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turbaris ergo plurima; allá, unum est necessarium. Cuando María trataba de mundo, cuando andaba con el mundo, cuando seguia el hilo del mundo, turbábanla muchas cosas, porque el mundo, como mendigo, da siempre cinco de corto, son menester muchas cosas, por eso se buscan y siguen; pero, porque en ninguna de las de acá se hallan todas las que nos faltan, por eso buscamos y amamos muchas cosas; porque en unas y con unas hallo lo uno y remedio una necesidad, y con otras otra; de suerte que con muchas remedio algunas necesidades, y con ninguna todas, que eso no lo saben hacer las cosas del mundo. Este, si da hacienda, no da honra; si hacienda y honra, no da salud; si hacienda, boura y salud, no da contento; de suerte que cuanto tiene es poco y cuanto da es escaso; y así, nos turbamos entre tantas cosas; pero unum est necessarium; Una sola cosa es necesarias en uno se hallará sobrado lo que en muchos falta. Esta deseaba el profeta David,! esta buscaba y por una sola cosa sospiraba cuando de- | cia: Unam petii à Domino, hanc requiram, ut inhabitem in domo Domini omnibus diebus vitae meae; Una sola cosa he pedido al Señor, y yo la buscaré, que es vivir en su casa todos los dias de mi vida. Es el unum est necessarium, porque allí en la casa de Dios se halla todo el bien, nada falta; y en uno, que es en Dios, se tienen todas las cosas; y así, alcanzado este uno, se tiene todo lo que desea el alma, y no es menester distraerse en amar mas que á Dios, porque, lo que buscamos, ó es vida, pues ego sum vita, dice este gran Dios, ó que esta vida sea eterna, pues « el que me come tiene vida», dice por san Juan, y que esta vida no tenga enfermedad ni dolor; porque, donde esto hay no puede ser eterno, pues « el Señor es mi luz y mi salud», dice David; y que esta vida sea rica para que no ande mendigando el alma, pues gloria y riquezas hay en su casa. Si ha menester contento y alegría esta vida, Exultabunt sancti in gloria, laetabuntur in cubilibus suis; Alegrarse han los santos en la gloria y regocijarse han, y harán saraos en sus moradas. Pues si se busca paz y union, en paz en él mismo holgaré y descansaré, dice David. De suerte que ninguna cosa nos dejó que desear que no la hallásemos por junto en Dios, porque la muchedumbre no nos turbase y distrajese. Pues á esta celestial Jerusalen se subia la Madalena con el pensamiento; y puesta en aquel desierto, arrebataila en espíritu, se entraba por aquellas moradas y palacios de la gloria, adonde via lo que ni los ojos vieron, ni oyeron las orejas humanas, ni cupo jamás en terreno pensamiento lo que tiene Dios aparejado para los que viven allá sobre las estrellas. Oia resonar toda aquella celestial ciudad con las voces angélicas que cantaban dulces sonetos de gloria al gran Príncipe y Padre de la naturaleza; pero, sobre todo, via salir aquel Cordero divino, la lana mas blanca que la nieve por hollar, que, repastado por los prados de la gloria, va cercado con mil coros de virgines bellas, coronadas de flores que jamás se marchitan, que con danzas y canciones siguen :

Al cordero que mueve

Con el cándido pié el dorado asiento,
La lana mas que nieve,
Cuajada allá en el viento,

En cuya mano va el pendon sangriento.

Hablo de aquel cordero,
En celestiales prados repastado,
Que al lobo horrendo y fiero,
De duro diente armado,

De la garganta le quitó el bocado.

De aquel que abrió los sellos, Que fué muerto, mas vive eterna vida'; Y los misterios dellos

Con su luz sin medida

Mostró, su cerradura ya rompida.

Cércante las esposas,

Con hermosas guirnaldas coronadas De jazmines y rosas,

Y á coros concertadas,

Siguen, dulce cordero, tus pisadas.

En esa luz inmensa,

Hechas unas divinas mariposas,
Arden libres de ofensa;

Y el fuego mas hermosas

Vuelve esas almas santas tus esposas.

Y cuando al mediodía

Tienes la siesta junto à las corrientes Del agua clara y fria,

Del amor impacientes

Ciñen en derredor las claras fuentes.

Porque las arrebata

El dulce olor quel ámbar tuyo espira,

Y el blando amor las ata,

Que en sus pechos aspira,

Pues siempre te ama el que una vez te mira.

