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nuestro sobre asunto tan interesante: «Ahora quiero hablar á V. de un personaje cuyo nombre es celebérrimo en nuestras islas..... la profetisa Toaperé. No un testigo solo, sino la poblacion entera de la isla Akamaru ó mas bien cuatro islas atestan que todo lo que voy á contar de Toaperé, es realmente lo que ha dicho repetidas veces en público y delante de cuantos han querido escucharla. Yo he preguntado á una porcion de personas en particular, y cotejando sus deposiciones las he hallado conformes. He exigido especialmente y recibido por escrito la del caudillo de Akamaru, porque ha gozado de la confianza particular de Toaperé por su calidad de taura (sacerdote de los ídolos) y de pariente de la profetisa. Creo pues tener noticias muy ciertas, atendido el gran número y la sinceridad de los testigos y las precauciones que he tomado para no ser engañado. Despues de estas explicaciones prelimina res vengo á mi relacion.

«Toaperé era de la clase del pueblo ínfimo, y no empezó á decirse inspirada de los dioses hasta la edad de treinta y cinco á cuarenta años mientras vivia en su casa ocupada en criar su familia. Reinaba entonces Mapururé, abuelo del monarca actual. Durante algun tiempo no se diferenció de los otros sacerdotes ó sacerdotisas que engañaban al pueblo antes de su conversion. Daba como ellos gritos inarticulados y concluia segun la costumbre pidiendo fiestas ó presentes en nombre del Dios de quien presumia estar poseida. Pero á poco cambió la escena: Toaperé comenzó á hablar distintamente, y las primeras palabras que pronunció sorprendieron de un modo singular á los naturales. Voy á traducir sus expresiones segun las he recogido: «Nuestros dioses son vencidos, gritó. Ve aquí el Dios del extranjero: muy pronto va á pasar este pais bajo su poder. Dentro de un poco de tiempo llegarán aquí unos hombres buenos. Yo he visto á ese Dios; pero ¡ cuán grande es! Llena las tinieblas y la luz. Yo le he visto: su labio superior toca al cielo y el inferior desciende

hasta los abismos. Nuestros dioses no son nada al lado de ese gran Dios.>>

«Añadió que á este acontecimiento debia preceder el arribo de algunas naves al puerto de Gambier, porque los insulares no las habian visto aun mas que de lejos. Estos extranjeros, decia Toaperé, no son todos buenos y tendrán altercados con los habitantes de la isla. Pero despues de ellos vendrá un navio de la parte de la tierra que está debajo de nuestros pies. Esta nave os traerá hombres buenos que os enseñarán una nueva palabra, la que se enseña en la parte baja de la tierra. El pueblo los escuchará y se someterá al gran Dios de ellos; pero antes de eso debeis experimentar gran mortandad, y solo los fuertes verán á esos extranjeros.....>>

« Por fin anunció contra toda probabilidad el futuro reinado del monarca actual Maputiva. «Tú verás estas variaciones, le decia á él mismo, y entonces no reinará Matua, ni Makopunui, sino tú, Maputiva.» Tambien habia previsto ella su propia muerte y la predijo mil veces en público. «¡Qué dichosos sereis con los recien venidos, nietecitos mios! porque vosotros que sois jóvenes, vereis todas estas cosas; pero yo no las veré. Debo morir antes como tambien el rey Mapururé.» Y añadia: «Ve aquí una señal de la verdad de lo que anuncio: cuando yo haya muerto, llegarán esos extranjeros para fijar su residencia entre vosotros, y no tardareis en dar testimonio á mi palabra.»>

«Segun mis noticias todas estas cosas se dijeron antes que pudiesen preverse los acontecimientos, y los na. turales se complacen aun hoy en hacerme notar que se han cumplido á la letra. Toaperé murió en la época de la mortandad que ella misma habia predicho, por los años de 1802 6 1803: podia tener entonces de sesenta á setenta y cinco de edad (1).»

Cuando uno trae á la memoria las tradiciones antiguas citadas por Suetonio y Tácito anunciando la ve

(1) Anales de la propag. de la fé, n. 82, p. 222-225.

nida y los triunfos del Mesias, ¿puede extrañarse que haya permitido Dios semejantes oráculos y conservado tales tradiciones entre los pueblos modernos para preparar la predicacion del Evangelio?

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Como quiera que sea, sigamos á los hijos de Jafet y penetremos con ellos en el famoso imperio del Perú. Si la pujanza de la naturaleza, la fertilidad del suelo, los sitios hermosos y pintorescos, las minas casi inagotables de oro y plata, las canteras de piedras preciosas, en una palabra todo lo que puede halagar al hombre animal, bastara para hacer moral y dichosa á una nacion; ciertamente los habitantes de la América del sur en general y los del Perú en particular hubieran ocupado el primer lugar entre todos los pueblos de la tierra. Pero no, no basta eso, diremos una y mil veces. La deplorable degradacion de la familia peruana en la época del descubrimiento verifica de una manera palpable este dicho del Salvador: No con solo pan vive el hombre, sino con toda palabra que sale de la boca de Dios (1). Tanto peor para los siglos que no quieren comprenderlo.

