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morable circunstancia, á esta tierna demostracion de misericordia por parte del Verbo de Dios con relacion al hombre caido, deben referirse estas palabras de los libros santos: «La SABIDURÍA fué quien apartó de la profundidad de su crímen á aquel que Dios habia criado el primero : Sapientia illum qui primus formatus est à Deo eduxit à delicto suo.» (Sap., x.) «Ved aquí pues, dice Tertuliano, á Adan librándose de la maldicion, levantándose y haciéndose el candidato de la redencion por la confesion. Y en otro lugar: «Por la confesion volvió al paraíso la cabeza de la raza humana y de la ofensa contra el Señor (4).»

D

6. Como hemos visto, en esta penitencia del primer pecador, la confesion, acompañada del arrepentimiento, es lo que precede, la imposicion de una satisfaccion saludable es lo que sigue, y lo que la termina es la absolucion por los méritos del Redentor. Nada falta en ella. Se diria que Adan se confesó con Dios seis mil años há, como nosotros nos confesamos

dres, de que al decir Dios: Ved aquí á Adan, que se ha hecho como uno de nosotros, le aseguró la esperanza, y declaró que el hombre seria un dia ASOCIADO Á LA DIVINIDAD MISMA. Spes ei salva est, dicente Domino Ecce Adam factus est sicut unus ex nobis, de futura scilicet adlectione hominis in Deum. (Contr. Marcion., lib. 1, C. 25.) Y el apóstol S. Pedro habia dicho tambien que en Jesucristo participamos en cierto modo de la naturaleza divina: Divinæ consortes naturæ. (11, Petr., 1.)

(1) «Nec maledixit ipsum Adam, nec Evam, restitutionis candi>> datos et confessione relevatos. (Contr. Marcion., lib. 11, c. 25.) >>>Stirpis humanæ et offense in Dominum princeps exomologesi res>>titutus in paradisum suum.» (De Pœnit., c. 12.)

hoy con el sacerdote (1), y alcanzó el perdon con las mismas condiciones con que nosotros lo alcanzamos.

(1) Observemos tambien que la Sabiduría divina no pudo hablar ni obrar así con los primeros culpables de la humanidad sino tomando formas humanas. Solo pues el hombre ve y oye á Adan cuando se confiesa, y de este hombre recibe su absolucion. Mas este hombre es la sabiduría de Dios, es el Hijo del mismo Dios. De la misma manera, eu la verdadera Iglesia el sacerdote que confiesa y que absuelve no es mas que un hombre ; però, habiendo recibido este hombre por su consagración el Espíritu Santo, la virtud de Dios, la potestad de Dios, ocupa el lugar de Dios en el tribunal de la penitencia, y en él es en cierta manera Dios. ¿Por qué admirarse pues de la fe de la Iglesia, que cree que la confesion hecha á este hombre y la absolucion recibida de este hombre es la confesion hecha á Dios y la absolucion recibida del mismo Dios? Oigamos sobre este particular al gran Belarmino: «Nosotros vemos, dice, la primera figura de la confesion en los capítulos my iv del Génesis, que nos enseña que Dios exigió una confesion del pecado á Adan y Eva, y despues á Cain. Segun estos pasajes de la Escritura, la confesion ha sido exigida, no solo con el corazon, sino tambien con la boca ; no solo en general, sino tambien en particular; no solo ante Dios, sino tambien ante su ministro; porque la pregunta fué hecha por un ángel en figura humana, como lo prueba la circunstancia de que se paseaba por el paraíso. Por lo dicho comprendemos que hay una gran semejanza entre esta confesion y la que al presente se hace al sacerdote, que es tambien el ÁNGEL DEL SEÑOR, segun Malaquías (Cap. 2). De modo que no sin razon se ha llamado á una de estas confesiones la figura de la otra : In his locis exigitur confessio, non solum cordis, SED ETIAM ORIS; nec solum in genere, sed etiam IN SPECIE; nec tantum coram Deo, sed etiam CORAM EJUS MINISTRO. Nam interrogatio ista facta est per angelum IN FORMA HUMANA APPARENTEM. Ex quo intelligimus MAGNAM FUISSE SIMILITUDINEM inter illam confessionem et eam. QUÆ NUNC, FIT SACERDOTI, qui etiam angelus Domini est, teste Malachia (Cap. 2): Ut non sine causa dicatur fuise illa figura alterius.» (De Pœnitentia, lib. 1, c. 2.)

yo

Lo contrario sucedió á Cain. Habiéndole preguntado Dios: «¿Dónde está Abel, tu hermano?, quiso evidentemente obtener de él la misma confesion, como señal del dolor de su pecado. Cain respondió: ¿Qué sé de mi hermano? ¿Soy yo por ventura guarda de mi hermano?» (Genes., IV.) Es decir, que Cain negó su pecado, rehusó reconocer y confesar su pecado, por lo cual mereció el anatema, la señal de la maldicion impresa en su frente, y ser arrojado de la presencia de Dios sin alcanzar el perdon. Así pues desde el principio del mundo el perdon del pecado solo se ha concedido al arrepentimiento y á la confesion del pecado, y si no hay confesion ni arrepentimiento del pecado, no hay perdon ni gracia para el pecado.

