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fue separarse de sus discipulos: avulsus est ab eis, dice el evangelio. Un enfermo debe asimismo separarse del mundo y de las personas que mas estima, para ocuparse unicamente de Dios y de su salvacion Jesus, sabiendo que el tiempo de su muerte se acercaba, se postrò en tierra en el jardin de las Olivas, y oraba con mas instancia: factus in agonia: prolixius orabat. Ved aquí lo que debe hacer un enfermo en las cercanías de la muerte; orar con fervor y unirse á Jesucristo en su estado de agonía en el jar. din de las Olivas y sobre la cruz. Jesus aceptó el cá liz de su pasion con una perfecta resignacion en la voluntad de su Padre Eterno: el enfermo debe asimismo aceptar la muerté con una humilde sumision á la voluntad de Dios. En fin, Jesucristo va á la muerte con valor. Vamos, dice á sus apóstoles; levantaos; ved á Judas que se acerca: surgite, eamus. Un buen cristiano debe asimismo recibir con valor, y con una santa alegria la noticia de la muerte, acep. tarla con gusto por ver acabar en sí el reino del pe. cado, y dejar con gozo esta tierra de los mortales, y este destierro lleno de miserias, para llegar á su ama. da patria y reunirse á Jesucristo en la bienaventuranza eterna: desiderium habens dissolvi, & esse cum Christo. A medida que los últimos momentos de la vida se acercan es preciso procurar producir en vuestro corazon actos de fé, de esperanza, de amor

y

de contriccion, con tanto fervor y confianza en Je

sucristo que podais dar el último suspiro en sus manos: Domine Jesu, suscipe spiritum meum. Ved aquí las disposiciones para una buena muerte, en que deseo que vosotros y yo nos hallemos al fin de nuestra vida. Pidamos a Dios que nos haga esta gracia, á fin de que una buena muerte, separándonos de este mundo, nos una á él para siempre. Amen.

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F་

Cum videritis abominationem desolationis, quæ dicta est à Daniele Propheta, stantem in loco sancto: qui legit, intelligat.

pro

Cuando viereis la abominacion de la desolacion, que ha sido predicha por el feta Daniel, establecida en el lugar santo san Matth., que lee entienda.

4. cap. 24, v. 15.

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: el

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Los intérpretes de la sagrada Escritura estan divi

didos sobre el sentido de las palabras de nuestro testo. Algunos entendieron esta abominacion de la desolacion predicha por el profeta Daniel, de las insignias de la armada romana, en que estaban pintadas

las imágenes de sus césares, á quienes los romanos rendian honores divinos y que los soldados victoriosos plantaron sobre las ruinas del templo de Jerusaten. Otros la explican de aquella horrible profanacion, que en el tiempo que duró el sitio de esta ciudad, cometió la faccion de los celadores, haciendo del templo una plaza de armas y cuyos escesos se pueden ver en la historia de los judios, escrita por Flavio Josepho (1). Otros la entienden de la estatua del emperador Tiberio, que Pilatos hizo colocar en el templo. Otros, en fin, de la estatua ecuestre de Adriano, que fué puesta en el lugar mismo del tem. plo, que se llamaba el santo de los santos. Ved aqui por lo que toca a la figura, y al sentido literal; pero por lo que mira á la verdad figurada á ninguna cosa se puede aplicar mas seguramente que al AnteCristo, que se hará adorar en el templo de Dios, como si fuera Dios mismo (2), y á aquella apostasía que debe suceder al fin de los siglos, y que san Pablo da por una de las señales del juicio último, asegurando a los tesalonicenses, que no vendrá este gran dia hasta que haya sucedido la rebelion, y hasta que el hombre de pecado se haya descubierto: nisi venerit discessio primum, & revelatus fuerit homo

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peccati (1). No es mi intento hablaros de esta última y terrible rebelion, en la que hasta los escogidos serán conmovidos. Me contento con hablaros de la rebelion de un cristiano contra su Dios, cuando tiene la desgracia de pecar mortalmente, y digo, que la abominacion de la desolacion no es otra que el pecado mortal en el alma de un cristia no que es propiamente aquel Jugar santo, que Dios ha santificado por la gracia del bautismo, y en el cual desea hacer su mansion, y este es aquel templo del Señor que un mal cristiano profana, y que se hace la abominacion de la desolacion por el pecado mortal; pecado que es el principio de las corrupción de nuestras costumbres, la causa de todos los desórdenes que vemos y cuyos tristes efectos son las guerras, las pestes, las hambres, que serán tambien lás últimas calamidades del mundo. Nosotros sentimos ya estos crueles azotes de la Justicia divina; porqué en estos tiempos abunda la iniquidad y nunca cél pecado hizo mayores estragos entre los hombres. Opongámonos á sus funestos progresos y procuremos hacerlos aborrecer y detestar. Para esté, efecto quiero representároslo por dos lados que deben haceros, fuerza. Primero, como el enemigo y el homicida del hombre; segundo, como el enemigo, y el sangriento homicida de Jesucristo. El daño que el pecado ha

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