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fin*; hasta esta consumacion y fin deberán cesar indubitablemente los sacrificios. Mas si despues de esta grande época se vuelve á edificar la ciudad y su templo, como parece clarísimo por las Escrituras, y queda suficientemente demostrado; en este mismo tiempo, del todo nuevo, podrán volver sin repugnancia alguna al mismo templo los sacrificios legales que en él se practicaban, si acaso no se opone alguna proibicion nueva de Dios, por la que manifieste su voluntad. Y esta proibicion; la habrá entonces 6 no? Es indubitable que esto no lo podémos saber por otra via, que por revelacion espresa de Dios: es decir, por medio de alguno, ó algunos de aquellos intérpretes fidelísimos de la voluntad de Dios, por los cuales sabémos de cierto, que el mismo Dios ha hablado, y que son sus Profetas. Si estos, pues, nos aseguran formalmente, en terminos claros y precisos, que en aquel tiempo, y en aquel templo que tambien anuncian, no solamente no se proibirán los sacrificios, sino que se harán con beneplácito de Dios, y aun mandato suyo, ¿no bastará esto solo para aquietar nuestros temores, ó escrúpulos vanos? ¿Querémos acaso poner leyes á Dios mismo, y atarle las manos?

225. Así como cuando Dios mandó los sacrificios á su pueblo con ciertas leyes y ceremonias, y en cierto lugar determinado, obligó á los hombres, no á sí mismo, quedando en plena y perfecta libertad para mandar otra cosa, cuando y como quisiese; así del mismo modo cuando proibió indirectamente dichos sacrificios, mandando destruir el lugar único á que los tenia aligados, los proibió á los hombres, no á sí mismo, quedando en la misma plena y perfectísima libertad, para volverlos á mandar en el tiempo y circunstancias que él quisiese: Dios mandó legítimamente aquellas cosas; mas de modo que no se impuso la ley á sí mismo, sino á los hombres*. Conque cuando

* Usque ad consummationem et finem. - Dan. ix, 27.

↑ Deus legitima illa mandavit, ut legem non sibi, sed hominibus daret.-S. August. quæst, 36, in Jud,

ordenó aquellos legales, no se obligó á no quitarlos. Y cuando los quitó por justísimas causas, ¿por qué queréis obligarlo á no volver á darlos; y esto no obstante, que él mismo lo diga y lo prometa por boca de los Profetas*?

PARRAFO VI.

226. No ignoro, ó Cristófilo, lo que á todo esto respondéis, ni tampoco ignoro los diversos modos sutiles, injeniosos, y tambien religiosos y píos con que procuráis prescindir aquí, ó huir con honor del peso enormísimo de la autoridad divina, que por otra parte respetáis, y no podéis negar. Respondéis, pues, lo primero, buscando el sentido literal aunque con cierta especie de desconfianza, y aun de rubor: que así la grande y prolija profecía de Ezequiel, como algunas otras, que parece que anuncian sacrificios legales para otro tiempo futuro, de otra futura Jerusalén, solo miraron á la vuelta de Babilonia, y á aquella Jerusalén y templo que entonces se edificó. Mas yo veo que este sentido que llamáis literal, no lo podéis seguir ni aun siquiera cuatro pasos, y vos mismo confesáis ya tácita, ya espresamente, que esta es una empresa absolutamente imposible, pues se oponen á esta inteligencia toda la historia sagrada, y aun vuestro sentido comun. Si fuese posible acomodar estas cosas á aquella vuelta de Babilonia, con esto solo estaba superada la grande y aun máxima dificultad. En este caso no hubiera razon alguna para ponderar tanto la gran dificultad y oscuridad de los nueve últimos capítulos de Ezequiel, los cuales en sí mismos son clarísimos. En este caso no habia para que recurrir á otros sentidos, ni para que omitir lo mas, y aun lo principal de esta larga profecía. En suma: ¿no esplicará alguno siquiera este último capítulo, esto es, como se verificó en la vuelta de Babilonia, aquella tan clara y tan exacta division de la tierra santa entre las doce tribus de Jacob? Esto úl

* Per os prophetarum - Zach. viii, 9.

timo, decís, ninguno lo esplica, y podéis decir lo mismo con la misma verdad de los ocho y aun de los doce capítulos antecedentes.

227. Viendo, pues, negado aquí, y aun absolutamente cerrado todo recurso á la vuelta de Babilonia, y esto por vuestra esperiencia propia, y por vuestra propia confesion, recurrís en segundo lugar á la pura alegoría, para á lo menos decir alguna cosa brillante que sea de edificacion. Nos aseguráis, es á saber: que así la ciudad, como el templo de Ezequiel, como tambien todo cuanto se anuncia y se prescribe en él, lo tomó el Espíritu Santo solamente, ó á lo menos principalmente, como una sombra, ó figura de nuestra Iglesia presente, y con esta figura y bajo estas semejanzas, intentó principalmente anunciar nuestra Iglesia, y lo que en ella se habia de practicar hasta el fin del mundo, &c.; para lo que me citáis por toda prueba algunas homilías de S. Gregorio comentando á Ezequiel. Sí, amigo: he leído estas homilías, ó estos panegíricos de nuestra Iglesia, y he hallado en ellos muchísimas cosas buenas, pías é ingeniosas, sinceramente acomodadas, y llenas todas de buenas moralidades. Esto mismo he hallado, aunque de diversa manera, en la esposicion de S. Jerónimo; mas hablando la verdad, ni en uno, ni en otro de estos máximos doctores se halla el profeta Ezequiel, ni su profecía. Lo que dicen de esta larga profecía, no hay duda que es santo, bueno, verdadero, edificativo; mas parece del mismo modo indubitable que todo ello es muy ageno de la misma profecía, é incapaz de contentar á quien busca en ella lo que realmente anuncia. Esto mismo lo reconocen y confiesan los mejores intérpretes, y con ellos vos mismo, pues poco ó nada satisfecho, ni de esta pura alegoría, ni mucho menos de aquel impracticable recurso á la vuelta de Babilonia, recurrís finalmente al último castillo que os parece fortísimo é inespugnable: esto es, al raciocinio. Argumentáis así.