Allí tú les repartes

A los esposos premio muy subido,
Y das tambien sus partes,
Conforme á lo servido,

A las esposas que acá te han seguido.

Andas en medio dellas,

Dando mil resplandores y vislumbres Como el sol entre estrellas;

Y en las subidas cumbres

De los montes eternos das tus lumbres.

Digo en los serafines,

Que son de la mas alta jerarquía;
De allí á los querubines

Tu resplandor envia

El alta ciencia por oculta via.

Y en los tronos sentado,
Como supremo rey, riges el cielo;
No es asiento estrellado

De cristalino hielo,

Que ese le guarda para los del suelo;

Mas es vivo y estable,

Lleno de resplandor y de hermosura, Y el ser invariable

De la silla segura

Del gran Padre del cielo es la figura.

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Lazo del Padre y Hijo,

A quien los serafines amorosos,
Con sumo regocijo,

De tanto bien gozosos,
Representan amando temerosos.

De un temor de respeto,

Y así, cuando acullá los vió Isaías,
Con ser lo mas perfeto
Entre las jerarquías,
Segun nos consta por diversas vias,

De seis alas ceñidos,
Cantaban aquel Santo, Santo, Santo,
Los rostros escondidos;

Que, aunque es divino el canto,

No igualaba á aquel Dios de tanto espanto.

Ni yo en mi canto digo

De esotras jerarquías que le alaban;
María es buen testigo,

Pues á verla bajaban,

Y allá en la soledad la acompañaban.

Y ella á veces subia,

De la fuerza de amor arrebatada,
Al cielo, adonde via

Aquella alta morada,

A do de amor quedaba desmayada.

Mas el cuerpo terreno

Le quitaba de presto este reposo;
Y al fin tenia por bueno

Lo que queria su esposo,
Sufriendo este destierro congojoso.

Y aguardaba la muerte,

Que deshaciendo el lazo y cerradura Del cuerpo, en mejor suerte Trocase la ventura

De tan larga vivienda, esquiva y dura.

Estos eran los sonetos de gloria que María oia cantar en aquella ciudad celestial de Jerusalen; allí seguia ella á su dulce Esposo; hablábale, acompañábale, estábase con él. ¡Oh dulce descanso y glorioso paraíso el que tienė María en la soledad! Cuando volvia á bajar con el pensamiento y se hallaba en aquella soledad, ajena de su gloria, allí eran las lágrimas, allí el sospirar y romper el aire con querellas, allí el quejarse tiernamente porque su Amado no la llevaba consigo; allí era el importunar á los ángeles y el conjurarlos por los cervatillos de los bosques, que cuando viesen al que amaba su alma que le dijesen que estaba enferma de amor. Pues preguntemos agora á María, á esta etiopisa en el cuerpo, á esta mujer tostada de la fuerza del sol: Decidme, santa, ¿no sois vos aquella Madalena que en otro tiempo derrocábades tantos en el infierno? No sois aquella famosa mujer que con vuestros ojos robábades mil corazones? No sois vos la de los trajes, la de las invenciones y galas, la de los paseos y saraos, la de los servidores y billetes, la acompañada y servida y celebrada por tan dama? Sí. Pues & dó la vida pasada, dó los galanes? ¿Son por ventura las fieras y robles deste desierto? ¿Dó las galas y trajes? ¿Son este cilicio de que andais vestida? ¿Dó las suntuosas casas, las salas y aposentos colgados? ¿Son esa cueva escura? ¿Dó las camas de seda y los colchones de pluma? ¿Son por ventura ese suelo duro? ¿Dó las músicas y sonetos y letrillas nuevas? ¿Son quizá esas lágrimas y sospiros con que rompeis el aire? Nolite me considerare quod fusca sim quia decoloravit me sol, dice María; No mireis á que soy morena, porque me ha asoleado y teñido el rostro el sol; no este que alumbra el suelo, sino el Dios de mi alma, el sol de inaccesible claridad, cuyo amor me abrasa, con cuyo resplandor me enciendo; este me ha asoleado, este me tiene tal. Pues decidme, pecadores, si tras tal perdon hace María tal penitencia, ¿qué esperais los que no habeis oido de la boca de Dios cl Remittuntur tibi peccata tua? Y si María se trata así, ¿quién osará alegar flaqueza nì ternura para no hacer penitencia? Quién dirá que no tiene fucrzas? ¿Veis aquí esta mujer criada en regalo? Santa era, rica era, moza, hermosa, libre, poco hecha á asperezas, y tiene fuerzas para vivir en un desierto, para sufrir el rigor del sol y la aspereza del invierno. Pásase con raíces de yerbas, sin vestido, şin cama, sin regalo, sin compañía, sin trato ni conversacion humana; pues vos, pecador, ¿qué excusa os será buena para delante de Dios? Ideo ipsi judices vestri erunt, dijo Cristo á los judíos; Los de Nínive y los de las Indias y vuestros mismos hijos serán jueces de vuestro pecado; las niñas, una santa Inés, una santa Agueda y una santa Catalina, serán vuestros jueces en el juicio; que, siendo niñas y flacas, pudieron hacer penitencia, y sin tener vuestros pecados, y al cabo pudieron dar la vida por

