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LA IGLESIA

Organo oficial de la Arquidiócesis de Bogotá.

Año VII. Vol. VII.

Febrero 1.o de 1912

Número 1.°

PASTORAL

NOS BERNARDO HERRERA RESTREPO

POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTOLICA, ARZOBISPO DE BOGOTA, PRIMADO DE COLOMBIA, PRELADO DOMESTICO DE SU SANTIDAD, ASISTENTE AL SOLIO PONTIFICIO, ETC.

Al Venerable Clero secular y regular y á todos los fieles de nuestra Arquidiócesis

Salud y bendición en Nuestro Señor Jesucristo.

La sociedad humana, oh carísimos hermanos, hállase gravemente enferma y adolece de malestar creciente. Demuéstranlo así los desórdenes de todo linaje que vemos cada día, aun en las naciones que se precian de más adelantadas. Al investigar la causa de estas desgracias, que socavan el edificio de la civilización verdadera, viene naturalmente á la menoria aquella lección que nos da el grande apóstol San Pablo cuando dice que para construir con solidez, es necesario, así en el orden

físico como en el moral, tener muy en cuenta cómo se alza la fábrica ó qué doctrina se enseña, pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya ha sido puesto, cual es Jesucristo. (1) ¡Cuán felices eran aquellos tiempos en que nuestro divino Salvador era adorado, honrado y obedecido como supremo y sabio moderador de las naciones, de las familias y de los individuos! ¡Qué admirable mostrábase entonces el orden, fundado en la autoridad de Dios! ¡Cuán fecunda era la paz, cimentada en la caridad que Cristo enseñó á los hombres para que vivan como hijos del Padre celestial, para que se amen como hermanos y merezcan las recompesass eternas! Empero, hoy el espectáculo ha cambiado totalmente: pues si es verdad que en los siglos pasados no escasearon los errores y los vicios, también lo es que se reconocía la suprema autoridad de Dios sobre los hombres, y no se hacía caso omiso de las leyes que regulan las obligaciones recíprocas entre los miembros de la familia humana; en tanto que en nuestra época, los hombres esfuerzanse por alejar cada día más á Dios, en cuanto les es dado, de la sociedad civil; y al paso que lo consiguen, acreciéntase en ellos la soberbia por modo tan desmedido, que intentan lograr el bienestar social proclamando la soberanía de los pueblos, el poder ilimitado de la razón y el ejer

(1) I. Corint. I. 10.

cicio de una libertad sin freno. No se han hecho esperar los frutos de semejante proceder: la sociedad moderna se ha rebelado contra toda autoridad; y si no niega la existencia de Dios, no reconoce en EL la Providencia; y por tanto, ni lo adora, ni lo acata, ni obedece sus santos mandamientos.

Y siendo esto así, ¿ habrá quien se maraville de que las potestades civiles y las leyes. hayan perdido su prestigio y eficacia, de que la anarquía reine en los pueblos, y de que en las familias, por incuria de los padres, se hayan hecho irrisorios los deberes que impone el respeto filial?

No faltan hombres sesudos que quieren poner coto à tan deplorables desgracias; pero cierto es que muchos no atinan con el remedio: unos, por hallarse dominados ora de aquellas insanas pasiones que oscurecen las inteligencias de más levantado vuelo, ora de ambiciones desmedidas é insaciables que desvían la rectitud de un sano criterio; otros, por lamentable pusilanimidad, pues aunque conservan en el alma la fe divina, sobrecógense al sólo pensar en una vida de lucha y de mortificación, y optan por seguir la corriente del mundo; ahogan entonces dentro de sí propios la voz de la conciencia que reprueba el pecado, para obrar en conformidad con lo que piden la concupiscencia de los ojos,

la concupiscencia de la carne y la soberbia de vida, concupiscencias que, al decir del apóstol Santiago, engendran el pecado, el cual una vez consumado, engendra asimismo la muerte (1).

**

Dios Nuestro Señor, como enseña el Libro de la Sabiduría, no ha hecho la muerte, ni se complace en la perdición de los vivientes; al contrario, exhórtanos muy de veras á no buscar la muerte en los extravíos de la vida, y á no grangear nuestra ruina con el trabajo de las manos. El lo ha criado todo para que subsista é hizo á las naciones capaces de ser sanas (2). A la verdad, el autor de todo bién no fue quien puso contagio en las almas, ni estableció el reinado del infierno y de la muerte, puesto que la justicia comunicada al hombre cuando fue criado, es perpetua é inmortal y dará, á cuantos tengan el cuidado de conservarla, una vida interminable (3). Por esta razón, á pesar de los males sin cuento que nos afligen, no sufre menoscabo nuestra esperanza en el triunfo definitivo del bién. Ojalá no esté lejano el día en que se cumpla perfectamente el infalible vaticinio del Redentor, contenido en esta dulcísima plegaria: La vida eterna consiste en conocerte à Ti, solo

(1) Jacob, 1, 14, 15.
(2) Sap. 1, 12 et seq.
(3) Ibid.

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