Del sueño despertóme; ¿Quien es el atrevido, Airado dije entonces,
Que a tales horas llama, Y al que duerme interrompe? Abre, piadoso huesped, Las puertas, me responde, Y deja el miedo, amigo, Que mi llamar te pone. Porque soy un muchacho Que ando toda la noche Perdido por ser ciego, Y helado por ser pobre. Yo movido á sus ruegos, Y amigable á sus voces, Las puertas abrí luego, Porque entre el que las
Cuando ví un niño ciego Al modo de los Dioses, Con alas en sus hombros Y en su carcax arpones. Subíle á mi aposento, Encendí mis carbones, Enjugué sus cabellos, Y apagué sus temblores. Sus manos con las mias Le apreté, y él entonces, Viéndose redimido Del hielo y sus rigores; Probemos, dice, el arco, Por si el nervio se encoge: Y estirando la cuerda
El pecho atravesóme. Luego con mil risadas De mi casa salióse, Diciendo al despedirse: Huesped, queda á los dioses; Pero primero advierte, Que tras hacer tal golpe, Mis arcos quedan sanos, Y tú con mil dolores.
La rosa de Cupido Juntemos á Liéo, Y della laureados, Bebamos y jugemos. La rosa que á las flores, Es suave ornamento, Y del verano alegre El cuidado primero: La rosa que á los dioses Es deleite, y por esto, De rosas coronado
Danzas sigue el de Venus. Haz pues, o padre Baco, ό Que de rosas compuesto, Y de lira adornado, Me reciba tu templo. Süaves daré olores,
Süaves diré versos, Y juntos yo y mi dama
Suaves bailaremos.
Amada palomilla,
¿De donde, dí, ó a donde Vienes con tanta priesa, Vas con tantos olores?- ¿Pues á tí, qué te importa? Sabrás que Anacreonte Me envia á su Batilo, Señor de todo el orbe: Que como por un himno Me emancipó Dione, Nombróme por su page, Y el por tal recibióme. Suyas son estas cartas, Suyos estos renglones, Por lo cual me promete Libertad cuando torne. Pero yo no la quiero, Ni quiero que me ahorre; Porque ¿de qué me sirve Andar cruzando montes, Comer podridas vacas,
pararme en los robles? Á mí, pues, me permite El mismo Anacreonte, Comer de sus viandas, Beber de sus licores: Y cuando bien brindada Doy saltos voladores, Le cubro con mis alas,
Y él dulce las recoge. Su cítara es mi cama, Sus cuerdas mis colchones, En quien suavemente Duermo toda la noche. Mi historia es ésta, amigo; Pero queda á los Dioses, Que me has hecho parlera, Mas que graja del bosque.
Una taza me forja De plata; pero en ella, Vulcano, no me pintes Armadas ni peleas.
Porque yo ¿qué con Marte? Solo harás que ella sea, Ya que no la mas ancha, La mas honda que puedas. Ni tampoco me esculpas Las lucientes estrellas, Ni el carro de las Osas, Ni el Orion que hiela. ¿Qué á mí las Pleïadas Ó el Boótes me prestan?. Pero grávame vides Con racimos que pendan, Y á Baco juntamente Que los esprima en ella, Con Amor y Batilo
Mas bello que las bellas. i
Si alargarse pudiera Nuestra vida con oro, Sin duda le buscára
Por un mundo ó por otro; Y así luego á la Muerte En el dia forzoso;
Le diera una gran suma, Porque volviera el hombro. Pero ya que es vedado Hacer del hado logro, ¿De qué sirve el gemido? ¿De qué sirve el sollozo? Tambien, si inexcusable Es la via del Orco, ¿Para qué las riquezas? ¿Para qué los tesoros? Pues ea, venga el vino Que me salte á los ojos; Que entre mis camaradas Quiero hacerme beodo. Y tambien la muchacha Con risadas y gozos, Y deme mil abrazos, Que yo le daré otros.
Al Amor descuidado Cogieron las Pimpleas, Y con grillos de flores Al Decoro le entregan.
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