Jos y esperar los tormentos y derramar sangre ; y vos, pecador abominable, lleno de pecados y maldades, ¿haceis del regalado y tierno, y pensais que os ha de dar Dios el cielo de balde? Al fin, habiendo la gloriosa Madalena pasado muchos años de soledad y penitencia, determinando el celestial Esposo de dar el premio de tanto amor á esta su amadora, llevóla para sí. Llegó aquella bienaventurada hora, tanto tiempo deseada de María; y yo tengo por cierto que á aquella sazon bajó el celestial Esposo vestido de fiesta, alegre y dando vida á cuanto miraba, y que vino acompañado de millares de Angeles; y llegando á aquel desierto, haciendo paraíso aquellas montañas, comenzó á decir con una voz tan dulce, que bastaba á resucitar los muertos: Surge, propera, amica mea, et veni; Ea levantaos, amiga mia, y dejad ya ese cuerpo mortal; ya es pasado el invierno, ya son acabados los trabajos de la vida, ya es llegada la primavera de la gloria, ya comienzan á florecer las viñas y á dar olor, ya se oye la voz de la tortolilla, que gime sobre el olmo. Vení pues, amiga mia, y seréis coronada; mirad que os espero, dáos prisa. Oyendo

María la voz tan deseada y tan conocida del Príncipe del cielo, deshecha en amor y ternura, respóndele: << Oh Rey de gloria, dulce Amado mio, conozco la deseada presencia tuya; ya el alma desea ir á tí. Veo ese hermoso rostro y oyo tu voz mas suave que la de los espíritus celestiales; mi espíritu ha resucitado como de un profundo sueño; mucho há que te aguardaba para gozarme contigo en tu gloria; ya veo cumplido mi deseo, ya te veo, ya te oigo, ya te tengo, ya no te dejaré jamás. Agora, dulce Señor mio, cesará mi miedo de perderte; ya no te lloraré difunto ni te buscaré hurtado. Siempre, Rey mio, te tendré comigo y yo estaré contigo. Pues recíbeme en tus brazos, Señor, que para tí me voy; encomiéndote mi alma, que se va para tí.» Y diciendo esto, sale aquella alma gloriosa y recíbela y abrázala consigo, y comienza a cantar toda la capilla del cielo, y con música y pompa sube á triunfar y reinar en aquel eterno reino de la gloria, adonde se goza con su Amado y Dios y Señor, que vive por todos los siglos sin fin. Amen.

LAUS DEO ET VIRGIN.

PIDIÓME Vuesamerced que le expusiese algunos versos del salmo 88, que comienza: Misericordias Domini cantabo, aplicándolo á las muchas mercedes que de mano del Señor ha recebido. Parecióme el deseo muy santo, y la peticion justa; porque tengo entendido que muchas mercedes nos deja de hacer nuestro buen Dios por serle desagradecidos á las ya hechas; y el pecado de la ingratitud es muy vil, y que lo castiga Dios con mucho rigor, como parece de los muchos ejemplos de que está llena la Escritura sagrada; pero parecióme que el salmo no era muy apropósito para acomodalle al intento de vuesamerced, y que otros habia que eran mas abundantes en esa materia. Todavía, por no burlar el buen deseo de vuesamerced, he querido probarme á decir algo sobre el primer verso, poniéndole en el mismo latin por remate de algunas octavas, en las cuales se pinta un hombre apartado del ruido del mundo y que ha dado consigo en la soledad, adonde hace alarde de las mercedes que de la mano de Dios ha recebido. Después al cabo habla algo de lo que la Esposa dice en los Cantares. Bien sé que viniera bien que lo dijera la Madalena cuando estaba en el desierto; pero he querido yo decírmelo, pues aunque no estoy en los campos, estoy en la soledad de la religion, y no me ha hecho Dios á mí menos mercedes ni me ha perdonado menos ni menores pecados que à la Madalena, antes muy mayores. Y así, como mas obligado, he querido alzarme con el cantar las misericordias del Señor, á quien plega de llevar adelante en mí las que ha hecho conmigo desde que nací hasta hoy.

