajada del cielo levanta de contínuo el entendimiento del hombre á meditaciones sublimes, tiene sin embargo un carácter singular que la distingue de las escuelas y sectas que han pretendido imitarla. A pesar del espíritu de abstraccion que la mantiene despegada de las cosas terrenas, nada se encuentra en ella de vago, de ocioso, de puramente teórico. Todo es especulativo y práctico, sublime y llano, á todo se acomoda, á todo se adapta, con tal que sea compatible con la verdad de sus dogmas y la severidad de sus máximas. Con los ojos fijos en el cielo, no se olvida de que está sobre la tierra, de que trata con hombres mortales, sujetos á calamidades y miserias: con una mano les señala la eternidad, con la otra socorre sus infortunios, alivia sus penas, enjuga sus lágrimas. No se contenta con palabras estériles: para ella el amor del prójimo no es nada, si no se manifiesta dando de comer al hambriento, de beber al que tiene sed, cubriendo al desnudo, consolando al afligido, visitando al enfermo, aliviando al preso, rescatando al cautivo. Por valerme de una expresion favorita del siglo actual, es positiva en grado eminente. Así es, que sus pensamiento's procura realizarlos por medio de instituciones benéficas, fecundas; distinguiéndose en esto de le filosofía humana, cuyas pómposas palabras y

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