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dignos de compasion por haberos hecho tan tímidos para el bien, despues de haber sido tan imprudentes para el mal; de no avergonzaros sino despues de haber cometido. el pecado, y de tener vergüenza de confesar los excesos que no os habeis avergonzado de cometer! Tened cuidado con lo que haceis, vosotros los que vais en la confesion á engañar al sacerdote, abusando de su ignorancia, ó embarazándole en su ciencia por el trabajo que le cuesta comprenderos. Cesad, hermanos, yo os lo suplico, de ocultar vuestra conciencia llagada. El enfermo sábio no tiene repugnancia en descubrir á su médico las partes ocultas de su cuerpo, aun cuando sepa que el médico debe aplicarle el hierro ó el fuego (1). » Cuasi al mismo tiempo S. Hilario de Poitiers escribia estas palabras: «A fin de tener á todo el mundo en una especie de terror saludable durante esta vida, comenzó Jesucristo por establecer este tribunal inapelable de la severidad apostólica, por el que todos aquellos que en la tierra sean atados, es decir, todos los que se hayan dejado envolver en los lazos de sus pecados, y todos los que hayan sido desatados, es decir, todos los que, despues de la confesion, sean admitidos á la salvacion del perdon, en virtud de esta sentencia apostólica serán tambien atados ó-desatados en el cielo (2).» Final

(1) Vos primum appello, fratres, qui, criminibus admissis, pœniten>>>tiam recusatis; vos, inquam, post impudentiam timidos, post peccata »verecundos, qui peccare non erubescitis, et erubescitis confiteri... Quid >>facis tu, qui decipis sacerdotem? Qui aut ignorantem fallis, aut non ad >>plenum scientem probandi difficultate confundis? Rogo, fratres, desinite >> vulneratam tegere conscientiam! Prudentes ægri medicos non verentur, >>ne in occultis quidem partibus, etiam secaturos, etiam usturos.» (Parænesis ad pœnitent.)

(2) «Ad terrorem, quo in præsens omnes continerentur, immobile >>Apostolicæ severitatis judicium præmisit: ut quos in terris ligaverint, »>id est, peccatorum nodis innexos reliquerint; et quos solverint confes>>sione videlicet, veniæ receperint, in salutem, hi, Apostolicæ conditione

mente, el filósofo Lactancio dice: Dios nos ha advertido que nos guardemos de tener el corazon envuelto, ó de ocultar bajo los pliegues de la conciencia cualquier pecado, por vergonzoso que sea, que hayamos cometido. Esta es la circuncision del corazon de que hablan los profetas, y que Dios, de corporal que era, la ha convertido en circuncision espiritual. Porque, queriendo, en su paternal amor hácia nosotros, cuidar de la salvacion de nuestra alma, nos ha propuesto, como una especie de circuncision, esta economía de la penitencia; á saber, que si purificamos nuestro corazon, es decir, si despues de haber confesado nuestros pecados, damos una satisfaccion á Dios, alcanzarémos el perdon. Mas este Dios, que no solo ve las apariencias, como el hombre, sino que lee en los profundos secretos del corazon, negará este perdon á los contumaces y á los que se obstinan en ocultar sus pecados (1).» Así pues, se ve que en todos tiempos se ha creido absolutamente necesario manifestarlo todo en la confesion, y que el ocultar voluntariamente algunos pecados es hacerse culpable de otro pecado mas grave.

»sententiæ, in cœlis quoque, aut soluti sint, aut ligati.» (Canon. 18, in Matth.)

(1) «Nos admonuit Deus, ne involutum pectus haberemus; id est, ne »>quod pudendum facinus intra conscientiæ secreta velemus. Hæc est >> cordis circumcisio, de qua Prophetæ loquuntur, quam Deus à carne >>mortali ad animam transtulit. Volens enim vitæ ac saluti nostræ, pro »>æterna sua pietate, consulere, pœnitentiam nobis, in illa circumcisione, »>proposuit; ut, si cor mundaverimus, id est, si, peccata nostra confessi, >>satis Deo fecerimus, veniam consequamur; quæ contumacibus, et admis»sa sua celantibus denegatur, ab Eo qui non faciem, sicut homo, sed in»tima et arcana pectoris intuetur.» (Instit., lib. iv, c. 17.)

§. 4.°

Testimonio de los padres del siglo 1. San Cipriano. Lo que él dice de la confesion no puede entenderse mas que de la confesion auricular. Orígenes, el gran teólogo de la confesion. Su doctrina sobre esta materia es la doctrina misma de la Iglesia.

