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partes sus siervos, que son los ministros de su iglesia, para juntarnos al rededor de esta divina

mesa.

¡Qué mayor consuelo para nosotros, hermanos mios! Pero lo que resta de la parábola me parece bien triste; porque advierto en ella personas que no pagan sino con ingratitudes la bondad del padre de familias, que nos convida. Sus frívolas escusas los hacen indignos del honor que les hace, y le obligan á pronunciar contra ellos aquel decreto de esclusion: dico vobis, quod nemo virorum illorum, qui vocati sunt, gustabit cœnam meam. Este decreto es terrible, hermanos mios, no obstante es mas comun de lo que se piensa. Jesucristo está en la Eucaristía como un juez en su tribunal, en donde pronuncia este decreto de muerte contra una infinidad de cristianos, que no hacen el caso que deben de este adorable misterio, ó por mejor decir, este decreto está ya ό pronunciado, y estos cristianos, á quienes el apego á la tierra hace olvidar el don del cielo, no gustarán la dulzura de este divino banquete: nemo virorum illorum gustabit cœnam meam. Vendrán á nuestras iglesias, asistirán al santo sacrificio de la misa, y aun comulgarán algunas veces; pero será sin fruto, porque son semejantes á aquellos judios carnales, á quienes fastidiaba el maná que Dios hizo llover en el Desierto. No es mi intento combatir en general estos cristianos negligentes que no se acercan á la Eu

caristía, o que no sacan ningun provecho ella: Esta materia es demasiado vasta. Me contentaré solo con combatir los abusos que se cometen al oir el santo sacrificio de la misa. Para hacerlo con órden os haré ver primero las disposiciones con que se debe oir, y despues las faltas que se cometen en el modo de oirla. Primero: cómo se debe oir misa. Segundo: como se oye.

PUNTO PRIMERO.

Antes de prescribiros algunas reglas de piedad para oir bien la misa, es preciso esplicaros lo que es la misa. La misa es un sacrificio de Jesucristo, y el mejor que hace su iglesia. Jesucristo es el principal oferente: él es quien se ofrece por nosotros á Dios su Padre sobre nuestros altares, por lo que se le da el titulo de soberano Sacerdote, cuya augusta cualidad conservará por toda la eternidad: sacerdos in æternum. La victima del sacrificio es el cuerpo y la sangre de Jesucristo; y aquel á quien se ofrece esta víctima es Dios solo. Los ministros del sacrificio son los sacerdotes, y el pueblo cristiano que asiste á el tambien tiene la prerogativa de ofrecerlo juntamente con el sacerdote. De aqui concluyo que el mejor modo de oir Misa es unirse al sacerdote, aplicar la atencion á todo lo que hace y á todo lo que dice, seguirle en cuanto se pueda en todas las acciones, y acompañarlas con verdaderos sentimientos de piedad. Segun

este método podemos distinguir tres partes en el sacrificio. La primera desde el introito ó principio de la misa hasta el ofertorio, en que debemos portarnos como penitentes que están penetrados de la multitud y gravedad de sus pecados. La segunda desde el ofertorio hasta la Consagracion, en que nos debe mos considerar como ministros, que deben ofrecerse a Jesucristo y sacrificarse con él. La tercera desde la consagracion hasta despues de la comunion, en que nos debemos mirar como participantes, que deben hacerse dignos de las gracias que se les ofrecen. Para haceros estas verdades mas sensibles, voy á propo neros tres ejemplos sacados del Evangelio, que os mostrarán cómo debeis ocupar el tiempo de la misa.

El primero es el del publicano, el segundo es el del buen ladron, y el tercero el del centurion. El publicano os enseñará lo que debes hacer en el principio de la misa: el buen ladron cómo debeis portaros al tiempo de la consagracion, y el centurion os servirá de guia para la comunion.

Cuando entreis en la iglesia para oir misa, acordaos, hermanos mios, de la disposicion del publica no cuando vino al templo á ofrecer el sacrificio de sus oraciones y considerad el retrato que de él hace san Lucas (1). El publicano, quedándose en la parte

mas inferior del templo, no se atrevia á levantar los ojos al cielo ; pero heria su pecho diciendo: Señor, tened piedad de mí, que soy un pecador. Es bien diferente de aquellos espiritus fieros y sobervios de que habla el profeta, que quieren acercarse á Dios como si fueran hombres que hubiesen cumplido con todas las obligaciones de la justicia: cuasi gens, quoe justitiam fecerit (1). Al contrario, cree, que es indigno de presentarse en la presencia de Dios. Por esto se pone en el rincon mas infimo del templo: está cubierto de una confusion tan grande á la vista de sus pecados, que siquiera se atreve á mirar al cielo nolebat nec oculos ad cælum levare. Se hie re el pecho, porque es el sitio del corazon y quiere que sufra el primero la pena que es debida al pecado, dice san Agustin (2); ó si quereis que me esplique de otro modo, añado, que asi como cuando se hiere un pedernal con un eslabón saltan centellas de fuego, asi tambien nuestro dichoso penitente, hiriendo su pecho hace salir de él aquellas palabras de fuego: Deus propitus esto mihi peccatori. Mi Dios, perdonad á este pobre pecador.

¡Oh! Qué dichosos seriamos si al tiempo en que se empieza la misa entrásemos en estos sentimientos

(1) Is. 38, v. 1.

(2) Serm. 15, de S. Evang.

de penitencia y compuncion; y si penetrados del peso de nuestros pecados, imitásemos la conducta del publicano, humillándonos como él. Siendo pecadores como somos, no buscariamos distinguirnos en la iglesia; sino que entrando en nuestra nada con una saludable confusion, pediriamos al Señor que tuviese misericordia de nosotros: propitius esto mihi peccatori. ¿No es esto lo que el sacerdote quiere inspirarnos, cuando al principio de la misa baja del altar y parece apartarse de él para hacer una confesion pública en presencia de toda la corte celestial y de todos los asistentes que le miran? ¿No se muestra en este estado como cargado de todas las iniquidades del pueblo, quien hace como èl una confesion general de sus pecados, y no nos enseña la obligacion en que estamos de dirigirnos á Dios con un corazon contrito y humillado? Ocupèmonos, pues, hermanos mios, en implorar la divina misericordia, para que nos perdone, no solo en el principio de la misa, sino tambien interin duran las otras ceremonias que se hacen hasta la consagración, que el tiempo no me permite explicar este es el ejemplo que nos ministra el publicano. Voy ahora á proponeros el del buen ladron, que os instruirá de cómo debeis portaros en el tiempo de la consagracion y de la elevacion de la sagrada Hostia, que es el tiempo en que debeis consideraros como ministros de este augusto sa

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