TERESA Sí, muy alto. ¿Verdad que tiene buena figura? SOR JUANA DE LA CRUZ Sí... ¿Tiene el pelo blanco? TERESA No, es que le da la luz... castaño obscuro, y los ojos entre azules y verdes. ¡Lástima que á esta luz no se le ven, porque son más bonitos! Cuando ha bla, le echan chispas.fire stow SOR JUANA DE LA CRUZ ¿Cuántos años tiene? TERESA Veinticinco ha cumplido. (ANTONIO pasea de un lado para otro.) SOR JUANA DE LA CRUZ Parece muy vivo de genio. TERESA Es que está impaciente. ¿Quiere usted que le llame y le diga que está usted aquí? SOR JUANA DE LA CRUZ (Retrocediendo un poco.) ¡No, no! TERESA ¿Por qué? ¡Si la quiere á usted tanto! (En voz queda, acercándose á la reja.) Buenos días, Antonio. ANTONIO (Mirando de un lado para otro.) ¡Teresa! ¿Dónde estás? TERESA (Riéndose.) Aquí, hombre, aquí; detrás de la reja. Bien se ve que el señor no tiene costumbre de visitar monjitas. ANTONIO ¿No puedes correr la cortina? TERESA No, porque no estoy sola. ¿A que no aciertas quién está conmigo? Mi madre. ANTONIO ¿Sor Juana de la Cruz? TERESA (A la monja, con alegría, porque él ha adivinado.) ¡Lo ve usted! (A ANTONIO.) Sor Juana de la Cruz, precisamente. Te hemos estado viendo desde aquí, y dice que te encuentra muy buen mozo, SOR JUANA DE LA CRUZ ¡Jesús! ¡No haga usted caso á esta cotorra! TERESA No se apure uste ', madre, que á mí también me lo parece. ANTONIO Pues no me lo habías dicho nunca. TERESA Es que aquí dentro, como no me ves, no me da vergüenza. Mira, tenemos que avisar que has llegado; pero antes dile á mi madre una cosa bonita, que si le estás ahí con la boca cerrada, después de las ausencias que he hecho de ti, me vas á dejar mal. ANTONIO ¿Qué quieres que diga? TERESA Lo que te pida el corazón. ANTONIO Es que no sé si á una religiosa se le puede decir, aunque el corazón lo pida, que se la quiere mucho. TERESA ¡Anda! Yo se lo digo lo menos un millón de veces al día. ANTONIO Pues vayan dos millones; porque ha de saber usted, señora, que es imposible conocer á Teresa y no quererla á usted. TERESA ¡Cómo que es un tesoro esta madre que tengo! SOR JUANA DE LA CRUZ ¡Pobre de mí! (Con mucho rubor.) Yo también le tengo mucho afecto, señor, que también esta niña me ha enseñado á estimarle. Ella está un poco ciega, es natural. No sabe del mundo, y nosotras, ¿qué íbamos á enseñarle? Ahora se la lleva usted tan lejos no nos la quite usted del todo. ANTONIO Señora, yo le juro á usted que estaré siempre de rodillas ante toda la suavidad que le han puesto ustedes en el alma. TERESA Si ya le he dicho á usted que es muy bueno, madre. SOR JUANA DE LA CRUZ Que Dios les haga muy felices. Y queden con Dios, que servidora va á buscar á la madre. ANTONIO Pero, ¿volverá usted? SOR JUANA DE LA CRUZ Con la comunidad... creo que sí... Muy buenos días... Tanto gusto en haberle conocido. (Sale SOR JUANA DE LA CRUZ emocionadísima. TERESA se queda junto á la reja, sin hablar hasta que la monja desaparece.) ANTONIO Ahora ya puedes correr la cortina. TERESA Un poquito, sí. (Descorre un poco la cortina.) Pero te da lo mismo, porque tú no me ves. ¿Te gusta mi madre, de veras, de veras? ¿Por qué te has puesto serio? ¿En qué piensas? ANTONIO No sé; es una cosa extraña. Desde que estoy aquí, desde que he oído hablar á esta madre y te siento, sin saber de seguro dónde estás, detrás de esa reja, casi me da miedo quererte; pero, ¡cómo te quiero! |