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respetados por su saber dentro y fuera de su Patria, religiosos admirados por su virtud, jóvenes (algunos de ellos casi niños), en cuyo rostro se reflejaba la inocencia, fueron obligados á desfilar uno en pos de otro á la oficina antropométrica, donde se anotaron sus señas particulares, se sacaron fotografias de todos ellos, midiéndoseles minuciosamente hasta las falanges de los dedos, como suele hacerse con los criminales célebres, para que saliesen después en los periódicos sus retratos con la tablilla numérica de los difamados. No dejaré pasar sin especial protesta esta vejación sin nombre, que sólo puede hacernos tolerable el amor de aquel Señor, que en la cruz fue contado entre los malhechores.

Hay además una circunstancia en la persecución de que fuimos víctimas, que no puedo menos de hacer resaltar aquí. El decreto con fuerza de ley, publicado por el Gobierno provisional de la República, de 10 de Octubre, declara revocadas todas las leyes de excepción; y en el número 2.o del artículo 1.o, señalando el motivo de esta revocación, dice "no haber en la República portuguesa penas perpetuas, ó de duración ilimitada." Ahora bien: la ley fulminada contra la Compañía de Jesús es un formal mentís de esta declaración. Contra nosotros fue promulgada una ley de excepción, y en tal manera odiosa, que asombra cómo ha sido posible en pleno siglo xx una legislación draconiana, en que se resucita el más tiránico despotismo del régimen absoluto. Y para que sea más palpable la contradicción con las promesas liberales de la nueva República, la sentencia que nos destierra y nos priva de los derechos de ciudadanos portugueses es una "pena perpetua," conminada con la fórmula inflexible de "nunca jamás."

Todo cuanto hasta aquí dejo escrito no ha sido sino esbozar á grandes rasgos algunas de las muchas tiranías de que hemos sido blanco en nombre de la libertad.

En vista de tan formidable rigor, ocurre naturalmente preguntar cuáles han sido los crímenes por los cuales nos han condenado.

II

En primer lugar, es circunstancia digna de notarse que, hasta la hora presente, no haya aparecido un solo crimen aducido como justificación del cruelísimo proceder que con nosotros se ha seguido. La ley de 8 de Octubre no señala ninguno. Apela á las leyes, caídas en desuso, de Pombal y de Aguiar; revoca el decreto de Hintze-Ribeiro, y promulga las anacrónicas vejaciones de que estamos siendo víctimas.

Por otra parte, la llamada opinión pública, enloquecida con las diabólicas declamaciones de una prensa por todo extremo rencorosa, nunca ha llegado á concretar sus acusaciones contra nosotros, limitándose á reproducir las vagas y antiguas de los novelistas jacobinos.

Por más que lo procuro, no hallo en las columnas del periodismo antijesuítico, ó en las múltiples leyendas de la absurda credulidad popular, una sola acusación que no se reduzca á alguna de las seis siguientes:

1.a Armamentos y subterráneos.

2.a Riquezas y el andar á caza de herencias.

3.a Sugestión de vocaciones.

4.a Organización secreta.

5.a Espíritu político y hostil á la república.

6. Influencia reaccionaria.

Ahora bien: en este momento de persecución en que, con el corazón desgarrado por la pena, mis Hermanos y yo nos vemos forzados á despedirnos de nuestra Patria, debo formular ante mis compatriotas una protesta solemne, y responder categóricamente á esas afirmaciones gratuitas de nuestros perseguidores.

1.a-Armamentos Ꭹ subterráneos

Respondo sin rodeos: nunca hemos tenido armamentos, y en ninguna de nuestras casas había subterráneos de comunicación ó de salida falsa.

Mas si los hubiéramos tenido, estábamos en nuestro derecho, y hubiéramos tal vez procedido con menos inconsideración y más prudencia. Así lo dijo poco há, ó cosa equivalente, en las Cámaras de España el señor Presidente del Consejo de Ministros, Canalejas, aludiendo á los preparativos de defensa que le decían existir en algunas casas religiosas.

Pues lo sucedido en Campolide, donde el populacho entró á viva fuerza, invadiendo todos los corredores y aposentos particulares, destrozándolo todo, rompiendo carpetas, desparramando libros y papeles, y aun amenazando de muerte, ¿no prueba claramente que hubiera sido muy útil tener alguna fuerza que defendiese de la invasión el edificio, por lo menos el tiempo suficiente para que llegara la fuerza pública?

Pero no había tales defensores. En todo aquel vastísimo edificio sólo teníamos dos escopetas de caza, que los Profesores utilizaban para entretenerse durante los quince días de vacación que cada año pasaban en Val de Rosal. Pues bien, esas mismas escopetas ni siquiera fueron utilizadas en el momento de ser asaltado el Colegio.