Era tan poco limitada la autoridad de los incas que se extendia asi á las personas como á los bienes. No solo tenian el derecho de elegir tierras y posesiones, sino el de quitar á los padres todos los hijos que les gustaban. Casabanse con sus propias hermanas y vivian en un concubinato ilimitado. Cuando morian, siempre eran enterradas vivas en su sepulcro algunas de sus mujeres. Como sucede en todas partes, el pueblo imitaba el ejemplo de los grandes y vivia en el olvido mas completo de la unidad conyugal (2): con lo que está dicho cuál era por una parte el despotismo marital y por otra la opresion y envilecimiento de la mujer. En cuanto al despotismo paterno se manifiesta

(1) Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procedit de ore Dei (Mat. IV, 4).

(2) Garcilaso, lib. II, c. 2.

con su inevitable sello, la sangre y la muerte (1). Los antis, vecinos del Perú, no contentos con sacrificar á los prisioneros inmolaban sus propios hijos á los dioses. El rito obligatorio de estos sacrificios era despanzurrar á las víctimas y descuartizarlas ó atarlas á unas estacas y despedazarlas con unos cuchillos de piedra que sabian poner muy cortantes (2).

En algunas otras naciones de la América meridional, si el parto era trabajoso, se mataba al recien nacido, no fuese que heredando la debilidad de su madre degenerara de la virtud de sus antepasados. Estos bárbaros usaban del mismo rigor respecto de los que nacian contrahechos, y muchas veces quitaban la vida á la madre juntamente con el hijo. Tambien sacrificaban á uno de los gemelos suponiendo que una madre no bastaba para criar dos hijos; de suerte que se veia practicada entre ellos la cruel ley de Licurgo, que ordenaba dar la muerte á los niños reputados por demasiado débiles para ser algun dia útiles à la república (3).

Los mismos desórdenes morales y los mismos actos de barbarie que son su consecuencia, manchaban mas ó menos y manchan aun á las multiplicadas tribus del mismo continente. Los indios que habitan la frontera oriental del Perú, dan muerte á todos los niños recien nacidos que parecen de constitucion debil ó mal configurados (4). En el Brasil los guaycurus que eran los enemigos mas formidables de los españoles, vieron acabarse su nacion por el aborto. En 1801 cuando Azara

(1) Cuando un anzicano quiere dar á su rey un testimonio patente de su fidelidad y rendimiento, se ceba y hace que le maten, cuezan y aderecen: el dia siguiente dice el rey al hijo de aquel que se ha comido: Me he comido á tu padre y estaba sabroso, tierno, sazonado, en su punto. Y la familia del muerto se pone tan hueca de vanidad y rebosa de contento.

(2) Garcilaso, Origen de los incas.

(3) Costumbres de los salvajes, t. 1, p. 592.

Malte Brun, Anales de los viajes, 1808.

salió del Paraguay, solo sobrevivia un individuo (1). Los abipones, enacagas y linguas cometen los mismos horrores con una licencia que hace estremecer. Los guanas matan sus hijas con preferencia á los hijos: es una mercaduría cuyo precio han sabido encarecer por la escasez. Y luego se nos ponderará la inocencia del hombre salvaje (2)!

En Ceylan y en Java no hay cosa mas comun que el infanticidio y el aborto: la razon es la espantosa corrupcion que deshonra aquellas terribles regiones (3).

Tiempo es ya de concluir esta triste pintura. Tal era el estado de la sociedad doméstica en el nuevo mundo en la época del descubrimiento, y tal es aun entre las tribus americanas sentadas en las sombras de la idolatría. Necesitamos repetirlo: qué leccion de fidelidad y agradecimiento dada á la Europa del siglo XVI en la súbita aparicion de aquellas naciones innumerables que solo eran tan horribles por haber ignorado ó desconocido el cristianismo! Lejos de nosotros la idea de justificar las atrocidades cometidas por los primeros conquistadores de América; pero si el crimen atrae el castigo como el iman atrae el hierro; si Dios se debe á sí mismo el vengar en las naciones la violacion nacional de las leyes mas santas de la naturaleza; ¿ puede quejarse de los rigores que experimentó la América manchada toda de sangre y de crímenes? Para regenerarse todo pueblo culpable debe recibir dos bautismos, el de sangre y el de agua. Considerada desde esta altura la conducta de los españoles con los americanos entra en los consejos impenetrables de la divina providencia como la de los asirios respecto de Israel prevaricador. Esa conducta culpable en cuanto al vencedor es la condicion de la salvacion para el vencido: el bien sale del mal; y el hombre religioso adora en silencio (4).

(1) Rob. Southey's, Histor. of Brasil, t. 3, p. 384. Gouroff, p. 121 y sig.

Cartas acerca del Indostan por el Dr. Heber.
O altitudo! (S. Paul. ad rom., XI, 33).

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