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SERMON

QUE HACE ORIGENES EN LA RESURRECCION DEL SEÑOR,

SOBRE AQUELLAS PALABRAS DEL CAPÍTULO XX DE SAN JUAN, QUE DICE:

Maria estaba cerca del monumento llorando.

A LA ILUSTRE SEÑORA DOÑA BEATRIZ CERDAN.

HABIENDO Concluido ya, con el favor y gracia del Señor, el Tratado de la gloriosa Madalena, porque vuesamerced quedase con buena boca y perdiese la acedía que con mi grosero estilo habrá tomado, por ser menos bueno de lo que agora se escribe en los libros que en nuestro lenguaje castellano se imprimen; he querido rehacer esta mi falta con aprovecharme del dulce y sabroso estilo del gran viejo Adamancio Orígenes, el cual sobre aquellas palabras del evangelista san Juan en el capítulo 20, que dice que « María estaba la mañana de la resurrecion llorando cerca del monumento, hace un tratadillo dulcísimo, aunque breve, y digno de que se traya entre las manos; porque está tan requebrado con el Señor, y dice razones tan tiernas y tan enamoradas volviendo por la Madalena, que á mi corto juicio debia de estar fuera de sí y muy dentro de Dios cuando las escribió, y pienso que tenia algun horno de fuego en el pecho á aquella sazon; porque palabras tan encendidas y razones tan azucaradas y con tanta miel no las pudiera decir sino una lengua que otro serafin, como el de Isaías, la hubiera caldeado con fuego venido del cielo. Está este tratado mirado y leido en su fuente, tan bien puesto y por términos tan escogidos y con tan levantado estilo, que temo que lo he de gastar al traducillo; pero, pues vuesamerced no lo puede gozar en su propia lengua, donde yo lo saco, que es la latina, recompensarse ha el daño de la traducion menos buena con el provecho del entendelle en el castellano. Podrá ser que añada algunas cosas que me parecerá que no desdicen del propósito y frasi de Origenes, que no será cortar el hilo á la materia que va tratando, y esto haré porque vuesamerced tenga algo mas en que entretenerse; porque, como ya he dicho, el tratadito es muy breve; y siendo vuesamerced tan aficionada á esta gloriosa santa, á quien su gran Enamorado la hizo igual á los apóstoles, y aun la hizo apóstola de los apóstoles, pues la envió á ellos para que les diese las alegres nuevas de su resurrecion; halle en ella mas razones de regalarse en amalla, y se aficione mas á imitalla y parecelle en el amor que tuvo al Hijo de Dios. Y si en lo que dijere se hallare menos gusto de lo que prometo, ó cosa alguna que no haga tanta consonancia á la oreja, no quiero que se entienda que es falta de Orígenes, ni que en el latin disuena alguna palabra, sino que solo ha sido defecto de no sabello yo traducir por términos tan dulces y tan proprios como lo son los latinos; no por mengua de nuestro lenguaje español, pues es tan abundante, que ni en sello ni en tener galanos frasis y suavidad, y muy cortados y propísimos términos para todo cuanto ha de decir, tiene envidia á la lengua griega ni latina ni italiana, ni tiene necesidad de mendigar estilo ni términos ni compostura ni gala, ni otra cosa de sus vecinos, pues ella por sí sola basta y sobra; sino que la falta que en esto se hallare, si acaso la hubiere, que sí hará, pues hay tantas en mí, es mia, y es bien que a mí se me cargue; pues siendo mas corto que vizcaíno, quiero correr tras el caudal y elocuencia de Origenes. Vuesa merced me ayude con sus oraciones para que el Señor me alumbre el entendimiento y me dé su Espíritu para siempre serville; y el mismo Señor dé à vuesamerced su santa gracia y la conserve en su santo servicio. Amen.

SERMON.

Maria estaba cerca del monumento llorando, à la parte de fuera.
Joann., cap. 20.

