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naza, ella castiga, ella abre por fuerza la boca de su hijo enfermo, para hacer que trague el remedio que debe darle la salud y la vida; y estos gritos, estas amenazas, estos golpes y estas violencias son efectos del amor. ¡Oh santa Iglesia católica! Oh mi buena madre, mi madre tierna y afectuosa! ¡ Yo os amo, yo os amo mas que á mí mismo! Vos sola sois una verdadera madre, que no os dormis jamás en las necesidades y en los peligros de vuestros hijos. ¡Ah! ¡No me olvideis á mí, que soy el último de vuestros hijos; tenedme siempre en vuestros brazos y en vuestro seno, hasta que me depositeis en los brazos y en el seno de Jesucristo, vuestro esposo, mi padre y mi Dios!

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Y vosotros, amados hermanos, en vista de estas reflexiones, no habréis dejado de ver, con vuestro instinto católico, toda la importancia de la confesion sacramental, y de exclamar en lo íntimo de vuestra alma ¡Oh inefables relaciones de la confesion con cuanto hay de mas íntimo en la naturaleza humana! Si no existiese este sacramento, seria necesario inventarlo. Pero el hecho es, que si no hubiese existido en el pensamiento divino, jamás hubiese podido existir en el pensamiento humano; y que si el mismo Dios no lo hubiese instituido, ningun hombre hubiese podido inventarlo, y mucho menos imponerlo como una obligacion. Solo el Criador del hombre es quien, conociendo las necesidades íntimas del hombre, podia revelarle é indicarle en la confesion el modo de satisfacerlas, erigir este remedio en sacra

mento, hacer de él una ley, y uniendo á ella el poder de su gracia y verla cumplida. Pero el hecho es tambien que, aun cuando este sacramento es divino con relacion á su orígen y á su institucion, no por eso deja de ser natural en su extension, no por eso deja de ser conforme á las leyes secretas de nuestra frágil y misteriosa naturaleza (1), no por eso deja de ser para el hombre que ha caido en el pecado el modo mas natural de satisfacer las grandes necesidades de su alma, las necesidades que experimenta el hombre pecador de descargar su corazon del peso de su perversidad en el corazon de otro hombre, y de recon

(1) «No hay dogma alguno en la Iglesia católica, dice M. de Maistre, no hay tampoco costumbre alguna general relativa á la alta disciplina, que no tenga su raíz en las profundidades mas íntimas de la naturaleza humana, y por consiguiente, en cierta opinion universal, mas ó menos alterada en alguna que otra parte, pero comun en su principio á todos los pueblos y á todos los tiempos.... Yo citaré únicamente la confesion para hacerme comprender mejor. Sobre este punto, lo mismo que sobre otros muchos, ¿qué es lo que ha hecho el cristianismo? El ha revelado el hombre al hombre; se ha apoderado de sus inclinaciones y de sus creencias eternas; él ha descubierto sus fundamentos antiguos; los ha separado de toda mancha, de toda mezcla extraña; los ha honrado con el sello de la divinidad, y sobre estas bases naturales ha establecido su teoría sobrenatural de la penitencia y de la confesion sacramental.» (Du Pape, lib. 1, c. 4.) Exceptuando la palabra cristiano, á la que se debia sustituir la palabra Jesucristo para alejar todo lo posible la idea de que la confesion sea obra de los doctores cristianos y de la Iglesia, siendo así que evidentemente es obra de Dios, este pasaje del gran apologista es tan notable por la elegancia y la gracia de la forma, como lleno de sentido, de razon y de verdad.

quistar la paz del corazon, y que bajo este aspecto,

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es uno de los medios mas inefables por los que sucristo lo restauró todo: Instaurare omnia in Christo. Añadamos á esto que tambien es el medio mas propio y mas natural para que el pecador se reconcilie con Dios.

SEGUNDA PARTE.