Hermoso sol, que en medio de ese cielo La vida vas midiendo á los mortales; Bóvedas de cristal, que á los del suelo Dais ser con vuestros cursos celestiales; Luna, quel eje, frio mas que hielo, Gobiernas en las noches desiguales; Fieras deste desierto, estadme atentas, Así quedeis de flecha y arco exentas;

Sedme testigos fieles de mi canto,
No tañido en la dulce arpa de Orfeo,
Mas en la de aquel rey ilustre y santo,
Del cielo nuevo Píndaro y Alceo:

No de algun dios fingido es de quien canto,
Ni de su fabuloso devaneo;

Mas, pues me hizo hijo, siendo esclavo,
Misericordias Domini cantabo.

¿Por do comenzaré, bondad inmensa,
Este mar de mercedes que me diste,
Pues es el comenzalle hacerte ofensa,
Siendo infinito lo que en mí hiciste?
Yerra por cierto quien contallo piensa.
Pues & callaré? No, no, que amor resiste,
Y dice el alma: Puesto que no hay cabo,
Misericordias Domini cantabo.

Tú, sol de luz eterna, por quien viene
El claro resplandor al alma mia,
En el sagrado pecho que en sí tiene
Del mundo y cielo el lazo y armonía,
Viste al principio cuanto se contiene
Del suelo á la mas alta jerarquía,

Y allí me viste á mí, que hora te alabo,
Misericordias Domini cantabo.

Mirando el claro espejo de tu esencia,
Adonde tiene vida lo que es hecho,
Sacando del tesoro y rica ciencia
La imágen entallada allá en tu pecho,
Hiciste al hombre, porque en tu presencia
Esté, como si fuera de provecho;

Y pues que tal merced no tiene cabo,
Misericordias Domini cantabo.

Hicísteme á tu imágen ¡oh grandeza;
No dicha de los ángeles del cielo!
¿En tan bajo sugeto tanta alteza?

¿De cielo el alma? ¿El cuerpo de vil suelo?
¿Que es posible que pudo tu destreza
Engastar un espíritu en tal velo?
Mas, pues que de tus obras soy yo el cabo,
Misericordias Domini cantabo.

Por mí, Señor, la máquina criaste
Del mundo, y cuanto el ancho cielo encierra;
Y en medio de tus obras me asentaste,
Como rey y cabeza de la tierra;
Cuanto hiciste, á mí lo sujetaste,
Sin reservarte cosa en valle ó sierra;
Y pues que tanto debo, diré al cabo
Misericordias Domini cantabo.

Bastaba esto, mi Dios; mas tu amor puro
No quiso consentillo, y dijo, es poco;
Y así, me diste un ángel que seguro
Me guarde en cuanto hago, digo y toco.
Y aun tú mismo, Señor, eres mi muro,
Que tú me engrandeciste y yo me apoco;
Mas, porque sepa el mundo en qué te alabo,
Misericordias Domini cantabo.

No fue merecimiento de mi parte,

Mas fué misericordia sola, y tuya
El darme de tu gracia aquella parte,
Que la gloria le da al alma, que es suya.

Pues di, gran Dios, ¿quién bastará alabarte
Sin que de miedo el corazon le huya?
Pues no bastó David, y dijo al cabo:
Misericordias Domini cantabo.

Vida del alma, que en tu amor se apura,
Dulce descanso del cansado y pobre,
Disteme vida, y vida que asegura,
Porque si en mí la pierdo, en tí la cobre.
¡Triste de mí, que el alma seca y dura
Pecó, y trocó su rubio oro por cobre,
Y al fin, la hermosura que le diste
Se tornó en una noche escura y triste!

Y lo que en mi pecado mas me espanta
Es que, perdido el rayo de tu lumbre,
Con tenerme el infierno en su garganta,
Vuelta en naturaleza la costumbre,
Previniéndome allí tu gracia santa,
Que me miraba desde la alta cumbre,
Me era tan dulce el mal en que me via,
Que, aunque tú me llamabas, no te oia.

