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JUICIOS CRITICOS

DE LOS

AUTORES COMPRENDIDOS EN ESTE TOMO.

VIDA Y JUICIO CRITICO DEL VENERABLE PADRE SAN JUAN DE LA CRUZ.

CUENTAN de Gonzalo de Yepes que, estando de paso en Hontiveros para la villa de Medina, acertó á ver una jóven de singular recato y hermosura, por nombre Catalina Alvarez, de la cual quedó por momentos tan enamorado, que, sin ser parte las muchas y poderosas razones que en contra de su proyecto se ofrecian, resolvió pedirla en matrimonio y no salió del pueblo sin haberla desposado. Atrájose con este hecho el desprecio y la cólera de sus padres y parientes, que fundaban en él mayores esperanzas; mas ni aun así pudo arrepentirse nunca de su pensamiento, que fué de dia en dia para él una inagotable fuente de paz y de ventura. Olvidó los dulces recuerdos de Yepes, su patria; la suntuosa grandeza de Toledo, donde habia vivido en la abundancia muchos años; la agitacion de la próxima Medina del Campo, tan justamente celebrada por sus ricas ferias; y á poco prefirió á todo la sosegada villa de su esposa, donde solo el trabajo de sus manos podia procurarle lo necesario para su existencia. Tuvo de su amada Catalina tres hijos varones, uno de ellos JUAN, que es el que ha de ser objeto de esta ligerísima reseña.

Era aun muy niño Juan de Yepes, cuando pasó á Medina con su desgraciada madre, que, hallándose viuda y falta de recursos, creyó poder vivir y educar con mas facilidad á sus hijos en una villa donde afluian tantos y tan ricos forasteros, atraidos por la actividad de un tráfico incesante. Simpático, dulce, extremadamente benévolo con todos los que le rodeaban, no tardó en dejar ver que habia nacido solo para el ejercicio de esa caridad santa y sublime que sube concentrada hasta el seno de Dios, y baja, distribuida en rayos, á todas las criaturas. No tenia aun bien desarrollada su razon, y hablaba ya de Jesucristo y de la Virgen con una uncion que conmovia y arrebataba hasta á su madre y sus hermanos; no contaba aun cinco años, é imploraba ya en todos sus actos el favor de esos seres celestiales. «Un dia, referia mas tarde él mismo, estaba junto á un pozo sin brocal con otros niños. Caí en el calor del juego dentro del pozo, y obtuve el auxilio de la Virgen. Se me apareció, me dió la mano y me sostuvo sobre las aguas hasta que vinieron por mi los que tuvieron noticia de mi desventura por mis asustados compañeros. Temprano, muy temprano le debi yo á la Virgen todo el amor de que es capaz mi alma.>

Queria su madre, al verle mozo, consagrarle á la ciencia; mas, sola y sin mas renta que la de sus brazos, tenia apenas con qué mantenerle, cuanto menos con qué instruirle. Habló por él á un caballero de rara virtud que habia á la sazon en Medina, procuró interesarle pintándole la docilidad de su hijo, le suplicó, le instó, y alcanzó por fin la realizacion de sus deseos, logrando que le tomara bajo su proteccion y le hiciera estudiar humanidades. Era precisamente este caballero, llamado Alonso Alvarez de Toledo, hombre de tanta piedad y de tan ardiente celo por la causa

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de los pobres, que, llegando á considerar como injustamente poseidas las riquezas de que no se hacia partícipes á los que vivian en la escasez y en la miseria, se habia retirado con ellas á un hospital, donde las consagraba con su persona á acallar la voz del dolor y aliviar todo género de padecimientos. Prendóse JUAN de tanta y tan singular caridad, se entusiasmó, se enfervorizó, trabajó por vencer en abnegacion á su mismo patrono, y se granjeó pronto la mayor ternura y el mayor cariño. No fueron á poco los dos cristianos protegido y protector: fueron padre é hijo, fueron una sola persona, fueron dos cuerpos y un alma, fueron un mismo amor, fueron una misma vida. No proponia el uno sacrificio que el otro no aceptase, no sufria el uno que el otro no sintiese lacerado su corazon ni rociase con sus lágrimas las heridas abiertas por la mano de Dios ó la ingratitud del mundo. Los pobres los miraban á uno y á otro como ángeles bajados del cielo para suavizar sus horas de amargura; y no bien sentian el estertor de la agonía, cuando deseaban solo verles, sentir su mano sobre la frente, exhalar en sus brazos los últimos suspiros. Dedicaba JUAN los escasos ratos de ocio que le dejaba el cuidado de los enfermos á la oracion y el estudio. Dirigia, sobre todo, sus preces à la Virgen. ¡Con qué fervor le hablaba! Con qué inefable suavidad volvia hacia ella sus humedecidos ojos! Estaba un dia de rodillas ante una imagen, cuando de repente creyó que la oia algunas palabras y le llamaba á ejercer las duras reglas de la órden del Cármen bajo las bóvedas del claustro. Se levantó como inspirado, juró renunciar para en adelante al mundo, y cos obedeceré, exclamó, depondré en vuestras aras mi voluntad, mi porvenir, mi vida». Arrobado, extático, fuera de sí, corrió luego á los brazos de Alonso Alvarez, para comunicarle su vision y sus intentos : le manifestó cuán incompatible era ya el amor que le tenia con el que debia al cielo, le rogó con el mayor interés que favoreciera sus deseos, le movió con rendidas súplicas á que se prestase él mismo á levantar entre los dos los muros de un convento. Voy á dejaros, le dijo, mas no por otro hombre, sino por nuestra comun reina y soberana, por la Vírgen, por esa Virgen sin mancilla, tesoro de todo amor, manantial de toda belleza, luz pura de todo espíritu que desea encontrar el camino de la perfeccion entre las tinieblas de la vida. Habeis sido para mi un padre; sedlo desde ahora para mi pobre madre y para mis hermanos: yo no tengo ya mas padre que Dios, mas madre que María, mas hermanos que los que han sabido aguardar entre la oracion y la penitencia la callada sombra de la muerte.>

