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que hayan sido compuestos por sólo el ingenio humano y luego aprobados por autoridad de ella; ni sólo porque contengan la revelación sin error; sino porque, escritos bajo la inspiración del Espiritu Santo, tienen á Dios por autor, y como tales le han sido confiados á la Iglesia." (1)

Esta doctrina, admitida y profesada siempre y en todas partes por los fieles de Cristo, inspira acatamiento y obediencia á las enseñanzas contenidas en las Sagradas Letras; aficiona al estudio de ellas é induce como á tributarles culto; y sobre todo á emplear con profundo respeto las sentencias allí expresadas, como que son palabras de Dios mismo. Servirse, pues, de las palabras de la Sagrada Escritura para sostener errores ó herejías, equivale á profanar la obra de Dios ó á ponerlo por testigo de falsedades y mentiras. Así proceden los que apelan á las Sagradas Escrituras para atacar á la Iglesia y combatir los dogmas, sustituyendo lo que ella enseña con autoridad. infalible, por sistemas que no tienen otro origen que los extravíos de la razón humana. No han seguido ese camino los santos y los verdaderos cristianos, quienes, como leemos en la historia, han abrazado con docilidad las enseñanzas divinas tales como las interpreta la Iglesia, se han

(1) Ses. I, Cap. 2.

empapado en ellas y han rendido culto á los Libros Santos como á una personificación de la Divinidad.

Pero si las Sagradas Escrituras, que son eco de la voz de Dios, demandan de nuestra parte un culto especial del cual nos da ejemplo nuestra Madre la Iglesia, bien se echa de ver cuáles habrán de ser nuestros sentimientos, cuáles las muestras de reverencia, adoración y amor cuando se trata no ya de la palabra divina revelada á los hijos de Adán, sino de aquel otro tesoro entregado por Cristo á la Iglesia, ó sea de la sagrada Eucaristía, en donde se contienen el cuerpo y el alma, junto con la persona divina del Hijo de Dios, quien nació, vivió, padeció y murió por nosotros, subió luégo á los cielos y reside ahora de continuo en los tabernáculos para servirnos de alimento, darnos vida, calmar nuestras espirituales dolencias, acompañarnos en las luchas de la vida y sernos prenda de vida eterna.

No es preciso entrar en dilatadas consideraciones para persuadiros de lo que acabamos de decir. Nos dirigimos á almas católicas, y por eso bástanos apelar á sus sentimientos de fe bien arraigada, y de amor nunca desmentido hacia el Santísimo Sacramento; y así, no hay necesidad tanto de ilustrar el entendimiento como de despertar la caridad sembrada en sus cora

zones.

Jesucristo instituyó la sagrada Eucaristía en beneficio nuéstro, y encargó de dispensarla á la Iglesia Santa. Ahora bien como las necesidades del alma en relación con la vida sobrenatural se hacen más imperiosas en tanto que las tres concupiscencias obtienen mayor dominio sobre el hombre, para resistir al imperio del mal es menester emplear los medios de santificación que el Salvador dejó en la Iglesia. Hoy, cuando los buenos son aborrecidos por causa del nombre de Jesús; cuando muchos hombres se traicionan unos á otros, y se odian recíprocamente; cuando ha aparecido un gran número de falsos profetas que pervertirán á mucha gente; y cuando por la inundación de los vicios se resfriará la caridad de muchos, (1) es de suprema necesidad la unión con Cristo. Hé ahí la razón por qué nuestra Madre la Iglesia, en esta época de combates sin tregua, nos excita á la digna y asidua recepción de la sagrada Eucaristía. Recuérdanos á propósito los deseos del Santo Concilio de Trento, á saber: que al fin de cada misa los fieles que la hayan oído, comulguen no sólo espiritual sino sacramentalmente. Del propio parecer eran los antiguos Doctores, pues uno de ellos dice: "has de vivir de modo que merezcas comulgar diariamente." Y

(1) Mat. XXIV, 9 y sig.

el Decreto Pontificio sobre la comunión frecuente añade: "concuerdan estos deseos de la Iglesia con los que encendían el pecho de Nuestro Señor Jesucristo al instituír este divino Sacramento, pues bien á las claras manifestó en más de una ocasión la necesidad que tenemos de comer con frecuencia su cuerpo y beber su sangre, sobre todo cuando dijo aquellas palabras: 'este es el pan que desciende del cielo; no como el maná que comieron vuestros padres, y que no los libró de la muerte; el que come este pan vivirá para siempre.'"' (1)

Conviene recordar además que "el fin prin

cipal que Jesucristo y la Iglesia pretenden al desear que todos los cristianos se acerquen diariamente al sagrado convite, no es rendir á Nuestro Señor Jesucristo tributo de homenaje y reverencia, ni premiar y galardonar las virtudes de los que comulgan, sino hacer que los fieles, unidos á Dios por este Sacramento, saquen de él fuerzas para refrenar las pasiones, borrar las culpas veniales en que cada día incurrimos y evitar las mortales á que está expuesta la humana flaqueza. Y así el Concilio de Trento llama la Eucaristía antídoto que nos libra de las faltas cotidianas y nos preserva de los pecados mortales." (2)

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(1) Joan. vi, 59.
(2) Ses. XIII, c. 2..

Fruto de esta doctrina será la labor incansable que emprenderá nuestro venerable clero para difundir y conservar en los fieles la práctica saludabilísima de la comunión frecuente y cotidiana, con la cual "se estrecha más y más la unión con Cristo, se comunica nuevo vigor á la vida espiritual, se adorna el alma con más virtudes y se da al que comulga una prenda firmísima de la eterna felicidad." (1)

Cuando la muerte se acerca y empiezan á cubrirse con sombrío manto de tristeza los esplendores de la tierra; cuando las enfermedades agobian al hombre y las facultades del alma se entorpecen; cuando la voluntad decae y el corazón se conturba; cuando la vida sobrenatural padece menoscabo, á no ser que la gracia supla la impotencia de la naturaleza, ah! entonces el cristiano necesita afianzarse en la fe, robustecer la esperanza y acrecentar la caridad, acercándose á Dios, de cuyos labios oirá aquellas palabras del Real Profeta: "Clamará á mi, y le oiré benigno. Con él estoy en la tribulación : pondréle en salvo y llenarle hé de gloria." (2) Cúmplese tan consoladora promesa, ora por medio de aquellas luces é inspiraciones interiores que llevan

(1) Decreto de 20 de Noviembre de 1905. (2) Salm. xc, 15.

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