Mi ofensa de peñado me llevaba,
Ciegos los ojos del conocimiento;
Yo, miserable y pobre, no hallaba
Sino era en el pecar contentamiento.
Padre piadoso, allí disimulaba,

Tu bondad, que miraba de su asiento
Esta oveja perdida, que á la muerte
Corria, á do jamás pudiera verte.

Ya estaba cerca del escuro lago,
Ya el fuego me esperaba que allí ardia,
Ya se via el horrendo y grave estrago
De los que allí padecen noche y dia ;
Ya estaba de mis males cerca el pago;
Yo, ciego, ni aun mi daño conocia,
Como hace el frenético que canta
Cuando está con la muerte à la garganta.

Tú, Padre piadoso, en aquel punto
Con profundo consejo me esperabas;
Amábasme, y sufrias allí junto,
Aunque à aquella sazon disimulabas;
Como en Nain hiciste, que al difunto
Mozo á la misma puerta le aguardabas;
Que sabes, Señor, cuando conviene,
Dar tu socorro á aquel que no le tiene.

Así, cuando mi alma, mas dormida,
De tí y de sí olvidada, en su carrera
Corria á rienda suelta, á do la vida
De cuerpo y alma junta se perdiera,
Diste un grito: «¿Dó vas, alma perdida?
Detente, vuelve á mí, espera, espera;
Que no te hice yo para el infierno,
Sino para gozar de un bien eterno.

¿Por qué dejas la fuente de agua clara, Y bebes de la turbia agua de Egito? ¿De balsas cenagosas, alma cara, Gustas, dejando á mí, mar infinito?

En esas beberás la muerte avara,
En las mias un bien, que no está escrito,
Y una fuente tendrás en tí escondida,
Que llegará hasta darte eterna vida.»

Dijiste así, y en ese punto el cielo
Se rompió, y una luz alegre y pura
Desbarató de mi tiniebla el velo,
Y ahuyentó mi noche negra, escura.
El rayo de tu amor deshizo el hielo
Que en mi pecho causó mi desventura;
Cesó el curso mortal, y paré luego,
Escapando por ti de eterno fuego.

Ya soy tuyo, mi Dios, ya tú eres mio,
Ya yo te me di á tí, y tú te me diste,
Y en tu bondad, oh Rey de gloria, fio
Que no me veré ya en el estado triste;
Ya del invierno se ha pasado el frio,
La primavera alegre es quien me viste,
Y el alma de mil flores herinosea,
Que en solo arder y amarte á tí se emplea.

Vén pues, Amado mio, que las flores
De mil colores pintan la ribera,
La tortolilla llama á sus amores,

Y nuestras viñas dan la flor primera ;
¿No sientes ya, mi Amado, los olores
De las silvestres yerbas? Sal pues fuera,
Vámonos al aldea, y cogerémos
Las rosas y azucenas que querrémos.

Allí, cuando el jardin del rico oriente
Abra la clara aurora, y enfrenando
Los caballos del sol, saque el luciente
Carro, tú y yo, mi amigo, madrugando,
Saldrémos á la huerta, á do la ardiente
Siesta, en alguna fuente conversando,
La pasarémos bajo algun aliso,

Y no habrá para mí mas paraíso.

Y cuando el rubio Apolo, ya cansado,
Los sudados caballos zabullere
En el hispano mar, y algun delgado
Céfiro entre las ramas rebullere,
Y el dulce ruiseñor del nido amado
Al aire con querellas le rompiere;
Entonces mano á mano nos irémos,
Cantando del amor que nos tenemos.

Alli me enseñarás, ¡oh dulce Esposo !
Alli me gozaré á solas contigo,
Allí, en aquel silencio, alto reposo,
Tendré, mi Amado, en verte allí conmigo;
Alli en fuego de amor ¡ oh mas hermoso
Que el sol! me abrasaré, y serás testigo
De que te amo así, que por tí solo
El dia me es escuro, y negro Apolo.

Allí te alabaré, y en dulce canto Contaré las grandezas que me has hecho, Y contaré cómo tu brazo santo Con celestial poder rompió mi pecho, Y me libró del reino del espanto, Movido por amor de mi provecho; Y será de mi canto el fin y cabo, Misericordias Domini cantabo,

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