Satisfizo su vocacion, entrando en el convento de carmelitas de la misma villa de Medina, donde pasó el noviciado, dedicándose con tanto ardor al estudio de la filosofía y mezclando con tan acendrada virtud una aplicacion tan constante é infatigable, que la comunidad no cesaba de aplaudirle ni de mirarle como una de las futuras lumbreras de una órden que habia entrado ya en su período de decadencia y amenazaba llegar á una completa ruina. Impuso, cautivó, y fue enviado poco después de su profesion al colegio que tenian los mismos carmelitas en la universidad de Salamanca, donde cursó teología, no solo satisfaciendo, sino hasta excediendo las esperanzas de sus maestros. Resolvió con una claridad de juicio que parecia increible las mas altas y dificiles cuestiones; comprendió todo el valor de los principios sobre que descansaban los conocimientos de su época, y dedujo una por una hasta las mas remotas consecuencias; distinguió con admirable precision los elementos generadores de los elementos secundarios, y dominó la ciencia, abarcándola en su unidad y en su conjunto. Tanto talento, tan rápidos progresos, tanta fuerza de intuicion y de estudio bastaban ya para atraerle la admiracion y el respeto de sus condiscípulos; pero ¡cuánto mas no habian de atraérselos todas estas prendas, acompañadas de una conducta ejemplar, de una severidad de costumbres casi exagerada, de una abnegacion y una humildad que rayaban en heroismo! No se contentó, en punto á virtud, con ser el primero entre los correligionarios de su siglo; evocó las sombras de los primeros fundadores y se los propuso por modelo. Excitó en su favor un verdadero entusiasmo, y á la verdad, para las ideas de aquellos tiempos, nada inmerecido.

Regresó á Medina después de concluidos sus estudios; mas no ya con ánimo de permanecer en el convento, sino con el de trocar su órden por la de San Bruno y trasladarse á una cartuja. Enemigo decidido del mundo, con el cual apenas le unia lazo alguno, hubiera realizado á no tardar su nuevo pensamiento, si una circunstancia imprevista no hubiera venido á abrirle dentro del círculo de su mismo instituto un campo en que pudiese ejercitar ampliamente las fuerzas de su espíritu y encontrar los trabajos que para mayor mortificacion de su cuerpo y honra de Dios buscaba. Vivia por aquel tiempo en Avila, ciudad no muy apartada de Medina, una mujer de gran corazon y elevado entendimiento, que, además de profesar la misma órden, ardia en el mis

mo amor á Jesucristo y procuraba, para tambien hallarle, seguir el camino de la penitencia. Habia observado esta singular mujer, en los años que llevaba de profesion, que no solo dejaban de guardarse con el debido rigor las reglas prescritas por los fundadores, sino que hasta eran tenidas en menosprecio y buscados con un afan punible el lujo y el regalo. Viólo con malos ojos, no pudo en su conciencia pasar por tanta degradacion, y concibió el plan de una reforma, que llevó á cabo con una firmeza de carácter poco comun en una mujer, á quien de ordinario turban los mas ligeros contratiempos. Propúsose nada menos que restituir á su primitiva pureza, no ya simplemente la disciplina seguida en su convento, sino tambien hasta la seguida por todos los monjes y frailes de la órden: cosa tan erizada de dificultades que parece hasta imposible que haya cabido en pensamiento de mujer el intentarla. Necesitaba para empezar con algun éxito su obra, como no podia menos de comprender en su buen juicio, de varones que secundasen lealmente sus esfuerzos; así que apenas oyó hablar de JUAN, cuya fama iba ya extendiéndose fuera del estrecho recinto de la universidad de Salamanca, pasó á Medina con objeto de comunicarle su proyecto é interesarle en favor de la reforma.

