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LA IGLESIA

Organo oficial de la Arquidiócesis de Bogotá.

Año VI. Vol. VI.

Febrero 1. de 1911

Núms. 1., 2.° y 3.

Por no haber recibido oportunamente todos los documentos relativos á la celebración de las Bodas de Plata episcopales del Ilmo. y Rvmo. Señor Herrera, hemos diferido hasta hoy la publicación de algunos de ellos.

Queremos, sin embargo, dar lugar preferente al discurso que pronunció el Ilmo. Señor Arzobispo en contestación al que le dirigió el Muy Ilustre Señor Vicario General el 27 del pasado Diciembre, en la visita oficial que el clero hizo al Ilmo. Primado.

Ilustrisimo Señor Deán, Señor Vicario General, señores Canónigos, señores sacerdotes:

Con la más dulce emoción he escuchado las pala bras que se me acaban de dirigir á nombre del clero de la Arquidiócesis, en esta fecha memorable.

Al volver la mirada hacia los años que han transcurrido, es imposible dejar de recordar que no han escaseado en la vida horas de amargura y de dolorosos sufrimientos. Con todo, á las tristezas de la edad pasada se sobreponen los recuerdos de dulce alegría y de honda satisfacción. Por lo que á mi toca, tengo que reconocer

que la diestra poderosa de Dios me ha sostenido visiblemente en toda mi vida, en mi carrera sacerdotal y en los veinticinco años que hoy completo de Episcopado, y por ello tributo al Señor mis humildes homenajes de agrȧdecimiento.

Pero me es imposible dejar de proclamar muy alto que, á mi juicio, uno de los más singulares favores con que Dios me ha enriquecido, es el de haber contado siempre con el cariño, con la docilidad y con la unión del clero que me ha tocado dirigir en las dos diócesis que me fueron sucesivamente encomendadas.

Y en primer lugar justo es que en la presente ocasión haga muy especial y grato recuerdo del benemérito clero de la diócesis de Medellín, al cual me tocó consagrar las primicias de mis labores episcopales. El tiempo no ha borrado la memoria de lo que fue conmigo el cuerpo sacerdotal de esa amada diócesis, el cariño que me manifestó y el celo con que me rodeó, obsequioso y compacto, para trabajar en servicio de Dios y de las almas. Séame, por tanto, permitido enviar en esta ocasión un recuerdo á todos los sacerdotes de la Arquidiócesis de Medellín, quienes están regidos hoy por un preclarísimo Pastor, y ocupan un lugar especial en mi corazón, y me inspiran todavía interés por sus obras, anhelo por el buen éxito de sus trabajos y fatigas.

¿Qué podré decir ahora del clero bogotano? Quedan todavía sacerdotes venerandos que me distinguieron con su amistad y su ayuda en mis años de vida sacerdotal, y por quienes profeso ahora respeto y entrañable cariño. Entre los otros distingo á los más, á quienes vi llegar al Seminario, unos niños aún, adolescentes otros, á quienes me tocó en suerte guiar en los años de su formación, hasta conducirlos á los pies de un

santo y noble Arzobispo al cual amámos mucho, para que les impusiera las sagradas manos. A otros, en fin, me ha tocado la dicha de hacerlos "conministros y cooperadores de nuestra Orden sagrada,” y son hoy mi gloria y mi corona. Vos, Señor Vicario General, fuisteis de aquellos primeros, y, unido por vínculos de la más estrecha amistad, habéis sido en mi ya largo episcopado, confidente en mis penas y alegrías, ayuda y sostén en las fatigas del gobierno, y en las presentes inolvidables festividades, fervoroso cooperador en las manifestaciones, por lo demás, muy espontáneas de cariño y de adhesión. Tampoco he de olvidar en esta enumeración al ilustre capitular que hoy, con su habitual elocuencia, calentada por el afecto, y con frases laudatorias que yo no merezco y que devuelvo á Dios Nuestro Señor, de quien procede todo bien, me ha dado nueva prenda de amistad no desmentida, y cimentada en vínculos de valor inapreciable para mi. Hago igualmente mención la más grata y efusiva de todos los honorables miembros del Venerable Capitulo Metropolitano, á quienes soy deudor de inmensa gratitud, y con quienes, así me complazco en proclamarlo, he conservado en todo caso relaciones de unión y de armonia que me han ayudado, y mucho, en cuanto he tenido que hacer para desempeño de mi sagrado ministerio.

Ha sido idea muy digna de alabanza la que tuvisteis todos vosotros de ofrecerme como recuerdo de mi Jubileo episcopal la Imprenta de San Bernardo. Al daros públicamente las gracias por obsequio tan valioso, añadiré que habéis acertado en ese propósito. En las circunstancias presentes la prensa es elemento indispensable para la propaganda de las ideas católicas, como es, por desgracia, según lo vemos ahora, para atacar á Jesu

cristo y á su Iglesia; para socavar los elementos de orden y de paz en la sociedad eclesiástica y en la política. Por lo mismo, la Imprenta de San Bernardo espero que nos ha de servir poderosamente para el desarrollo de la Acción católica, la cual se hace cada día de necesidad más imperiosa para defender la santa causa de Cristo y de su Iglesia.

Repitiendo otra vez la expresión de mi gratitud, que hago extensiva á todos y cada uno de los miembros del clero asi secular como regular, á las Comunidades religiosas que se han empeñado á porfía en hacerme manifestaciones, hago votos por la bienandanza de todos, á fin de que así obremos de consuno para dar gloria á Dios, trabajar por la paz y la prosperidad de la Patria, y atraer almas al conocimiento y al amor de nuestro Pastor y Maestro Jesucristo.

No puedo dejar pasar esta ocasión sin expresar delante de vosotros mis sentimientos de humilde gratitud hacia el gran Pontifice que hoy rige la Iglesia universal, y que se dignó en su amor paternal bendecirme y animarme con sus palabras, las que serán de hoy en adelante estímulo en mis labores, sostén en las incertidumbres y pesares del Apostolado. Y no puedo tampoco dejar de hacer constar mi respetuosa adhesión y agradecimiento para con el dignísimo representante de la Santa Sede Apostólica, quien me ha honrado con su amistad nunca alterada, me ha sostenido con sus sabios consejos, y me ha dispensado muy especial cariño, que nunca olvidaré. Venerables señores sacerdotes: sin saber lo que el porvenir nos tiene reservado, viéndome rodeado de vosotros, yo me sentiré poderoso en el combate, y espero continuar fiel á una máxima de un gran Pontifice, San Hilario, que aprendi en la vida de un preclaro Obispo francés del

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