Habiendo de hablar, hermanos muy amados, de la presente solemnidad en presencia de vuestra caridad, lo primero que á la memoria me ocurre es el amor que pide el primer lugar en este tratado (y con razon), y quiere que digamos cómo María Madalena, que sobre todas las cosas amaba al Señor, le seguia cuando iba á dejar la vida en un palo, habiéndole desamparado y huido los dicípulos, y ardiendo en vivo fuego de amor, encendida el alina en un excesivo deseo, deshaciéndose en lágrimas, no queriendo poner treguas al llanto, no sabia, ni queria ni aun podia apartarse del monumento. Oido habemos á María que estaba fuera del monumento, oido habemos que lloraba; pues veamos (si podemos) por qué estaba y veamos por qué lloraba. Aprovechémonos de su estar y saquemos fruto de su llorar. Estaba y miraba por si acaso hallase al que amaba, pero lloraba porque creia que le habian hurtado al que buscaba. Habíase renovado su dolor, pues un dia antes lo habia llorado difunto y agora lo llora hurtado. Era este dolor segundo mas grave que el primero, pues no le quedaba con qué se consolar. La primera causa de su dolor fué haber perdido á su Maestro vivo, mas quedábale alguna manera de consuelo, con pensar que le tendria consigo muerto; mas agora es imposible consolarse, pues no hallaba el cuerpo del difunto. Temia María que no se resfriase en su pecho el amor de su Maestro si no hallaba su cuerpo, con cuya vista se encendiese. Habia venido María al monumento; habia traido consigo preciosos ungüentos, para que, así como en otro tiempo habia ungido los piés de su Maestro vivo, así agora embalsamase todo el cuerpo de su Señor difunto; y así, como otro tiempo habia lavado sus piés con lágrimas de sus ojos por la muerte de su alma, ásí venia agora al monumento á regallos otra vez por la muerte de su Maestro; pero, como no le hallase en el monumento, acabóse el trabajo de ungillo y creció la ocasion de llorallo; faltó al servicio la que sobró al dolor; faltó á quien ungiese, mas no por quien llorase. Lloraba grandemente María porque le habian añadido dolor sobre dolor y traia dos grandes dolores en un solo y flaco corazon; queria ablandallos con lágrimas, mas no podia; y así, toda ocupada del dolor, desmayaba su cuerpo y alma; y aunque sabia llorar y dolerse, pero no sabia qué hacerse. ¿Qué podia hacer esta mujer sino llorar, pues tenia un intolerable dolor y no hallaba consolador? Venido habian Pedro y Juan al monumento con ella, mas en no hallando el cuerpo se volvieron; pero Maria estaba llorando fuera del monumento, estaba, y casi desesperando esperaba, y esperando perseveraba. Pedro y Juan temieron, y por eso no esperaron; inas

no temia María, y por eso estaba, porque ya le parecia que no le quedaba que temer pues no le quedaba mas que perder; habia perdido á su Maestro, á quien amaba tan tiernamente, que fuera dél no le quedaba qué amar ni tenia ya qué esperar. Perdido habia María á la vida de su alma; y así, le parecia que le estaba mucho mejor el morir que el buscar la vida; porque por ventura hallaria muriendo al que habia perdido viviendo, sin el cual era por demás la vida. Es el amor mas fuerte que la muerte. ¿Qué mayor estrago pudiera hacer la muerte en María? Estaba sin alma, sin sentido, sintiendo no sentia, viendo no via, oyendo no oia, ni aun estaba donde estaba, porque toda estaba donde su Maestro estaba, del cual empero no sabia donde estaba. Buscábale y no le hallaba, y por eso estaba y lloraba. ¡Oh María! qué esperanza, ¿qué consejo, qué corazon tenias, para que, yéndose los discípulos te quedases tú sola en el monumento? Veniste antes que ellos y volviste con ellos, y al fin te quedas sin ellos. Dime (oh mujer admirable) ¿por qué lo hiciste? ¿Sabias mas que ellos ó amabas mas que ellos, que no temias como ellos? Por cierto entonces ninguna otra cosa sabia María sino amar y dolerse de su Amado. Olvidado se le habia el temor, olvidada estaba del contento, y olvidada estaba de todas las cosas, sino de aquel que amaba sobre todas las cosas; y lo que es mas maravilloso, que estaba tan olvidada, que aun al mismo no conocia. Creedine, que si María lo conociera, nunca lo buscara en el monumento; y si guardara sus palabras en el corazon no se doliera del muerto mas alegrárase del vivo, ni llorara por el hurtado, mas regocijárase del resucitado. Habia dicho el Señor que así habia de morir, y que al tercero dia habia de resucitar; mas el mucho dolor le habia hinchido el corazon y borrado dél estas palabras; ningun sentido habia quedado en ella, habia perecido todo su consejo, habíanle faltado y burlado á su parecer sus esperanzas, solo le habian quedado lágrimas que derramar por los ojos, y sospiros con que abrasar su pccho; lloraba pues, porque podia llorar, y llorando, volvió á mirar el monumento, y vió dos ángeles vestidos de blanco, con el rostro hermoso y alegre, con una librea de fiesta, que en el traje mostraban el contentamiento interior y la ocasion que de solemnizalle tenian, y dícenle á María: «Mujer ¿por qué lloras?» Oh María venturosa, mujer de gran dicha! Agora á lo menos contenta estaréis con tan buen consuelo; hallado habeis mas de lo que buscábades, mejor os sucede de lo que vos creíades; buscábades uno, y hallais dos, un muerto buscábades, y topais dos vivos; hallástedes dos, que (á lo que muestran) tienen cuidado de vos y quie