Mas no olvidemos que en esta confesion de Adan, por actos corporales y por palabras naturales y humanas se producen efectos espirituales, sobrenaturales y divinos; que estos signos sensibles y sagrados significan una cosa insensible, la colacion de la gracia santificante; que estos signos son queridos por el mismo Dios y excitados por él, y que todo esto, no solo es una leccion, sino mas bien una revelacion hecha al género humano, una institucion creada, una ley otorgada para todos los siglos. Este es pues un sacramento, porque todo signo sagrado y sensible de la gracia santificante, instituido por Dios de una manera permanente, es un sacramento (1). Este sacramento

(1) Ved aquí sobre este particular un magnífico pasaje de Tertuliano: «Dios, dice, despues de haber condenado al hombre, de ha

se diferencia indudablemente del sacramento de la penitencia del modo que Jesucristo lo instituyó, tanto como la profecía se diferencia de su cumplimiento, la sombra del objeto que la proyecta, y la figura de su realidad. Mas no por esto dejó de ser un verdadero sacramento, que simbolizaba y anunciaba en todas sus partes esenciales y en todos sus mas pequeños pormenores el sacramento de la penitencia de la Iglesia. Este es un hecho de la mayor importancia, y mas elocuente que todos los discursos acerca de la necesidad en que, por parte de la voluntad de Dios, solemnemente expresada, se encuentra el hombre pecador, de no separar jamas la detestacion del pecado de la confesion del pecado. Calcúlese pues, si es posible, en vista de esto, lo irracional, lo vulgar y lo absurdo que es decir que la Iglesia, el papismo, ó los sacerdotes de ayer inventaron la confesion, que el libro mas antiguo, el libro que hemos recibido de manos de nuestros enemigos los judíos, nos presenta como

berle arrojado del paraíso y sujetado á la muerte, volvió á su misericordia, rompió la sentencia de su primera cólera, perdonó solemnemente é hizo el pacto de perdonar al hombre, que es su imágen y su obra, y estableció y consagró desde entonces, por sí mismo y en sí mismo, el rito de la penitencia: Post condemnatum hominem, post ejectum Paradiso, mortique subjectum, cum rursus ad suam misericordiam maturavisset, jam inde in semetipso pœnitentiam dedicavit, rescissa sententia irarum pristinarum, ignoscens pactus operi et imagini suæ.» (Lib. de Pœnitent., c. 12.) Así pues, segun Tertuliano, Dios ejerció con Adan el ministerio del sacerdote, que oye la confesion y perdona el pecado; y de esta manera inauguró y prometió desde entonces la institucion del sacramento del perdon.

exigida por Dios, establecida por él y puesta en práctica ante él desde el principio del mundo (1).

SEGUNDO ARGUMENTO

en favor del mismo dogma: LA CONFESION ES TAN UNIVERSAL COMO LA HUMANIDAD. La confesion entre los judíos.

7. A este argumento, sacado de la antigüedad de la confesion, podemos añadir otro tomado de su universalidad. Nosotros la encontramos desde luego solemnemente establecida y generalmente practicada en el pueblo de Israel, el único de los antiguos pueblos cuyo orígen y cuya historia presentan los caractéres de una verdad incontestable, mientras que el orígen y la historia de los otros pueblos se hallan envueltos en la oscuridad de relaciones evidentemente fabulosas.

Además de la confesion comun que, en el dia de las expiaciones, el gran sacerdote, poniendo sus manos sobre el cabrito emisario, hacia en nombre del pueblo (ó por mejor decir, en nombre de la humanidad), tenian los hebreos la confesion particular y secreta, que cada pecador estaba obligado á hacer á algunos de los sacerdotes ó de los levitas ; la prescripcion de la ley sobre este particular estaba formulada en el libro de los Números de este modo: «Todo hombre ó mujer que cometiere cualquier pecado de

(1) Véase en el apéndice primero la diferencia que hay entre los sacramentos de la nueva ley y los de la ley antigua, y la manera con que, usando de aquellos, se obtenia la gracia.

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