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brillante de los que habian de ser á un mismo tiempo, en las tres grandes naciones del occidente, dignos adalides de su principio y fuertes moderadores de su destemplanza y escesos.

La educacion que recibió el señor Martinez de la Rosa fue la conveniente en una familia acomodada. Despues de haberse dedicado al estudio de las humanidades y de algunas lenguas vivas, cursó en la universidad de su pais natal las aulas de filosofía, matemáticas y derecho civil y canónico, con tanto aprovechamiento, que á los veinte años tenia concluidos sus estudios de derecho, y se habia hecho cargo de una cátedra de moral en la misma universidad.

Estalló entonces la revolucion de 1808, suceso importantísimo, cuyo primer efecto iba á ser sacar á España del profundo letargo en que estaba sumergida hacia tres siglos y lanzarla en la borrascosa carrera de innovaciones, de glorias, de errores y de desastres cuyo término por desgracia no vemos todavía cercano. Inútil seria recordar aquí ni aun someramente, los dolorosos sucesos que prepararon la gran catástrofe del 2 de mayo; esta negra página de nuestra historia está grabada en todas las memorias ó en todas las imaginaciones con caractéres indelebles. Un grito universal de indignacion y de venganza respondió en todos los ángulos de la monarquía á los lamentos de los mártires de mayo: en todas las provincias se organizaron súbitamente juntas de armamento y defensa: la nacion entera se puso sobre las armas. El señor Martinez de la Rosa no podia abstenerse de tomar una parte muy activa en aquella insurreccion verdaderamente popular. En efecto, desde los primeros momentos trasformó su cátedra de moralista en tribuna de patriota; fundó un periódico para fomentar las ideas de resistencia, y revestido de los competentes poderes de la junta de su provincia, pasó á la plaza de Gibraltar á negociar con el gobernador inglés el término de la guerra que habiamos tenido hasta entónces y reclamar pertrechos militares para la organizacion del ejército que acababa de confiar la junta de Sevilla al general Castaños. La misma mision llenaba en Londres al mismo tiempo, á nombre de la junta de Asturias, el conde de Toreno.

El triunfo de Bailen, la consiguiente retirada de los Franceses al Ebro, y la instalacion de la junta central, señalaron el primero y mas espontáneo y feliz período del levantamiento nacional. Tratóse luego de organizar el gobierno, que estaba enteramente desquiciado, y no

fueron ya los jóvenes los que hubieron de conducir los negocios públicos. El señor Martinez de la Rosa aprovechó aquella coyuntura para pasar á Inglaterra y observar allí mismo, en su cuna, donde era natural, completo y necesario, aquel sistema representativo que el espíritu reformista queria trasportar á los pueblos del continente. Poco tiempo residió empero en aquel pais: la suerte de las armas se habia vuelto contra nosotros; la junta central se habia retirado á Cadiz, y convencida de impotencia, al par que cediendo al voto de la nacion, convocó las cortes para la ciudad de San Fernando. El jóven granadino no podia faltar en aquel punto, que consideraba á la vez como asilo de la independencia y cuna de la libertad. Aunque su edad no le permitia aun ser diputado, quiso compartir los compromisos, y en cierto modo los trabajos de los diputados, ya dilucidando en la prensa periódica las arduas cuestiones que entonces por primera vez iban á ventilarse en España, ya poniendo á disposicion de las cortes su celo y capacidad para el manejo de los negocios, de que dió claras muestras desempeñando la secretaría de la comision de libertad de imprenta, á la que se daba mucha importancia. Ocupaba tambien entonces su atencion con algunas obras de literatura, pero pagando el tributo que la política reclamaba para sí, y haciéndolas casi todas libros de polémica, tanto por lo menos como de arte. Ya en 1809 habia escrito un canto épico á la admirable defensa de Zaragoza, para el concurso abierto por disposicion de la junta central; y si bien no llegó á adjudicarse el premio ofrecido por los sucesos infaustos de la guerra, sábese que la opinion de los jueces le habia destinado por unanimidad para el que citamos. Posteriormente, en Cadiz, despues de algun opúsculo contra el señor Capmani y en defensa del señor Quintana, se habia dedicado á la literatura dramática tan decaida en aquellos tiempos; y su comedia de Lo que puede un empleo, y su tragedia de La Viuda de Padilla habian logrado un éxito, que ninguna composicion de la época les compartia ni disputaba.