En la conferencia hemos reducido á su justo valor la asercion impudente de la herejía, de que la confesion secreta fué inventada en el siglo iv, citando á los padres que hablaron de este sacramento como de una cosa que existia ya antes de ese siglo. Ved aquí pues los testimonios de esos padres que en el lugar citado no hemos podido mas que indicar. En primer término nos encontramos con el grande é ilustre doctor y mártir S. Cipriano, que habla con la mayor precision y claridad de la confesion sacramental, de su necesidad y de sus efectos. En su admirable tratado Sobre los que han caido (De lapsis) divide en tres clases los desgraciados apóstatas de la religion cristiana: 1.°, los que habian vuelto públicamente al culto de los ídolos; 2.o, los que habian abjurado á Jesucristo en secreto, en manos de los magistrados paganos, y habian conseguido de ellos un salvoconducto (libellum) que los ponia à cubierto de toda persecucion en materia de religion; y 3.o, los que no habiendo hecho nada de esto, eran culpables únicamente del pensamiento y el deseo que habian tenido de renegar de la fe. Despues de haber reprendido enérgicamente á los apóstatas de la segunda clase, que, porque no habian sacrificado públicamente, se tenian por inocentes, y se negaban á confesar este pecado; hablando de los apóstatas de espíritu, que formaban la última clase, dice: «¡Cuánto mejores son, respecto á la fe y al temor de Dios, aquellos que, sin haberse hecho culpables de haber ofrecido sacrificios ni de haber

solicitado el libelo, sin embargo, solo por haber pecado con el pensamiento, en la sencillez de la verdad y en el doye lor del arrepentimiento, van á confesar este mismo crímen á los sacerdotes de Dios, les hacen una entera manifestacion de su conciencia, les exponen el peso de los remordimientos que les abruma, y aunque su culpa, comparada con la de los otros, es muy leve, piden á los mismos sacerdotes la medicina de la salvacion, porque saben muy bien que nadie se burla de Dios impunemente! Yo os pido pues, hermanos mios, que todos los que han pecado se apresuren á confesar sus crímenes mientras permanecen en esta vida, donde únicamente puede ser admitida su confesion, y donde la penitencia que hagan y el perdon que obtengan de los sacerdotes es agradable á Dios (1).» Este pasaje de San Cipriano, por mas que haga el doctor protestante Kemnitz para violentarlo, no deja de ser uno de los mas luminosos testimonios de la antigüedad cristiana en favor de la confesion. Solo se trata en él de los pecados secretos que no habian sido delatados, y que no eran materia de la confesion pública; y por consiguiente, este pasaje no puede referirse mas que á la confesion auricular. En él se dice que aun aquellos que solo eran culpables de pecados de pensamiento creerian burlarse de Dios é incurrir en su indignacion si se abstenian de confesarse á los sacerdotes; en él se dice que el sacerdote que recibe la confesion del pecador le proporciona el remedio de la salvacion y lo descarga del peso

(1) «Quanto et fide majores, et timore meliores sunt qui, quamvis nul»>lo sacrificii aut libelli facinore constricti, quoniam tamen de hoc vel »cogitaverunt, hoc ipsum apud sacerdotes Dei dolenter et simpliciter »confitentes, exomologesim conscientiæ faciunt, animi sui pondus expo>>nunt; salutarem medelam parvis licet et modicis vulneribus exquirunt; scientes quod scriptum est: Deus non irridetur! Confiteantur ergo sin»guli, quæso vos, fratres dilectissimi, delictum suum: dum admitti >> confessio ejus potest; dum satisfactio et remissio facta per sacerdotes, »apud Dominum grata est.» (Lib. De lapsis.)

de sus culpas. En él se dice, finalmente, que la penitencia, la confesion y la absolucion del sacerdote no tienen efecto alguno, no son admitidas en el tribunal de Dios ni son agradables á Dios sino durante esta vida. Ved aquí pues toda la teología católica relativa á la necesidad y á la eficacia de la confesion auricular para obtener el perdon y alcanzar la salvacion, expresada en pocas palabras de la manera mas clara, y publicada á la faz del mundo como una ley de la Iglesia en mitad del tercer siglo.

Pero subiendo todavía mas en este mismo siglo, nos encontramos á Orígenes, que precedió á S. Cipriano en el período de cincuenta años, y que es el testigo mas fiel, el teólogo mas hábil y el predicador mas celoso del sacramento de la confesion. Ved aquí pues su doctrina sobre esta importante materia: «Ya hemos notado muchas veces, dice. él, que la pronunciacion de la impiedad (de que habla el Profeta) no es otra cosa que la confesion del pecado. Ya veis pues que la Escritura Santa nos enseña que no debemos ocultar el pecado en lo íntimo del corazon. Los que tienen el estómago lleno de alimentos indigestos, de humores ó de flemas, no pueden sentir alivio sino vomitando. Lo mismo sucede á los pecadores. Mientras que ellos ocultan y guardan en el corazon sus pecados, se hallan en cierto modo sofocados y ahogados interiormente por los humores y las flemas del mal; pero apenas se deciden á acusarse de ellos, en el instante mismo en que se confiesan y se acusan á sí mismos, vomitando sus crímenes, se ven libres de la causa de su enfermedad (1).» Este pasaje es de una fuerza

(1) «Pronuntiationem iniquitatis, id est, confessionem peccati fre>>quentius diximus. Vide ergo quid edocet nos Scriptura divina : quia Doportet peccatum non celare intrinsecus. Fortassis etiam, sicut ii qui >> habent intus inclusam escam indigestam, aut humores, vel phlegmata »stomacho graviter imminentia, si vomuerint, relevantur: etiam ii qui »peccaverint, si occultant et retinent intra se peccatum, intrinsecus ur

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