DE SAGUNTO POR DON VICENTE BOIX Cronista de Valencia. OTHE VALENCIA: IMPRENTA DE JOSÉ RIUS, PLAZA DE SAN JORGE. INTRODUCCION. Sin pretensiones de ninguna clase y sin otro objeto que el de recoger, como he practicado hasta ahora, los mutilados vestigios de un pueblo inmortal, cuya historia honra tanto á la nacion española, y cuyos destrozos se ocultan bajo el manto espléndido de nuestra querida Valencia, me he acercado respetuosamente á las grandes ruinas de SAGUNTO, para admirarlas y dirigirlas mi tributo de entusiasmo, como español y como valenciano tambien. Hace mas de veinte siglos que el tiempo, corroyendo menos que la mano destructora del hombre, esos monumentos de otras generaciones de titanes, ha visto pasar sobre ellos, en desordenado tropel, los multiplicados acontecimientos del tránsito de los pueblos, que han derrumbado al paso, piedra por piedra, las obras colosales de los ilustrados hijos de Zacynto. El romano respetó sus penates, porque eran unos mismos sus dioses, y los visitó con religiosidad, por gratitud al menos. El godo, el vándalo, el alano y el suevo, vieron las ruinas, sin detenerse á contemplarlas, porque no comprendian su grandeza pasada; y es que estos pueblos venian entonces à la vida política, escapados de los bosques, para dar comienzo á su existencia histórica. Los árabes y los moros se detuvieron aterrados à la vista de aquellos ennegrecidos paredones, que les recordaban otras ruinas de la Siria y de la Mauritania, y acamparon silenciosos al pié de estos escombros, levantando sus casas, parecidas á sus aduares, con los despojos del pueblo griego y latino: acaso buscarian un asilo en esta soledad de destrozos algunos hijos de los soldados de Anibal y de Ingusta, durmiendo á la sombra de la destruida ciudad y sobre las cenizas de sus antepasados. Morvedre mereció de los árabes la honra de tener reyes; y en tiempos del Cid, parecia que los moros, reuniendo el valor de los saguntinos y de los cartagineses, pues señores eran de los restos de Cartago y de Sagunto, trataron de renovar los prodigios de otra edad, defendiendo con desesperada bravura las piedras, que aun debian conservar entonces las manchas del incendio, que las hizo volar. Cuando Jaime el Conquistador mostró, desde su campamento de Burriana, donde salvaba milagrosamente su vida del puñal de un enemigo desesperado, la Cruz del Redentor, sus rayos llenaron de luz las aventadas ruinas de Sagunto, abandonadas por sus dueños, y ocupadas en seguida por el invicto aragonés, que se descubrió al saludarlas por primera vez. Su génio organizador planteó una administracion, á fuero de Aragon; y Murviedro se levanta desde aquella época, adornado con todos los despojos de los siglos anteriores, para ocupar siempre su puesto en la historia político-cristiana de Valencia, desde las sangrientas guerras civiles de la Union y de la Germanía, hasta su heróica resistencia á las legiones del primer Napoleon, regidas por el bravo é inteligente mariscal Suchet. Su alcázar, que encerró los dioses de la Grecia y de los iberos, las tumbas de ilustres saguntinos y la capilla de nuestros batalladores de la Independencia y de Isabel II, ha servido de centinela avanzado à su bella capital, conservando en todos tiempos su importancia, hasta que la han inutilizado las condiciones que ahora tiene el arte de la guerra. ¡Quién sabe si un dia volverá á resonar en sus recintos el canto de los soldados, guardando otra vez esos escombros venerandos! |