ren ablandar vuestro dolor y llanto. El que vos buscais parece que no cura de vuestro sentimiento ni hace caudal de vuestras lágrimas; llamaisle y no os oye, rognisle y no acude, buscáisle y no le hallais, dais golpes y os abre, vos le seguis y él os huye. ¿Qué es esto, María? Qué gran mudanza es esta? Este Jesus que agora se ha apartado de vos y por ventura no sabeis si agora os ama, otro tiempo os amaba, otro tiempo os defendia del fariseo, excusábaos con vuestra hermana, alabábaos cuando le ungíades los piés, cuando se los regábades con vuestras lágrimas, alimpiábadeslos con vuestro cabello, aplacaba vuestro duelo y perdonábaos vuestros pecados. Otro tiempo os buscaba estando ausente, os Ilamaba no estando presente. Una vez (oh buen Jesú) que le enviaste á decir con su hermana: «<el maestro está aquí y os llama; » qué presto se levantó, dejó la visita no hizo caso de los principales que le habian venido á consolar, no se despidió dellos, no curó de nadie, porqué tú, Dios mio, la llamabas. Y mas, Señor, que lloraste tú cuando la viste llorar á ella; consolástela blandamente, diciendo: «¿Adónde pusistes el muerto?» Finalmente, por el mucho amor de María resucitaste á su hermano Lázaro y convertiste en alegría el llanto desta gran enamorada tuya. Pues (dulcísimo Jesus) en ¿qué ha pecado después acá esta dicípula tuya, que así huyes della? O ¿en qué ha ofendido tu tierno corazon esta amante tuya, buscándote como te busca? Nosotros, por cierto, después desto, ningun pecado oimos della, sino que cuando á tí Dios mio te sepultaron, ella madrugó mas que todos, y vino al monumento antes que todos y te lloró mas que todos, y trajo mas unguentos para ungirte que todos, y agora te busca mas que todos pues que se queda sola véndose todos. Tus dicípulos vinieron y vieron, y se fueron; ésta, empero, está y te busca y llora. Si esto es pecado no lo podemos negar; pero si no lo es, y es amor, y amor tuyo, y si es deseo que tiene de tí, ¿por qué, Señor, te le escondes así? Por qué te ausentas della tú, que amas á los que te aman y te dejas hallar de cuantos te buscan? Tú Dios mio, dices por el Sabio: «Yo amo á los que me aman, y me dejó hallar de los que madrugan á buscarme. » Luego, Señor, esta mujer que te ama, ¿por qué no te halla? Esta mujer que madruga, ¿por qué no te topa? Por qué no miras las lágrimas que derrama por tí, su Señor, pues consolaste las que derramó por su hermano? Y si la amas como sueles, ¿porqué, Señor, alargas tanto su deseo? ¡Oh verdad infalible! Acuérdate del testimonio que diste de María á su