Era esa extraordinaria mujer la misma que hoy venera la Iglesia con el nombre de santa Teresa de Jesus. Vióla Juan de Yepes, la oyó, y se sintió lleno de nuevo fervor y generoso aliento. Insistió al pronto en la idea de pasar á una cartuja; mas luego, temiendo que no pereciese en flor tan bello pensamiento, disponed de mi inutilidad, dijo á la Santa; reconozco en vos la imágen de esa Virgen á quien tanto adoro, y estoy resuelto á compartir con vos las fatigas y peligros que tan de cerca os amenazan. Sí, nuestra órden está viciada: la soledad, la penitencia, la oracion no es lo que mas reina en nuestros claustros. Restaurarla, volverla á los hermosos dias de nuestros fundadores, ¿qué puede haber ya que mejor parezca á los ojos del Señor ni á los de su santa Madre? ¿Quién puede, por otra parte, haberos inspirado tan sublime idea sino la misma Vírgen? Seguid y no desmayeis jamás; soy vuestro siervo, y aguardo ya con impaciencia vuestras órdenes.> Tenian los dos talento y fe : no tardaron en comprenderse ni en estar animados de unos mismos deseos y unos mismos sentimientos. Se unieron, se identificaron, constituyeron los dos un solo ser consagrado por entero á la virtud y al sacrificio. ¡Qué de sábias y fervorosas pláticas no tuvieron en adelante lugar entre esas dos almas, apenas manchadas por los impuros hálitos del mundo! Cuéntase que se comunicaban los pensamientos mas recónditos, que se hablaban siempre con la misina uncion y se dirigian mutuamente palabras de consuelo. Conversaban no pocas veces sobre asuntos teológicos; ¡ay! exclaman al referirlo sus cronistas, ¡ quién pudiera entonces oirlos, iluminados ambos por rayos de pura luz, que bajaban desde el empíreo á circundar su frente! Ocupábanse un dia en el misterio de la Trinidad, y entraron los dos en éxtasis. ¡Qué cuadro! La Santa estaba arrobada y llena de claridad celeste; JUAN á la otra parte de la reja del locutorio como despojado de ese manto carnal que encarcelaba su alma.

Empezó JUAN DE YEPES sus trabajos para la reforma de su órden el dia 30 de noviembre de 1568, en que llegó al convento de Duruelo. Conocidos ya en este claustro, por los nuevos monjes que iban á constituirlo, su acendrada virtud y claro ingenio, no solo fué recibido con deferencia, fué acogido con entusiasmo y con respeto. Habló á la comunidad, puso en contraste los vicios de los presentes con la caridad y abnegacion de los que establecieron la Orden, y manifestó la necesidad de volver al rigor de aquellos primeros tiempos, si no se pretendia que viniesen á ser al fin moradas de placer las que fueron fundadas para castigar la carne por medio de tormentos. Descalzó al punto sus piés, buscó la celda mas solitaria y triste, oró, ayunó, laceró su cuerpo, elevóse, á fuerza de depurar su alma, hasta el trono de Dios, y movió á casi todos los correligionarios que con él vivian á que dejaran un camino por donde podian caminar, sin sentirlo, á la perpetua noche del espíritu. Mostróles á todos una fe sin límites, una esperanza inconsumible, una caridad tan ardiente, que parecia estar de continuo investigando los dolores ajenos para cargarlos sobre sus hombros y hacerse con aquello mas agradable al cielo. No descansaba ni de noche ni de dia: cuando no le ocupaba la oracion, le embargaba la contemplacion de lo divino; cuando ni la oracion ni la contemplacion, la vigilancia sobre sus subordinados; cuando no la vigilancia de sus subordinados, el estudio. Leia, escribia, platicaba, oia, resolvia: prestaba á todo atencion menos á su bienestar y á su reposo.

Los frailes de Duruelo estaban poco menos que absortos; no comprendian la infatigable actividad de aquel espíritu. Era JUAN DE YEPES, á quien llamarémos ya JUAN DE LA CRUZ por no llevar otro nombre desde que fué profeso, bajo de estatura, delgado de cuerpo, pálido de rostro, débil

