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ADVERTENCIA.

Sabida cosa es que el argumento de Edipo logró la mayor aceptacion y aplauso asi en Grecia como en Roma, habiéndole manejado á competencia los mejores trágicos de ambas naciones; y que en especial Sófocles dió á luz una composicion bellísima, celebrada con entusiasmo por los maestros del arte, y reputada justamente hasta el dia como el ejemplar mas perfecto que en clase de tragedias nos legase la antigüedad.

¿ Mas ese mismo argumento, si se le presenta en el teatro moderno, podrá prometer un éxito, ya que no igual, al menos parecido?... Esta es la primera duda á que dará lugar el solo título de esta tragedia. No faltará quien crea que un asunto de esa especie no debiera en nuestra edad volver á presentarse en las tablas ; y que la diferencia de tiempos y de costumbres, de leyes y de gobierno, de máximas morales y de creencia religiosa podrán tal vez ser causa de que parezca hoy dia indiferente é insulso lo que tan vivo interes excitaba hace muchos siglos. Esta reflexion, de que se ha hecho mérito de varios modos y en repetidas ocasiones, no deja de tener peso; y casi me hubiera retraido de empresa tan aventurada, á no

de

estar convencido plenamente de que, á pesar cuantas desventajas ofrezca respecto de este punto el teatro moderno, es tan bello y tan trágico de suyo el argumento de Edipo, que con tal que no se le adultere ni desfigure, excitará siempre los sentimientos mas vivos en el ánimo de los espectadores.

Y

porque no se crea que estoy muy apegado á este dictámen únicamente por ser mio, procuraré buscarle por fiador á un célebre maestro : « La tragedia de Edipo (decia Voltaire en sus famosos Comentarios) es sin disputa, á pesar de sus graves defectos, la obra maestra de la antigüedad. Todas las naciones ilustradas la han admirado de consuno, si bien han convenido en las faltas de Sófocles. ¿Porqué, pues, este mismo argumento no ha logrado un éxito completo en ninguna de esas naciones? No consiste ciertamente en que no sea muy trágico. Ha habido quien pretenda que no se puede tomar vivo interes en los crímenes involuntarios de Edipo, y que su castigo excita mas bien indignacion que lástima; pero esta opinion se ve contradicha por la experiencia: porque todo lo que se ha imitado de Sófocles en el Edipo, aunque haya sido con poco acierto, ha logrado siempre éxito en nuestra nacion; al paso que se han reprobado todas las cosas extrañas á ese argumento que se han mezclado con él. Debe pues inferirse que hubiera convenido manejar el argumento de Edipo con toda la sencillez griega. ¿Y porqué no lo hemos hecho? Porque nuestros

dramas, compuestos de cinco actos y sin el auxilio del coro, no pueden ser conducidos hasta el último acto sin socorros extraños al asunto; de donde proviene que los recargamos de episodios, hasta el punto de ahogarlos ».

Mucha razon me parece que tenia Voltaire en lo acaba de decir; pero que los poetas modernos que han tanteado este argumento, sin exceptuar mas que á uno, no estaban muy convencidos, á lo que se deja entender, de la exactitud de las anteriores reflexiones; y cual mas cual menos, todos ellos se han empeñado en seguir un rumbo enteramente distinto del que tan acertado les parecia en el teatro griego. ¿Mas de dónde ha nacido este empeño? He aqui la razon que lo ha motivado, dando lugar, en mi concepto, á muchos extravíos. Ante todas cosas se ha dado por supuesto que el argumento de Edipo, aunque ofrezca singulares bellezas, es muy reducido y escaso; capaz únicamente de completar un drama en el teatro griego, en que la suma sencillez era la prenda de mas estima, y en que la pompa del espectáculo, la presencia continua del coro, el canto y la música, llenaban cumplidamente el vacío que pudiera dejar la accion, y hermoseaban una obra dramática, por simple que fuese.

Nada de esto sucede en nuestro teatro : peor dotados por la naturaleza, mas adelantados en civilizacion, ó tal vez mas corrompidos en el gusto, lo cierto es que á los modernos no les bastan las sencillas composiciones que encantaban á los

Griegos; y que para haber de cautivarles es necesario ofrecerles dramas mas nutridos, planes mas artificiosos, incidentes mas varios. Y si á esto se añade la duracion acostumbrada de nuestras tragedias, la escasez de pompa teatral, y'la falta de parte lírica, se aumentará mas y mas el temor que un argumento, abundante y rico en manos de Sófocles, aparezca ahora deslucido y pobre.

de

Hasta cierto punto este raciocinio parece bastante fundado, aunque en mi concepto se le ha dado mas extension de la que se debiera, al aplicarle al asunto de que tratamos; mas como quiera que sea, se ha dicho, se ha repetido, y ha acabado por creerse comunmente que el argumento de Edipo, reducido á su propio caudal, no es bastante hoy dia para formar con él una tragedia.

Lo mas extraño es que sin mas que pasar de manos de los Griegos á las de los Latinos, ya parece que mermó ese argumento, como un licor que se vierte de un vaso en otro : no ha llegado hasta nosotros la tragedia de Edipo compuesta por Julio César, ni alguna otra de que hay noticia; pero al leer la de Séneca, se echa de ver desde luego que, habiendo dejado subsistentes los defec tos que se imputan por lo comun á la de Sófocles, apenas si acertó á sacar de ella algun provecho. No echó mano, es cierto, de materiales extraños y de episodios inútiles, para completar su composicion, como lo han hecho casi todos los modernos; pero se le ve apurado para llevarla á cabo, moviendo á duras penas una accion flaca y

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