(¡oh guarda de los hombres!) 6 guarda tú en ella la parte que escogió, ó yo no sé cómo será verdad el, «no le será quitada,» si no es que se entienda que, aunque te hayan quitado de sus ojos, tú no te has apartado de su corazon. Pero, María, ¿qué os deteneis ya? Qué os turbais? ¿Por qué llorais? Ya teneis ángeles, básteos el babellos visto; que por ventura aquel que vos buscais y por quien llorais ve algo en vos, y por eso no quiere ser visto de vos. Cese ya vuestro llanto, poned término á vuestro dolor; acordãos de lo que él mismo os dijo á vos y á las demás mujeres: «No querais llorar sobre mní, sino sobre vosotras mismas.» Pues, María, ¿qué es lo que haceis? El os dice: «No me querais llorar,»> y vos no cesais de llorar ni os acabais de consolar. Temo María, que ofendais en llorar al que no dejais de llorar, porque si él (como otro tiempo) amara vuestras lágrimas, por ventura no pudiera detener las suyas. Pues tomad agora mi consejo y contentãos con el consuelo. de los ángeles; quedáos aquí con ellos, habladles, preguntadles, y quizá sabrán qué se ha hecho de lo que vos buscais, y adónde está aquel por quien llorais; cuanto yo por cierto tengo que ellos han venido para daros razon del que buscais; y tambien creo, que aquel por quien llorais los ha enviado por sí y por vos, para que publiquen su resurrecion y consuelen vuestro dolor. Mirad, María, que es mucha entonacion esa, no querer hablar á dos ángeles; allá Moisen temblaba á la presencia de uno que bajó sobre el monte Sinaí; y dijo: «Espantado estoy y atónito de miedo, y casi no podia echar la palabra de la boca; Daniel, en viendo otro, dió consigo en tierra y se le descoyuntaron todos los huesos, y san Juan se derrocó á adorar á uno que vió una vez; y ¿vos no haceis caso de dos? Pues en verdad que son gente de cuenta y cortesanos del cielo, vecinos de la gloria, y que donde los conocen, que les dicen merced; no se yo cómo vos haceis tan poco caudal de gente tan granada. Habladles, María; mirad que se correrán; y vuestra cortesanía ¿dó la? ¿Qué se ha hecho vuestro aviso? Vuestra discrecion y comedimiento ¿dó se ha ido? Mirad que aguardau respuesta; mirad que os dicen: «Mujer ¿á quién buscas? No encubras de nosotros tus lágrimas, descúbrenos tu corazon y nosotros te mostrarémos tu mayor deseo.»> Esto le dicen los ángeles; mas María, deshecha en llanto, consumida de dolor, puesta toda en exceso de entendimiento, ni recibe consolacion ni cura de algun consolador, antes dice allá en su pecho; ¡Ah dolor cruel! y

hermana Marta: «María escogió la mejor parte, que ja-¿qué consuelo es este? qué visita es esta? Cansados

más le será quitada. » Verdaderamente escogió la mejor parte María, pues escogió estar á tus piés y oir tus palabras; verdaderamente escogió la mejor parte, pues escogió de amarte; escogió la mejor para sí, pues te escogió á tí; pero ¿cómo, Señor, es verdad que no le será quitada si tú le faltas á ella? Y si no le es quitada la mejor parte que escogió, ¿por qué llora María, que es lo que busca María? Por cierto, María no busca otra cosa sino lo que escogió, y por eso no deja de llorar, porque ha perdido la carte escogida que amaba. Pues

consoladores me son estos; atorméntanme, que no me alivian; busco yo al Criador; y así, me es pesada toda criatura. No quiero ver ángeles ni quiero quedarme con los ángeles, porque (aunque lo sean) pueden acrecentar mi dolor, mas no pueden aliviar mi sentimiento. Si me comenzaren á contar muchas cosas, y si yo quisiere respondelles á todas ellas, temo que antes entibiarán que encenderán el amor que tengo en mi pecho. No busco yo á los ángeles, mas al que hizo á mí y á los ángeles; no busco los ángeles, sino á mi Señor y de los