de constitucion, enfermizo al parecer, endeble; y se admiraban, como no podian menos de admicarse, de que fuese capaz de resistir tanta fatiga. Veíanlo, sin embargo, y se animaban á imitarle; tanto, que á la vuelta de meses no parecia ya aquella comunidad sino identificada con su pensamiento y el de santa Teresa. Hicieron mas que aceptar la reforma: la llevaron hasta donde podia ser llevada, la llevaron hasta donde no se atrevian á esperar ni los mismos que la propusieran. Visto el buen éxito obtenido en Duruelo, creció hasta tal punto el fervor de JUAN de La Cruz en llevar á cabo la reforma, que no empleaba ya meses, sino dias, para restituir en muchos conventos á su primitiva pureza la regla de la Orden. Trasladóse de Duruelo á Pastrana, de Pastrana á Alcalá, y de Alcalá al reino de Granada, donde consumió en la empresa los años mas importantes de su vida. Atraíase generalmente los ánimos con lo irreprensible de su conducta y la eficacia de su palabra; mas no por esto dejó de sufrir disgustos y hallar dificultades que hubiesen bastado á quebrantar voluntades poco menos firmes que la suya. Alzábase contra él, aquí la envidia y el orgullo de los que mas se creian adelantados en la ciencia, allí el egoismo de los que habian sabido hacerse suya una comunidad y temian perder una influencia que les proporcionaba autoridad y honores, mas allá la ignorancia y la estupidez producidas por la falta de ejercicios intelectuales, casi en todas partes el sensualismo y los vicios que habia ido desarrollando la sucesiva relajacion de la antigua disciplina. Acusábasele por algunos de fanático, menospreciabasele por otros á causa de su humilde figura y su mas sencillo porte, echábasele en cara por muchos que no conocia el mundo, cuando se proponia rejuvenecer lo ya caduco, reprendíasele por no pocos la inoportuna austeridad que afectaba en su trato y sus costumbres. La historia nos enseña cuánta sangre y sacrificios ha costado introducir en la humanidad cualquier clase de reformas; la mas sencilla ha traido consigo discordias, guerras encarnizadas, anarquía, crímenes funestos, cadalsos que han devorado generaciones, años y hasta siglos de horrores y padecimientos. Se han armado de todas armas los intereses amenazados, y han provocado combates, donde hemos visto. levantarse triunfantes la crueldad y la perfidia; pueblos enteros, sumidos en la esclavitud y la miseria, han obedecido ciegamente á la voz de sus dueños y peleado contra los mismos que intentaban quizás romper sus hierros; las leyes, la ciencia tradicional, la religion, los hábitos de siglos han protestado á la vez contra los innovadores y los han condenado á los tormentos y á la muerte, cuando no han creido suficiente para combatirlos el sarcasmo ni el desprecio. ¡Ah! Es triste deber confesarlo, pero cierto : la humanidad, á pesar de su ley de progreso, tiene en sí una fuerza de inercia que solo pueden contrastar espectáculos sangrientos, hombres que se extienden con calma sobre el lecho del dolor y del martirio, sectas que arrostran impávidas los mas violentos sacrificios, pueblos que se arrojan indefensos contra las espadas de sus enemigos por sostener lo que el mundo llama, tal vez con desden, una quimera. La reforma de la órden del Cármen no debia alcanzar sino un determinado número de comunidades incapaces de apelar á la fuerza de las armas; mas era reforma, y bastaba para suscitar discordias. Desencadenáronse tambien en algunos puntos las pasiones; hubo parcialidades y bandos, hubo choques, y no siempre la virtud ni la razon pudieron cantar victoria. ¡Qué de veces no fueron empleados contra nuestro reformista el epigrama y la sátira! ¡Qué de veces no cayó sobre su frente el velo infernal de la calumnia! Sus mas inocentes acciones eran a menudo juzgadas con severidad y acrimonia, sus mas claras palabras eran viciosa é infamemente interpretadas.

JUAN DE LA CRUZ no contestaba á sus detractores sino con la imperturbable serenidad de su espíritu y su infatigable constancia en seguir el camino de la verdad y la justicia. En lugar de recomendarse á sí, hablaba de la Virgen, del cielo, del Dios que le inspiraba; en lugar de hacerse cargo de las injurias que recibia, hablaba de lo agradables que se hacian á los ojos del Señor los que, abjurando sus comodidades, recordaban la mística conducta de los fundadores y aceptaban el pensamiento de la Santa. Lleno de la importancia de su empresa, no procuraba sino encender en cada corazon un rayo de fe, en cada pecho una esperanza. «El alma, decia, está abatida y triste cuando atendemos solo al cuerpo; el vapor de los placeres la mancha y la confunde. Castigad el cuerpo y sentiréis el espíritu serenado y puro. Atravesaréis en sus alas el espacio y llegaréis al cielo. El manto que os encubre tantos misterios se rasgará à vuestros ojos, y comprenderéis lo que no habeis nunca comprendido; la Divinidad no será ya para vosotros un enigma. Gozaréis anticipadamente del paraíso, y cuando volvais las miradas á este bajo y miserable suelo, sabréis despreciar lo que tal vez amais ahora desde lo mas íntimo del alma. ¿Para qué quisisteis, además, dejar vuestros hogares y penetrar en las tristes y sepulcrales losas de este claustro? No bastan

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