Donde una siesta, cuando mas enorme Y mas que el ciervo corredor brioso: Negro parece mas que noche umbría Una leccion que tengo á desvarío, POETA. Esto apenas cantó Dametas, cuando Dafne besó su faz, y él á su beso Respondió con abrazos, engendrando Amor en ellos amoroso exceso: Y cual su flauta cítara trocando, Poco a poco se van del monte espeso, ODAS. I. En alabanza de Garcilaso. Si al apacible viento, Eterno huesped de este prado umbrío, Regalado instrumento, Dulce tal vez, y secretario mio, Hemos cantado á solas Tú dulces ojos, yo sangrientas golas; De aquel ilustre mayoral cantemos, Pisó del Tajo márgenes y extremos, Le vió blandir las armas de Belona. Cuan cubierto de acero El aquitano conoció sus brios En el asalto fiero, Y desatando manantiales rios De galicanas venas, Murallas inundó, coloró almenas! Mas luego que al soriego Del trance duro retiraba el brazo, Venus le ardia en fuego, Dócil al yugo, facil al regazo, Tomando ora la espada, ora la pluma. Al ampararse de su voz postrera Aguas paró del Istro en la ribera, Que fueron á sus males Rocas de yelo, ó yelos de cristales. Dígalo amor tambien, que amor lo sabe, Cantando á veces tierno, á veces grave, Y el casto engaño de su dulce amiga. Detente, lira, pues que aqui Salicio Cuerdo en perder entonces el juicio, Tambien paró su canto, Colgó su lira y empezó su llanto. II. Al Cefiro. Dulce vecino de la verde selva, Huesped eterno del Abril florido, Vital aliento de la madre Venus, Cefiro blando; Si de mis ansias el amor supiste, Tú, que las quejas de mi voz llevaste, Oye, no temas, y á mi ninfa díle, Díle que muero. Filis un tiempo mi dolor sabia, A si los dioses con amor paterno, Jamas el peso de la nube parda, Cuando amanece en la élevada cumbre, Toque tus hombros, ni su mal granizo Hiera tus alas. CANTILENAS Y ANACREÓNTICAS. I. .: Como ro rosa que nace En el jardin cercado No sujeta el arado Ni al ganado que pace, Cristal que la rocia; Que mientras no es tocada Crece su lozanía Y es de todos amada; 218 Con el alma y la vida: De dignidad tan alta, II. Amada Filomena, Que entre aquestos laureles, Que los brazos crueles |