Lo que puede un empleo es una comedia de costumbres, llena de chistes y de situaciones altamente originales, como que puede llamarse el primer ensayo hecho en España de lo que en el dia llaman los Franceses la comédie politique, género en el que nuestro autor los ha precedido. Y con este motivo no podemos menos de notar aquí una circunstancia muy singular, mejor diremos una verdadera fortuna que ha acompañado al señor Martinez de la Rosa en casi todos sus

actos públicos; tal es el de llevar estos en sí al mas alto grado el don de la oportunidad, á tal punto que pareceria que las circunstancias se acomodan para dar relieve á sus actos, si no fuera mas natural pensar que estos son los que, con oculta y privilegiada habilidad, se acomodan á las circunstancias para recibir de ellas nuevo realce. Caso ha habido, sin embargo, en que la buena suerte ha hecho por él lo que no hubiera podido hacer la prevision. Cuando este autor, hallándose en Paris, dió al teatro de la Porte Saint-Martin su drama Aben-Humeya, en 1830, la revolucion de julio, que sobrevino poco despues, fue una nueva cuanto inesperada ocasion de triunfo para el poeta. Nosotros fuimos testigos de la ovacion que en aquellos momentos de férvido entusiasmo tributaron los felices insurgentes de Paris á los desgraciados insurgentes de las Alpujarras, é involuntariamente se agolparon á nuestra imaginacion todos los recuerdos de circunstancias análogas que debia inspirarnos aquella fortuna de nuestros compatriotas. Llegar á tiempo ha sido siempre su talento, su estudio ó su suerte. No es esta ocasion de demostrarlo en política y en literatura, basta para convencerse de ello recordar los hechos. El drama politico no podia llegar á España mas á tiempo que cuando le presentó en la escena de Cadiz el señor Martinez de la Rosa, en sus dos citadas composiciones. ¿Qué otro interes podia herir entonces mas profundamente las imaginaciones?

Llegó por fin el levantamiento del sitio de Cadiz y la conclusion de las cortes constituyentes. Nombráronse las ordinarias que las debian reemplazar, y el señor Martinez de la Rosa fue elegido para ellas por la provincia de Granada.

Desde luego comenzóse á advertir en aquella asamblea, no solo el errado sistema de eleccion, que se habia adoptado en el código de 1812; sino todavía mas el absurdo de no consentir la reeleccion de los representantes del pueblo. Volvíase de ese modo á entrar en la misma situacion de 1810, en cuanto á ignorar completamente el congreso la práctica de los negocios públicos, y á hallarse sin direccion y sin guia en una carrera tan difícil. Faltaba ademas la buena fe y la inocencia que habian sido posibles al comenzarse las cortes anteriores; y se levantaba en fin en el seno de estas un partido resueltamente contrario á las formas representativas. La espulsion, por último, de los Franceses, que iba obligando á plantear el gobierno, que sacaba la cuestion del terreno de las teorías para llevarle al de

las realidades; todo iba multiplicando los obstáculos para los hombres sinceros y amantes de la libertad, que habian mirado hasta allí la constitucion como una obra acabada, perfecta, inmejorable.

A estos, sin embargo, pertenecia el señor Martinez de la Rosa; entre ellos habia tomado asiento, y á su frente se encontraba no obstante su corta edad. Él tenia fe completa en la ley que habia jurado, y trabajaba muy sinceramente por su cumplimiento. No podia negar las dificultades que estorbaban á cada paso la marcha gubernativa; pero se hacia la mas completa ilusion sobre este punto, atribuyendo á la falta del rey, detenido en el territorio francés, los inconvenientes que nacian en la ejecucion del nuevo sistema. Algunos años mas adelante ha reconocido por una costosa esperiencia lo contrario y visto que el rey era solo un obstáculo mas, y el mayor, y el mas insuperable, para la práctica de lo dispuesto en aquel código.

