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te los hábitos de barbárie y ferocidad con que se habian tristemente señalado en los anteriores tiempos; y el poder real estaba muy lejos de haber adquirido la fuerza y el prestigio necesarios, para dominar tan encontrados elementos, y levantarse en medio de la sociedad, como un símbolo de respeto á todos los intereses, un centro de reunion de todas las fuerzas, y una personificacion sublime de la razon y de la jus

ticia.

En aquel mismo siglo empiezan las guerras á tener un carácter mas popular, y por consiguiente mas trascendental y mas vasto. Los alborotos del pueblo comienzan á presentar el aspecto de turbulencias políticas: ya se descubre algo mas que la ambicion de los Emperadores pretendiendo imponer el yugo á la Italia; ya no son reyezuelos que se disputan una corona ó una provincia; ya no son condes y barones que seguidos de sus vasallos luchan entre sí ó con las municipalidades vecinas, regando de sangre y cubriendo de destrozos las comarcas; en los movimientos de aquella época se nota algo mas grave, mas alarmante. Pueblos numerosos se levantan y se agolpan en torno de una bandera que no lleva los blasones de un baron, ni las insignias de un monarca, sino el nombre de un sistema de doctrinas. Sin duda que los señores se mezclan en la reyerta, y que á causa de su poderío se alzan todavía muy alto sobre la turba que los rodea y los sigue; pero

la causa que se ventila ya no es la causa de los señores; esta, forma en verdad una parte de los problemas de la época, pero la humanidad ha extendido sus miradas mas allá del horizonte de los castillos. Aquella agitacion y movimiento producidos por la aparicion de nuevas doctrinas religiosas y sociales, son el anuncio y el principio de la cadena de revoluciones que van á recorrer las naciones europeas.

No estaba el mal en que los pueblos anduvieran en pos de las ideas, y se resistiesen á tomar por única guia los intereses y la enseña de cualquier tirano; muy al contrario, esto era un gran paso en el camino de la civilizacion, una señal de que el hombre sentia y conocia su dignidad; un indicio de que extendiendo su ojeada á un ámbito mas anchuroso, comprendia mejor su situacion, sus verdaderos intereses. Resultado natural del vuelo que iban tomando cada dia las facultades del espíritu, vuelo á que contribuyeron sobre manera las Cruzadas; pues desde entonces, todos los pueblos de Europa se acostumbraron á pelear, no por un reducido terreno, no por satisfacer la ambicion ó la venganza de un hombre, sino por el sosten de un principio, por borrar el ultrage hecho á la Religion verdadera; en una palabra, se acostumbraron los pueblos á moverse, á luchar, á morir por una idea grande, digna del hombre, y que lejos de limitarse á un pais reducido abarcaba el cieᎩ la tierra. Asi es notable que el movimien

lo

(

to popular, el desarollo de las ideas, empezaron mucho antes en España que en el resto de Europa, á causa de que la guerra con los moros hizo. que se adelantase para la Península el tiempo de las Cruzadas. El mal, repito, no estaba en el interés que tomaban los pueblos por las ideas; sino en el inminente riesgo de que siendo todavía muy groseros é ignorantes, no se dejasen alucinar y arrastrar de un fanático cualquiera. En medio de tanto movimiento, la direccion que este tomase debía decidir de la suerte de Europa; y si no me engaño, el siglo doce y trece fueron épocas críticas, en que, no sin probabilidad en sentidos contrarios, se resolvió la inmensa cuestion, de si la Europa bajo el aspecto social y político debia aprovecharse de los beneficios del Cristianismo, ó si se habian de echar á perder todos los elementos que prometian un mejor porvenir.

Al fijar los ojos sobre aquellos tiempos, se descubre en distintos puntos de Europa no sé que gérmen funesto, indicio aciago de los mayores desastres. Doctrinas horribles brotan de aquellas masas que comienzan á agitarse; desórdenes espantosos señalan sus primeros pasos en la carrera de la vida. Hasta alli, no se habian descubierto mas que reyes y señores, entonces se presentan en escena los pueblos. Al ver que han penetrado en aquel informe conjunto algunos rayos de luz y de calor, el corazon se ensancha y se alienta, pensando en el nuevo por

venir reservado al humano linage; pero tiembla tambien de espanto al reflexionar, que aquel calor podria producir una fermentacion excesiva, acarrear la corrupcion, y cubrir de inmundos insectos el campo feraz que prometiera convertirse en jardin encantador.

Las extravagancias del espíritu humano presentáronse á la sazon con aspecto tan alarmante, con un carácter tan turbulento, que los pronósticos en la apariencia mas exagerados, podian fundarse en hechos que les daban mucha probabilidad. Séame permitido recordar algunos sucesos que pintan el estado de los espíritus en aquella época; y que ademas se enlazan con el punto principal cuyo exámen nos ocupa.

A principios del siglo doce encontramos al famoso Tanchelmo ó Tanquelino enseñando delirios, cometiendo los mayores crímenes; y no obstante arrastra un pueblo numeroso en Amberes, en la Zelandia, en el pais de Utrecht y en muchas ciudades de aquellas comarcas.

Propalaba este miserable, que él era mas digno del culto supremo que el mismo Jesucristo; pues si Jesucristo habia recibido el Espiritu Santo, Tanchelmo tenia la plenitud de este mismo Espíritu. Añadia, que en su persona y en sus discípulos estaba contenida la Iglesia. El Pontificado, el Episcopado y el Sacerdocio eran segun él puras quimeras. En su enseñanza y peroratas, dirigíase á las mugeres de un modo particular; el fruto de sus doctrinas y de su tra

to era la corrupcion mas asquerosa. Sin embargo, el fanatismo por ese hombre abominable llegó á tal punto, que los enfermos bebian con afan el agua con que se habia bañado, creyéndola muy saludable remedio para el cuerpo y el alma. Las mugeres se tenian por dichosas si podian alcanzar los favores del monstruo, las madres por honradas cuando sus hijas eran escogidas para víctimas del libertinage, y los esposos por ofendidos si sus esposas no eran mancilladas con la infame ignominia. Conociendo este malvado el ascendiente que habia llegado á ejercer sobre los ánimos, no descuidaba el explotar el fanatismo de sus secuaces; siendo una de las principales virtudes que procuraba infundirles, la liberalidad en pro de los intereses de Tanchelmo.

Hallábase un dia rodeado de gran concurso, y mandó que le trajesen un cuadro de la Vírjen: entonces tocando sacrilegamente la mano de la Imágen, dijo, que la tomaba por esposa. Volviéndose en seguida á los espectadores añadió, que él se habia unido en matrimonio con la Reina del cielo como acababan de presenciar; y así, ellos debian hacer los regalos de la boda. Inmediatamente dispuso la colocacion de dos cepos, uno á la derecha, otro á la izquierda del cuadro, sirviendo el uno para recibir las ofrendas de los hombres, y el otro las de las mugeres, para que así pudiera conocer, cual de los dos sexos le amaba con preferencia. Un artificio tan sacríle

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