ángeles. A trbusco, Señor mio, y tú enviasme los pajes de tu casa, hánteme llevado Rey mio, y no sé dónde te me habrán puesto. A tí solo busco, pues tu solo, bien mio, puedes consolarme; mas no se adónde te han llevado; miro á todas partes por si acaso te veré, ohi dulce Maestro mio, mas no te veo; deseo hallar el lugar donde te han puesto, y no lo hallo. ¡Ay de mí miserable! Y ¿que haré? ¿Adónde iré? Adónde te me fuiste, Amado mio? Hete buscado en el sepulcro y no te hallo, llámote y no me respondes; dulce Jesus mio, ¿qué es de tí? ¿Por qué te fuistes de mi? Y ¿cómo quedaré yo sin tí? Ay de mí! Y ¿ adónde te buscaré? Y adónde te hallaré? Quiérome levantar y cercar todos los lugares que pudiere, no daré sueño á mis cansados ojos, no tendrán sosiego mis piés hasta que halle al que ama mi alma. Llorad ojos mios, y salgan las entrañas deshechas por vosotros; no canseis, oh piés flacos, de caminar; huid del reposo; y pues otro tiempo distes tantos pasos en yuestra perdicion, dadlos agora en busca de vuestro remedio. ¡Ay de mí! Y ¿adónde estás, esperanza de mi vida? ¿Por qué me has desamparado salud del alma mia? ¡Oh dolor! Oh angustia intolerable! Cercada estoy de angustias, y no sé lo que escoja. Si me quedo en el monumento, no lo hallo; si me voy del monumento, no sé (desdichada) adónde vaya ni tampoco sé á dó le busque; apartarme del sepulcro de mi bien, me es muerte, y estarme en el monumento me es dolor irremediable. Pues mejor me será guardar el sepulcro de mi Señor que ausentarme léjos dél; porque por ventura mientras me voy se me le habrán llevado Ꭹ habrán destruido el sepulcro; aquí pues estaré, aquí quieto morir, porque pueda mi cuerpo quedar junto al sepulcro de mi Señor. ¡Oh, qué venturoso seria este mi cuerpo, si mereciese ser sepultado al lado de mi Maestro! Oh, qué dichosa seria entonces mi alma, pues saliendo deste frágil vaso mio de tierra, se entraria en el glorioso sepulcro de mi Señor! Siempre mi cuerpo fué pesada carga para mi alma, mas el sepulcro de mi Señor le seria alegre descanso. No desampararé este sepulcro, pues morir así me será consuelo, y en esta muerte hallaré mi descanso. Mientras viviere estaré cerca dél, muerta me quedaré cabe él, ni viva ni muerta me apartaré dél. ¡Ay descuidada de mí! ¿ Cómo no caí en la cuenta cuando vi enterrar á mi Señor y redentor Jesucristo? Cómo no me quedé con él? Cómo entonces no guardé con mas cuidado el santo sepulcro? No le llorara agora hurtado, porque ó estorbára el hurto ó siguiera los robadores. ¡ Mas ay dolor que yo quise guardar la ley y dejé al Señor de la ley, obedecí á la ley y no guardé al que obedece y manda á la ley. Cuanto mas, que quedar con Cristo no fuera quebrar la ley, sino guardalla, porque este difunto renuévala; que no la contamina este muerto, no ensucia los limpios; mas alimpia los sucios, sana los que le tocan y alumbra á los que á él se allegan. Mas ¿para qué cuento mi dolor? Fuíme, volví, hallé abierto el sepulcro, pero no al que buscaba en él; pues aquí estaré, aquí esperaré por şi acaso pareciere en alguna parte. Mas ¿cómo