7. La historia del primer pecador, que os he trazado en mi última conferencia, se repite, con todos sus tristes pormenores, en el corazon de todos los pecadores. Todo hombre que peca, dicela Escritura Santa, es un hombre que, en el exceso de su presuncion sacrílega, se levanta contra el Todopoderoso, como un hijo ingrato contra su padre, como un súbdito rebelde contra su soberano, como un siervo indócil contra su señor: Roboratus est contra Omnipotentem. (Job., xv.) Todo pecador, añade el sagrado código, comienza siempre por el orgullo; no es mas que un vapor que se levanta de las profundidades del orgullo, un síntoma del espíritu embriagado y obcecado por el orgullo: Initium omnis peccati superbia est. (Eccli., x.)

El hombre que peca, añade el angélico doctor Santo Tomás, vuelve la espalda á su Criador para unirse á la criatura, para entregarse á ella, para complacerse en ella, y alcanzar de ella las satisfacciones fugitivas que la ley divina le prohibe, en recompensa de su vergonzosa esclavitud: Peccatum mortale est aver

sio à Deo, et conversio ad creaturas. El pecado, hijo funesto del orgullo, no tiene mas objeto que la voluptuosidad. «Se comienza por el espíritu, decia San Pablo, y se acaba por sumergirse en los goces materiales, por ser absorbido por la carne, por todo lo que hace relacion á la carne, y por perderse en ella: Cum spiritu cœperitis, carne consumamini.» (Galat., II.) Ved aquí todo el terrible misterio del pecado.

Pues bien; la penitencia no es otra cosa que la ecuacion entre el pecado y el arrepentimiento; es el restablecimiento que se verifica en el alma del pecador, del equilibrio de sus movimientos, contrares tando los movimientos hácia el desórden con movimientos en un sentido diametralmente opuesto. Es decir que, extraviado el pecador por el orgullo y por la voluptuosidad, no puede volver al estado de donde cayó sino por la humillacion y el sufrimiento. El mismo Dios, con toda la grandeza de su misericordia, no podria perdonar al pecador que rehusase humillarse y afligirse en cierta proporcion y expiar el desórden personal y actual que le ha impulsado á exaltarse У á deleitarse. Esto seria faltará la justicia eterna, lo cual no puede Dios hacer ni hace jamás (1). Solo

(1) La verdadera penitencia, dice S. Agustin, es la resolucion que toma el hombre de no dejar impune en sí mismo el mal que ha cometido. En virtud de esta resolucion que hace el pecador de no perdonarse á sí mismo, recibe el perdon de Dios, cuyo juicio justo y severo no puede evitar ningun ser inteligente que ha infringido sus leyes: Nihil aliud agit, quem veraciter pœnitet, nisi ut id quod mali

en un gran acto que le húmille y le mortifique es donde puede el pecador encontrar el medio mas sencillo, mas propio y mas natural de destruir en sí mismo el pecado y de reconciliarse con Dios. La confesion sacramental es pues este acto solemne por el que el pecador inmola su orgullo en lo que tiene de mas íntimo, que es la supremacía del yo humano, que hace que se humille ante el yo de otro hombre, y sacrifique la voluptuosidad del corazon y la voluptuosidad de los sentidos por la violencia que se hace á sí mismo y por las expiaciones á que se somete. La confesion sacramental es, por consiguiente, el acto mas conveniente, el mas proporcionado, el mas conforme á las condiciones del hombre que ha caido en el desórden del pecado y que quiere salir de él; es el acto supremo que tiene su razon en las relaciones en que el pecador ha colocado al hombre con su Dios. Y supuesto que estas relaciones, ocultas en las profundidades de la naturaleza humana, no son conocidas mas que de Dios, que es su autor, la confesion sacramental es un acto que sola la Sabiduría infinita pudo imaginar, convertirlo en un gran sacramento é imponerlo como una obligacion; pero al mismo tiempo es un acto sumamente razonable y esencialmente natural. ¡Ved pues cuán estúpidas son la herejía y la incredulidad al presentarlo como

fecerit, impunitum esse non sinat. Eo quippe modo sibi non parcenti, ille parcit, cujus altum justumque judicium nullus comtemptor evadit.» (Epist. 153, ad Macedon.)

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