Trasladadas en tanto las cortes á Madrid, llegado el rey á Cataluña y á Valencia, el horizonte se ennegrecia por momentos, y las dificultades eran cada vez mas imposibles de dominar. Todo el mundo sentia que se hallaba la nacion en un estado falso é insostenible: todo el mundo auguraba que iba á realizarse una crisis política: todo el mundo esperimentaba en su interior aquello que es el mas seguro presagio de la destruccion de un gobierno cualquiera; la falta de fe en los subordinados, la persuasion íntima de que tal gobierno no podia durar. Los hombres previsores se resguardaban ya de la desgraciada suerte que veian venir sobre sus cabezas : los hombres sin conviccion pactaban con el nuevo poder que iba á levantarse: otros, en fin, mas honrados que estos últimos, mas cándidos que los primeros, cumplian estrictamente su deber, ó resignados ó ciegos respecto á la suerte que les aguardaba. A estos últimos correspondia el señor Martinez de la Rosa. Él continuaba siendo campeon del partido constitucional aun en los primeros dias de mayo de 1814; y satisfecho con su tranquilidad interior, dejaba venir la nube que habia de envolverle.

El decreto de 4 de mayo puso fin á esa incertidumbre pública, á esa ansiedad general, y dió principio á la série de reacciones políticas que habian de desgarrar muestra patria. La anulacion del código constitucional y la disolucion de las cortes fueron los primeros actos del desacertado sistema que para mal de la nacion estaba destinado á realizar Fernando VII. Hasta entonces habia habido por lo comun justicia y tolerancia en las contiendas de nuestros partidos

políticos allí comenzó la tiranía de los vencedores sobre los que les habian sido contrarios, y se puso el fundamento á las luchas personales de que debiamos ser víctimas tan larga y miserablemente. No se hizo solo una reaccion contra las cosas, sino una persecucion contra los individuos; y cuando la nacion entera, lo mismo realistas que liberales, recibian con el mayor júbilo y con el mas puro entusiasma á un monarca, por el cual habian derramado sus tesoros y su sangre, ese mismo monarca enviaba delante de sí la mas cruda desolacion al seno de tantas, y tan ilustres, y tan beneméritas familias, como lo eran las de los gefes del partido de la reforma. La mayor parte, cuando no todas las desgracias que han caido despues sobre nosotros, traen seguramente su origen de aquel gran escándalo de ingratitud, de aquel acto de ciega y lujosa tiranía.

El señor Martinez de la Rosa fue preso y encausado como otros muchos vocales de aquellas y de las pasadas cortes. Formósele un proceso por las opiniones que habia emitido, ya que no era posible formárselo por ningun hecho que pudiera decirse criminal. Escusado es advertir que ni le habia, ni podia haberlo de esta clase. Él habia sido liberal y profesado las ideas reformistas; pero ni civil ni políticamente se podia citar de él acto alguno que cayese bajo la jurisdiccion de tribunales de ningun género. Fue sin embargo de los tratados con mas enemistad y con mas cólera, porque personificaba mejor que ningun otro á la juventud estudiosa y valiente, que se lanzaba en el partido de las innovaciones. El poder queria arrancarle una retractacion de sus ideas, para lanzarle en seguida como ejemplo y como escarmiento; mas el poder hubo de advertir muy pronto que no habia conocido la tenacidad de aquel carácter, y que se habia formado una pobre ilusion, esperando de él cualquier flaqueza.

Llegó por fin la conclusion de aquellas causas, en las que la justicia no podia condenar, y en las que, en su defecto, condenó el mismo monarca. Fernando VII repartió á los diputados los castigos que tuvo por convenientes. El del señor Martinez de la Rosa consistió en ser desterrado por ocho años al Peñon de la Gomera, uno de nuestros presidios de Africa. Así espió aquellos singulares crímenes, que consistian en haber profesado con conciencia una opinion que era la ley del pais, y en haber merecido á sus conciudadanos la honrosa distincion de diputado á cortes. ¡ Oh! No se pueden estrañar, por mas que se deploren, los sucesos de 1820, cuando se

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