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sión del Profeta Isaías (1). Por fin, todos tenían el alma muerta por el pecado; y así, la obra de devolver la vida, y con ella la luz de la verdad para tomar otra vez el camino que conduce al cielo, no podía realizarla sino un Dios. Con ese fin aparece el Redentor divino: enseña, más que con sus palabras, con sus ejemplos; y al pueblo que andaba entre tinieblas hace ver una gran luz, y para los que moraban en la sombría región de la muerte, hace amanecer el día (2). La doctrina del Salvador trae vida nueva á los individuos y á los pueblos; el orden renace, y viene la paz á los hombres de buena voluntad; y es así como el que está en Jesucristo viene á ser una criatura nueva; acábase lo que era viejo y todo viene á ser nuevo. (3)

No ignoráis vosotros, carísimos hermanos, que nuestra Santa Madre la Iglesia Católica nació del Sacratísimo Corazón de Jesucristo; recibió íntegro el depósito de la doctrina de Cristo; y fue por Él amada hasta el punto de sacrificarse por ella para hacerla comparecer llena de gloria, sin mácula ni arruga, más santa é inmaculada, y santificada con la palabra de vida (4). La Iglesia es maestra, luz y guía de los hombres en el camino de la vida; y si queremos transitar seguros, hasta alcanzar con una muerte dichosa el término final de todo, que es el cielo, debemos estudiar de continuo la doctrina revelada para conformar con ella nuestras obras, y hacerlas meritorias ante aquel que es nuestro Padre, nuestro Redentor, y que será un día Juez justiciero de vivos y muertos.

Ahora bien; si nos proponemos estudiar la vida de Nuestro Señor Jesucristo, si analizamos su doctrina, si meditamos su espíritu, no nos será difícil descubrir que en el fondo de todo se nos prescribe el respeto y la reverencia;

(1) Isaí., v. 20.

(2) Ibid, 1x, 2.
(3) 2, Corint., v. 17.
(4) Ephes., v. 27.

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