estaré sola? Fuéronse los dicípulos y dejáronme sola y llorando, y no veo nadie que conmigo se duela, ni hay quien á mi Señor le busque. Han venido los ángeles, mas no sé la causa de su venida ; si ellos vinieran á consolarme, no ignoraran la causa de mis lágrimas, y si la saben, ¿cómo me la preguntan? ¿Pregúntanmela por ventura por estorbarme mi llanto? Yo les ruego que no lo hagan, no lo intenten, antes me quiten la vida que el descanso de mis lágrimas. ¿Para qué es gastar palabras? Yo no los obedeceré y antes se me acabará la vida que se acabe mi llanto. Llorad, ojos mios, y salgan las entrañas deshechas por vosotros; quede yo vuelta en fuente, porque aun muerta haga el débil cuerpo mio el oficio que el alma le enseñó viviendo; y si acaso faltare el humor para el llanto, pedidlo á la triste de mi alma allá donde estuviere, que ella os proveerá, pues le sobrará la razon del sentimiento, mientras no dejare de ser. ¡Ah! ¿dónde estás, dulce Rey mio? ¿Quién me dirá de tí ó á quien preguntaré por ti? Quién se apiadará de mí y quién me dirá de tí? Quién mo consolará, ó quién te me descubrirá? Dime (oh Amado de mi alma), ¿adónde estás? Adónde descansas al mediodía? ¡Oh ángeles del cielo! yo os ruego mucho que si halláredes al mi Amado, si por allá le viéredes, le digais que estoy enferma de amor y que me consume y desmaya el dolor, pues non est dolor sicut dolor meus. ¡Oh amable! Oh deseable! Oh admirable! vuélveme el alegría de tu deseada presencia, muéstrame tu rostro sereno. «Suene tu voz en mis oidos, porque tu voz me es dulce y tu rostro muy hermoso. » ¡Oh esperanza mia, no confundas ni burles lo que de tí espero! Muéstrame tu presencia, véante una sola vez mis ojos, y bástame y acábese luego la vida, que no habrá jamás muerte tan dichosa y bienaventurada.

Oyeme, dulce Esposo,

Vida del alma que en la tuya vive,
Y alienta el congojoso
Pecho, do se recibe

La pena que el amor en l'alma escribe.

Perdite yo ¡ay perdida!
Perdí mi corazon junto contigo:
Pues di, bien de mi vida,
No estando acá conmigo,
¿Cómo podré vivir si no te sigo?

Vuélveme, dulce Amado,

El alma que me llevas con la tuya,
O lleva el cuerpo helado

Con ella, pues es suya,

O haz que tu presencia no me huya.

¿Por qué, mi bien, te escondes? Vuelve á mí, que te llamo y te deseo, Mas ¡ay! que no respondes,

Y como no te veo,

El dia me es escuro y el sol feo.

¡Oh luz serena y pura!

Oh sol de resplandor, que alegra el cielo!
Oh fuente de hermosura!
Si pisas nuestro suelo,

Véate, y de mis ojos quita el velo;

Pero si las estrellas

Con inmortales piés mides agora,

Atiende á mis querellas,

Y al alma, que te adora,

La lleva para tí, pues en ti mora.

Y á mi cuerpo cansado
Cerca de tu sepulcro da reposo,
Pues si no está á tu lado,

El cielo mas hermoso

Le será escuro, triste y congojoso

¡Oh fuerte piedra, dura,

Do se depositó el rico tesoro
De la carne mas pura

Que vió el sol, por quien lloro!

¿Cómo tan mal guardaste tan fino oro?

¿No viste, mármol crudo,

Que cuando te tocó aquel sacrosanto
Cuerpo, de alma desnudo,

Pusiste al cielo espanto,

Viendo en ti lo que él mismo estima en tanto?

Que si á Dios tiene el cielo,

Tú tambien en tu seno le encerraste;
Pues di, mármol de bielo,
¿Cómo no te abrasaste

Cuando con tanto fuego te abrazaste?

Y ya que le tenias,

¿Cómo á tan mal recado le pusiste,
Que aun apenas tres dias
Guardar no le supiste,

Para no ver jamás el bien que viste?

Mas ¡ay! ¿De quién me quejo, Debiéndome quejar de mi cuidado? Yo soy la que le dejo,

Yo la que á mal recado

Dejé á mi bien, y así me le han robado.

Dejé á mi bien, y así me le han robado. ¡Ay ojos! Llorad tanto,

Que se ajuste la pena con la causa;

Guardá no hagais pausa,

Si no la hace la causa de mi llanto.

