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te algunos ducados en limosnas entre los pobres de la Colación. Precisamente, el año había sido terrible para los cordobeses. Empezó con gran sequía; ya en el mes de marzo hubo de traerse a la Catedral la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Villaviciosa, y para obtener de Dios el agua, se hicieron novenas, rogativas y procesiones (1). La necesidad llegó hasta los Capitulares, y el Cabildo hubo de pedir al obispo don Diego de Alava 2.000 fanegas de trigo para socorrer a los Prebendados. Como siempre, la generosidad del famoso deán don Juan de Córdoba, la más saliente y pintoresca figura de la ciudad en la primera mitad del siglo XVI -que está reclamando una pluma y un artista, acudió, con sus grandes rentas, a cuantas miserias pudo. Imitarían, en la medida de sus riquezas, esta conducta las familias más pudientes de la ciudad, y si no se podía contar entre éstas la de don Luis, tampoco estaba en el caso de pedir auxilio, que además de las rentas del padre, contaba con el arrimo de Falces, viejísimo ya, y del capellán don Francisco, que disfrutaba algunos beneficios.

Sería una excepción que supiésemos algo más que vagas noticias de la niñez de Góngora. Cuando tuviese edad para aprender, le enviarían sus padres con algún maestro de enseñar a leer mozos. ¿Por qué no con aquel Diego López, en cuya casa murió, el año 1565, el famoso representante Lope de Rueda? (2). En el año 1619, en plena fama y en plena esperanza, todavía recordaba don Luis a su maestro. “Dios dé salud -dice en carta dirigida a su amigo don Francisco del Corral-- a los s. s. maestre escuelas que tan observadores fueron un tiempo de las acciones del barrio ¡o quánto lograron mis descuidos! ¡quántas planas me corrigieron! bien es verdad que se sentían primero las palmetas en la Iglesia que en mis manos (3)."

(1) V. Gómez Bravo, ob. cit., tomo II, págs. 467 y sigs.

(2) V. Ramírez de Arellano: El Teatro en Córdoba, pág. 10.

(3) V. Apéndices. Carta inédita de don Luis de Góngora, fechada en 29 de junio de 1619.

Vivían los padres de Góngora en una casa próxima a la Catedral. Las estrechas y torcidas callejas que la rodeaban y las plazuelas cercanas serían el teatro de sus correrías y travesuras, que correntones y traviesos han sido siempre los muchachos, y amigos de no ir a la escuela, aunque sean muy aplicados.

Mañana que es fiesta
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela

i en la tardecica
en nuestra plazuela,
iugaré yo al toro
i tú a las muñecas

i entraré en tu calle,
haciendo corvetas
io i otros del barrio
que son más de treinta,
iugaremos cañas
iunto a la plazuela.

En aquella Córdoba, que no llegaba a los 11.000 vecinos (1), y en cada barrio o colación, habría gran amistad y trato entre los muchachos, que a ciertas horas tendrían por suyas las calles y plazas. La conocidísima composición de Góngora es una glosa, un recuerdo de la vida libre y alborotada de los muchachos del barrio, que se divierten y juegan, corren, alborotan y cometen cien bellaquerías..

Dos sucesos impresionarían fuertemente la niñez de don Luis. El día 27 de diciembre de 1568 se recibió en Córdoba una carta del Marqués de Mondéjar, pidiendo socorro para la guerra contra los moriscos. El corregidor don Francisco Zapata mandó a todos los caballeros de premía que el día 2 de enero, por la mañana, saliesen al campo de la Verdad, con sus armas a punto de guerra y a caballo; desde allí mandó que no volviese ninguno a entrar en la ciudad so grandes penas y los hizo caminar a Granada. Fueron saliendo compañías en los días sucesivos, al mando de los capitanes Simancas, Armenta y Acebedo, y el día II de febrero salió de Córdoba por capitán de una compañía de 250 soldados, entre los que se contaban muchos caballe

(1) V. Censo de población... ut supra.

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dretes, Torreblanca Villalpando y cien más cuyos nombres no han logrado romper las sombras del olvido.

De este licenciado don Francisco de Argote, renacentista, erudito y bibliófilo, y de aquella doña Leonor de Góngora, que apenas ha dejado otro rasgo en la historia que los de la hermosa letra de su firma, al pie de algún documento notarial, y en aquella casa, palacio de las Musas, vió la luz, el día 11 de julio de 1561, el poeta don Luis de Góngora y Argote.

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ros de Córdoba, don Diego de Argote, tío de don Luis (1). Días de agitación, de penas, de amarguras para los mayores; días de inconsciente alegría para los chicuelos, que en todo trastorno encuentran regocijo y en toda novedad divertimiento. ¡La guerra! No es lo mismo oir hablar en casa de las guerras de Flandes, de la bajada del turco, y leer relaciones y romances que describen sangrientos y bizarros encuentros, que sentir de cerca el tropel de los caballos, el vocear de la soldadesca; presenciar las despedidas, recibir el beso del soldado que marcha, contemplar las entristecidas caras de los que se quedan, salir a ver la calle llena de los colorines de las banderas y los trajes, oír las músicas, acudir a las marchas y desfiles.

Quedan grabadas en los niños las escenas tristes y desgarradoras; pero sólo de mayores, por penas propias, llegan a conocer el dolor ajeno.

¿Quién duda que don Luis revivía, años más tarde, un cuadro por él visto en estos días de los preparativos de la guerra, con aquellas tiernas estrofas?

La más bella niña

de nuestro lugar,

oy viuda y sola

i aier por casar,

viendo que sus ojos

a la guerra van

a su madre dice

que escucha su mal:
Dexadme llorar
orillas del mar.

En llorar conviertan

mis ojos de oi más

el sabroso oficio

del dulce mirar,

pues que no se pueden
mejor ocupar,

iéndose a la guerra
quien era mi paz.
Dexadme llorar
orillas del mar.

Con las noticias de las vicisitudes de la guerra, con nuevas reclutas y formación de compañías, se fué pasando este año de 1569. En casa de don Francisco de Argote los eruditos contertulios saltarían con frecuencia de las noticias de actualidad a los pronósticos y a los recuerdos, y nunca faltaría quien trajese a la memoria los hechos heroicos de

(1) Curiosas noticias y copia de relaciones contemporáneas de estos sucesos trae el libro de Ramírez de Arellano Juan Rufo.

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