228. Los sacrificios legales, y todos cuantos se ofreciéron al verdadero Dios desde Adán hasta Moisés, fueron figuras

del sacrificio de Cristo en la cruz: luego verificado esté sacrificio figurado por todos los que le precediéron, debiéron estos cesar del todo, y quedar no solo inútiles, sino proscriptos, é ilícitos desde entónces para siempre*; no pudiendo ya figurar como futuro, sin una insigne mentira, lo que ya no era futuro, sino presente, ó pasado, &c. A este terrible argumento (que así ha parecido á muchos) yo respondo brevísimamente con estas dos preguntas. Primera: los antiguos sacrificios legales, ó no legales, fueron solamente figuras del sacrificio de Cristo en la cruz, y nada mas? Segunda: lo que fué figura de una cosa futura, no puede jamás en ningun caso quedar vivo, ó coexistente con lo que figuraba? Tan falso parece lo uno, como lo otro.

229. Cuanto á lo primero: si leemos la historia sagrada y las historias de todas las naciones, no hallámos otra origen de los sacrificios, sino la íntima persuasion del hombre de la existencia de un Dios, y de su dependencia total de este Ser infinito que lo habia criado, y de cuya beneficencia recibia todo cuanto tenia. Así se ve, que los sacrificios empezaron con el hombre, y Dios los recibió con agrado siempre, mientras naciéron de aquel principio: esto es, de un corazon simple, fiel, agradecido, religioso y pio. Dios, como infinitamente grande y felicísimo en sí mismo, no tiene ciertamente necesidad alguna de los obsequios y sacrificios del hombre: Por ventura (dice por David) comeré carnes de toros? ¿ó beberé sangre de machos de cabrio? Si tuviére hambre, no te lo diré : porque mia es la redondez de la tierra, y su plenitud†. Mas el hombre siempre tiene obligacion y necesidad de obsequiar á su Dios, y darle señales esternas de su entera dependencia. ¿Y de qué otro modo mas simple y mas natural podia dar estas señales esternas, sino ofreciendo sacrificios en honor

* Usque in æternum. - Malach. i, 4. + Numquid manducabo carnes taurorum? corum potabo? Si esuriero, non dicam tibi: terræ, et plenitudo ejus. Ps. xlix, 13 et 12,

aut sanguinem hirmeus est enim orbis

y culto de Dios, ó haciendo sagrada alguna parte de lo que recibia de su mano?

230. Es verdad, y quién puede dudarlo? que los antiguos sacrificios, fuesen ó no con efusion de sangre de animales, y de estos no solamente los que precediéron á la ley, sino tambien los que ordenó Dios á su pueblo con ciertas leyes y ceremonias, nada tenian, y nada obraban por sí mismos, ó por su misma naturaleza*, como se esplican los escolásticos; todo su buen efecto dependia de la fe, piedad y sincero corazon del oferente. Así dice la Escritura: miró el Señor á Abél, y á sus presentes. Mas á Cain, y á sus presentes, no mirót. Y esto ¿por qué? No cierto por la diversidad de ofrendas y sacrificios, sino por la diversidad de corazones. Aun en el templo de Jerusalén, nos dice la historia sagrada, que unas veces aceptó Dios, y dió muestras bien claras de serle agradables los sacrificios que allí se le ofrecian, como en los tiempos de Salomón, de Ezequías, de Josías, de Nehemías, &c. y en otros tiempos dió muestras claras de todo lo contrario.

231. De aquí se sigue á mi parecer, que los sacrificios con que antiguamente se le daba culto esterno al verdadero Dios, así antes como despues de Moisés, no fueron solamente figuras, ni fueron instituidos y ordenados únicamente para figurar, ó significar, ó anunciar el sacrificio de Cristo en la cruz; sino tambien y primariamente para otros fines justos, religiosos y pios, y en aquellos tiempos necesarios. Si solamente hubiesen sido instituidos para figurar el sacrificio de Cristo en la cruz; lo primero: Dios hubiera revelado este secreto á alguno de sus antiguos amigos: v. g. á Noé, á Abrahan, á Moisés, á David, ó á alguno de los Profetas; y en este caso nos quedáran en las Escrituras siquiera algunos vestigios claros é indubitables de esta institucion y del fin único á donde esta se enderezaba; los

Sive ex opere operato.

+ Respexit Dominus ad Abel, et ad munera ejus. Ad Caïn verò, et ad munera illius non respexit. Gen. iv, 4 et 5.

TOMO II.

M

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