Si no la hace la causa de mi llanto,

No la hagais, mis ojos;

Y vos, alma cansada, encendé el viento
Hasta que el sentimiento

Acabe de la vida los despojos?

Acabe de la vida los despojos
Quien acabó mi gloria;
Muerte, ¿por qué detienes el cuchillo?
Que menos es sufrillo,

Pues mas que tú me mata esta memoria.

Pues mas que tú me mata esta memoria, Deshaz esta lazada,

Irá el alma á buscar su dulce Esposo. ¡Ay rato congojoso!

¿Qué hará sin su bien l'alma cansada?

¡Qué hará sin su bien l'alma cansada, Sino morir viviendo?

¡Ob ángeles! si veis mi dulce Amado,
Ora esté recostado

Junto á las claras fuentes, ó durmiendo
La siesta al mediodía,

Allá en la jerarquía

Suprema de la gloria,

Gozando la vitoria

Que en este escuro suelo ha merecido, Ora esté de los ángeles ceñido,

Ora en aquellos prados celestiales, De lirios coronado,

Veais que las hermosas flores pisa,

Cuando por la devisa

Echeis de ver quel es mi dulce Amado; Contadle paso á paso

El fuego en que me abraso,

Que nace de su ausencia,

Y sola su presencia
Puede curar mi mal;
Que no me huya;

Si no quiere que el alma se destruya.

Mientras que así lloraba y se lamentaba María diciendo estas cosas, volvió el rostro á mirar atrás, ora fuese porque vió levantar á los ángeles y hacer cortesía al que venia, ora porque sintió pasos de alguno que venia hácia donde ella estaba, y vió á Jesus, pero no le conoció. Díjole el Señor : « Mujer, ¿por qué lloras, y á quién buscas? ¡Oh deseo de su alma! Y ¿por qué preguntas á esta mujer el por qué llora y á quién busca? Ella poco antes, muy á costa de su contento y con gran dolor de su corazon, habia visto colgada de un madero su esperanza, y ¿dicesle tú agora por qué lloras? Ella tres dias antes habia visto tus manos sagradas, con las cuales muchas veces tú la bendecias, y tus santos piés, los cuales otro tiempo habia besado y ungido, y en los cuales habia hallado el remedio de sus culpas, cosidos á un palo, y tú, que eres su dolor, ¿ le preguntas por qué llora? Habíate visto espirar en una cruz y dar el alma á tu Padre, y ¿ dícesle tú por qué lloras? Y aun agora piensa que han hurtado tu cuerpo, que venia á ungille portener ese poco de consuelo, y ¿dícesle tú por qué lloras y á quién buscas? Bien sabes tú, Rey de gloria, que á tí solo busca, á tí solo ama, por tí solo aborrece cuanto cubre el cielo, por ti se derraman aquellas lágrimas, que bastan ablandar las peñas. Tú, Señor, eres por quien resuenan aquellos sospiros que van rompiendo el cielo y encienden el aire con su fuego, y ¿pregúntasle por qué llora? Dulce Maestro, ¿á qué fin provocas el alma desta mujer? A qué le alborotas y mueves el corazon? Toda ella está colgada de tí, toda está en tí, toda espera en tí, y toda desespera de sí; así te busca á tí, que nada busca fuera de tí, ni piensa en otro sino en tí, y aun por ventura por eso no te conoce á tí, porque no está en sí, antes por tí está fuera de sí; pues ¿por qué le dices por qué lloras y á quién buscas? ¿Piensas, por ventura, que te dirá á tí busco y por tí lloro, si tú primero no le dijeres á su corazon, yo soy por quien lloras, yo soy el que buscas? ¿O piensas, Señor, que te conocerá á tí mientras tú te le encubras así?

Pensando pues María que

el Señor fuese el dueño de la huerta, vuelta á él, le dijo : « Señor, si tú le has tomado, dime (yo te ruego) adónde le pusiste, y yo le to maré de allí. ¡Oh dolor miserable! Oh amor inefable! Esta mujer, como estaba cubierta de una espesa nube

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