Y ¿qué decir de los tiros que se aseguró haber sido disparados desde la residencia de la calle de Quelhas, calumniosa imputación repetida en una nota oficiosa, hasta el presente no retractada?

El mismo General Comandante de Lisboa, puesto por el Gobierno de la República, según afirmó un redactor de la Illustration de París, dijo que estaba probado no haber tenido intervención alguna en aquellos sucesos nuestros religiosos. Quiénes fuesen los que dispararon, algunos de los cuales aparecieron vestidos con las sotanas que encontraron en los aposentos, no será difícil conjeturarlo después del hecho acaecido en Campolide con uno de esos fingidos Padres, que allí mismo cayó atravesado por una bala de sus camaradas, y en cuyo cadáver encontraron, debajo de la sotana, el uniforme que revelaba quién era.

Lo cierto es que los Padres, que á la sazón residían en la casa de la calle de Quelhas, desde dos días antes estaban todos presos; y las comunicaciones ocultas, por donde se pretendía haber entrado los fabulosos jesuítas tiradores, nadie las ha visto hasta el presente; y el mismo autorizado y nada sospechoso testigo declaró que no había allí otros subterráneos sino los canales por donde se sumían las aguas. Hablaba de Quelhas. Si hubiese hablado de Campolide, podía haber añadido que la quinta estaba cruzada por minas de agua, y que además poseía una espléndida cisterna. Mas á pesar de haber sido visitados dichos conductos, y aunque evidentemente conocía el fin para que se destinaban, no dejó la prensa anticlerical de dar á la boca de uno de ellos el nombre de "entrada de un subterráneo."

Confieso que jamás pensé tuviese que defenderme un día en serio de la acusación de armamentos y galerias secretas. Muchas veces esos cuentos de las Mil y una noches de la prensa jacobina nos habían proporcionado á mis Hermanos en religión y á mí buenos ratos de serena hilaridad; y cuando con ocasión de las fábulas esparcidas, hará poco más de un año, acerca de armamentos en Campolide, un ministro del antiguo régimen me decía que al fin y al cabo hubiéramos tenido mucha razón en estar prevenidos para el caso de un asalto de la plebe, le respondí que estábamos más dispuestos á dejarnos matar que á quitar la vida á nadie.

2.a-Riquezas y andar á caza de herencias.

La fama de las riquezas de los jesuítas estaba tan arraigada en Portugal, que no sólo corría válida entre nuestros adversarios, mas aun entre nuestros amigos sinceros.

Supongamos que fuesen verdaderas esas riquezas. No entiendo dónde estaría el crimen, y sería extraño crimen para desterrar á uno de su Patria el hecho de poseer cuantiosa fortuna. Pero esa reputación, era una fábula sin fundamento. ¡Ojalá hubiese tenido la Compañía en Portugal

muchas riquezas! No hubiera faltado en qué emplearlas con inmensa utilidad para la nación. Pero lo cierto es que no las tenia. Muchas veces, después de haber sido nombrado Superior, tuve que luchar con enormes dificultades para proveer al sustento de mis religiosos.

Respecto á la administración de los bienes de la Compañía de Jesús, existe un sinnúmero de preocupaciones que conviene desvanecer. Mucho ha que me ocurrió la idea de hacer sobre este asunto una serie de conferencias públicas; pero me quitaba la libertad de realizarla la situación de incógnito en que nos había colocado el decreto de HintzeRibeiro. Dios me es testigo de cuánto mortificaba este disfraz la ingenuidad de mi carácter, siéndome molesto por opornerse á la idea que siempre he tenido de la libertad, y violento por razón del afecto cordial y admiración reverente que profeso á la Compañía de Jesús.

Dos palabras tan sólo sobre este asunto.

La Compañía, que en el gobierno es rigurosamente unitaria, en la administración es en sumo grado descentralizadora. Cada casa se administra por sí; y nada hay tan fantástico como la famosa bolsa común que tántas patrañas ha inspirado.

Pues bien; en Portugal, si, gracias á la escrupulosa administración de los Superiores, no tenían deudas las casas de la Compañía, sin embargo, vivían habitualmente con poca holgura, y no raras veces con grandes dificultades. Las Residencias se sostenían exclusivamente de los estipendios de las misas y predicación, y de las voluntarias limosnas de los fieles. En los colegios los gastos enormes que hacíamos para dar á nuestros alumnos la manutención, las comodidades y las diversiones de que disfrutaban, y mucho más aún para estar á la altura del progreso constante en los métodos pedagógicos, de que ellos pueden ser buenos testigos, nos impedían continuar las obras de los edificios hasta tanto que el número de los alumnos no fuese muy considerable.

Alarmadas muchas familias con la persecución religiosa

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